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– No. Por desgracia, eso ni siquiera puede hacerlo un médium auténtico y con un don especial.

– Como usted bien sabe.

– Sí. Como yo bien sé.

Edgerton, consciente tanto de la irritación que bullía en la sala como del resentimiento que al menos algunos de sus inspectores sentían hacia el FBI y sus agentes, intervino para decir con calma:

– Eso ahora no importa, al menos en lo que a nosotros respecta. Como decía, la investigación sobre el caso Gilbert queda cerrada. Hay que pasar página.

Judy mantenía la mirada fija en Bishop.

– ¿Y usted? ¿También va a pasar página? ¿Va a volver a Quantico?

– Yo -contestó Bishop- voy a hacer lo que vine a hacer aquí. -Salió de la sala sin apresurarse, tan aparentemente tranquilo y despreocupado como Lucas Jordan, tenso y reconcentrado.

– No me gusta ese tipo -anunció Theo Woods innecesariamente-. Tiene unos ojos que te taladran. Eso sí que es una mirada de largo alcance.

– ¿De veras creéis que anda detrás de Luke? -preguntó Judy a la sala en general.

Edgerton dijo:

– Puede ser. Mis fuentes afirman que Bishop está formando una unidad especial de investigación, pero no he podido averiguar por qué es tan especial.

– Santo cielo, ¿no creerás que está reuniendo a un montón de falsos médiums? -preguntó Woods, incrédulo.

– No -contestó Edgerton con una última mirada hacia el agente federal-. No creo que nada falso le interese.

Bishop supuso que las especulaciones se desatarían a su espalda en cuanto saliera de la sala de reuniones, pero, aparte de anotar mentalmente que debía añadir a Pete Edgerton a su lista creciente de policías que en el futuro podían sentirse inclinados hacia su Unidad de Crímenes Especiales, no pensó más en ello. Fue en busca de Lucas Jordan y, tal como esperaba, lo encontró en el pequeño despacho sin ventanas que le habían cedido a regañadientes.

– Te dije que no estaba interesado -dijo Lucas en cuanto Bishop apareció en la puerta.

Bishop se recostó en la jamba y observó cómo Lucas guardaba sus copias de los innumerables papeles que acompañaban siempre a un caso de desaparición.

– ¿Tanto te gusta ir a tu aire? -preguntó cálidamente-. Trabajar solo tiene sus desventajas. Nosotros podemos ofrecerte apoyo y recursos que difícilmente encontrarías en otra parte.

– Es posible. Pero odio la burocracia y el papeleo -contestó Lucas-. Y de eso tiene el FBI en abundancia.

– Ya te dije que mi unidad es distinta.

– Pero sigues teniendo que informar al director, ¿no?

– Sí.

– Entonces no es tan distinta.

– Pretendo asegurarme de que lo sea.

Lucas se detuvo un momento y miró a Bishop con el ceño ligeramente fruncido, más curioso que incrédulo.

– ¿Sí? ¿Y cómo piensas hacerlo?

– Mis agentes no tendrán que implicarse en el funcionamiento interno de la agencia; de eso me ocuparé yo. Llevo años labrándome una reputación, haciendo y pidiendo favores, y apretando alguna que otra tuerca para asegurarme de que tengamos toda la autonomía que sea posible para llevar a cabo nuestras investigaciones.

Lucas dijo con tono algo burlón:

– ¿Y qué? ¿No hay normas?

– Tú sabes que sí. Pero normas razonables, aunque sólo sea para tranquilizar a los peces gordos y convencerlos de que no estamos actuando bajo cuerda. Tendremos que ser cautelosos al principio, muy discretos, al menos hasta que tengamos un historial sólido de casos resueltos con éxito.

– ¿Tan seguro estás de que habrá éxitos?

– No estaría haciendo esto, si no estuviera seguro.

– Sí, ya. -Lucas cerró su maletín con un chasquido-. Te deseo suerte, Bishop, de veras. Pero yo trabajo mejor solo.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro si nunca has trabajado de otro modo?

– Porque me conozco.

– ¿Qué me dices de tu don?

– ¿Qué pasa con él?

Bishop sonrió ligeramente.

– ¿Hasta qué punto lo conoces? ¿Entiendes lo que es, cómo funciona?

– Lo entiendo lo suficiente como para usarlo.

Bishop dijo con premeditación:

– Entonces, ¿por qué no encuentras a Meredith Gilbert?

Lucas no mordió el anzuelo, pero se le crispó un poco el semblante.

– No es tan sencillo y tú lo sabes.

– Quizá debiera serlo. Quizá sólo haga falta la práctica y el entrenamiento adecuados para que un médium sea capaz de controlar y utilizar sus habilidades más eficazmente como herramientas de investigación.

– Y quizás estés desbarrando.

– Demuéstrame que me equivoco.

– Mira, no tengo tiempo para esto. Tengo que encontrar a la víctima de un secuestro.

– Muy bien. -Bishop apenas vaciló antes de añadir-: Es el miedo.

– ¿Qué?

– Es el miedo lo que captas, lo que intuyes. La señal electromagnética específica del miedo. El miedo de la víctima. Eso es lo que tu cerebro está equipado para percibir, telepática o empáticamente.

Lucas se quedó callado.

– ¿Qué es lo que captas, sus pensamientos o sus emociones?

– Ambas cosas -contestó Lucas de mala gana.

– Entonces, sientes su miedo y conoces sus pensamientos.

– El miedo es más fuerte. Más seguro. Los pensamientos, si los capto, son sólo susurros. Palabras, frases. Energía mental estática.

– Como una emisora de radio que se sintonizara y se desintonizara.

– Sí. Algo así.

– Pero es el miedo lo que primero te conecta con ellos.

Lucas asintió con la cabeza.

– Cuanto más fuerte es el miedo, más intensa es la conexión.

– Generalmente, sí. La gente se enfrenta al miedo de modos distintos. Algunos lo entierran o lo refrenan hasta tal punto que nada se escapa. A ésos, tengo problemas para captarlos.

– ¿Es el miedo a estar… perdido?

Lucas sostuvo la mirada fija del agente federal. Por fin se encogió de hombros y dijo:

– El miedo a estar solo. A que te cojan, a estar atrapado. Indefenso. Sentenciado. El miedo a morir.

– ¿Y cuando dejas de sentirlo?

Lucas no respondió.

– Es porque están muertos.

– A veces.

– Sé sincero.

– Está bien. Normalmente, sí. Normalmente, dejo de captarlos porque ya no hay miedo que sentir. Ni pensamientos. Ni vida. -El solo hecho de decir aquello en voz alta le hizo enfadar, y no intentó ocultarlo.

– Como ahora. Con Meredith Gilbert.

– La encontraré.

– ¿Sí?

– Sí.

– ¿A tiempo?

La pregunta quedó suspendida en el aire, entre los dos, durante un largo silencio; luego, Lucas recogió su maletín y dio los dos pasos necesarios para llegar a la puerta.

Bishop se apartó sin decir nada.

Lucas pasó a su lado, pero se volvió antes de llegar a la escalera. Bruscamente, dijo:

– Lo siento. No puedo encontrarla por ti.

– ¿Por mí? Meredith Gilbert está…

– A ella no. A Miranda. No puedo encontrar a Miranda por ti.

La expresión de Bishop no se alteró, pero la cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda palideció, haciéndose más visible.

– Yo no te lo he pedido -dijo después de una pausa momentánea.

– No hacía falta. Capto el miedo, ¿recuerdas?

Bishop no dijo ni una palabra. Se quedó allí y vio alejarse a Lucas hasta que éste se perdió de vista.

– He estado a punto de no llamarte -dijo Pete Edgerton cuando Bishop se reunió con él en la carretera que pasaba por encima del barranco-. Si te soy sincero, me sorprende que todavía andes por aquí. Hace tres semanas que cerramos la investigación.

Bishop no comentó nada al respecto. Se limitó a decir:

– ¿Jordan está ahí abajo?

– Sí, con ella. Aunque no queda gran cosa. -Edgerton miró con fijeza al agente federal-. No tengo ni idea de cómo la encontró. Ese don especial suyo, supongo.