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– No. No mucho.

– Lo que Luke sí debería haberte dicho es que, según parece, el sheriff del pueblo sospechaba de ella y se puso algo bruto, y que Samantha se ofreció voluntariamente a encerrarse en un calabozo de la comisaría para demostrar que no era la secuestradora.

– Alertando de ese modo a los medios de que se esperaba que hubiera otro secuestro.

– Sí. Y esa predicción se ha visto confirmada hoy, con la desaparición de la inspectora Graham. -Tony frunció el ceño-. Así que Samantha sabía que ese tipo volvería a atacar en Golden. Llevaba todos estos meses en movimiento y ahora se para. ¿Por qué?

Bishop movió la cabeza de un lado a otro con el ceño fruncido.

Tony lo miró atentamente. Luego dijo:

– Mi amigo dice que la noticia acerca de la vidente de feria y su predicción aparentemente acertada es demasiado jugosa para que la prensa la pase por alto. Sólo es cuestión de tiempo que Zarina aparezca con su turbante en las noticias de las seis.

– Naturalmente. Aparte de ser un asunto pintoresco, implica la tentadora evidencia de que pueden predecirse los acontecimientos futuros. Y eso hay mucha gente que quiere creerlo.

– Por cierto, ¿se han sincerado Luke y Jay con el sheriff?

Bishop volvió a sacudir la cabeza.

– Les pareció que la idea de unos investigadores con poderes paranormales no sería muy de su agrado -contestó.

– ¿Y qué pasará si Luke consigue conectar con la víctima? Eso no es precisamente algo que pase desapercibido.

– Tendrán que arreglárselas. Decirle al sheriff sólo lo que parezca capaz de aceptar. Puede que se vaya abriendo a la idea a medida que pase el tiempo. Quizá la predicción de Samantha de que iba a haber otro secuestro haya servido al menos para preparar el terreno.

– ¿Intentas pensar en positivo?

– ¿Qué remedio me queda?

Un poco sorprendido, Tony dijo:

– Creo recordar que la última vez que Samantha entró en escena, te preocupaba mucho más el asunto de la credibilidad.

– Samantha no está vinculada a la unidad -repuso Bishop.

– No lo estaba entonces. ¿O hay algo que yo no sepa al respecto?

– En aquel entonces hubo… posibilidades. De que entrara en la unidad.

– ¿Y por qué no entró? No tenemos muchos videntes en nómina. Y, si no recuerdo mal, es una vidente excepcionalmente poderosa.

Bishop asintió con la cabeza, pero dijo:

– En aquella época aún no nos habíamos labrado una reputación, ni disponíamos de un historial de éxitos que nos respaldara. Y teníamos enemigos a los que les habría encantado que la unidad fracasara en cualquier sentido del término. El grupo era demasiado nuevo para correr el riesgo de aceptar en su seno a una vidente de feria.

– ¿Una sola mención a la vidente de feria en el telediario de las seis y la unidad se habría acabado?

– Algo así.

– ¿Y ahora?

– Ahora… la situación puede haber cambiado, al menos en lo que respecta a la unidad. Quizás ahora pudiéramos sobrevivir al turbante morado. Pero puede que ésta sea una discusión inútil, tratándose de Samantha.

– ¿Porque está resentida?

Bishop se encogió de hombros.

– Aquel asunto pudo manejarse con más tacto.

– ¿Qué hay de ella y de Luke?

– ¿Qué pasa con ellos?

– Eh, ¿recuerdas con quién estás hablando, jefe? Puede que no se me dé muy bien leer el pensamiento, pero soy un fenómeno captando vibraciones emocionales… y entre esos dos había muchas.

– Eso tendrás que preguntárselo a ellos.

Tony dijo con ironía:

– Lo único que me consuela de esa respuesta es saber que seguramente guardas mis secretos tan bien como los de los demás.

Bishop sonrió levemente.

– Todavía tenemos trabajo que hacer aquí, Tony.

– Entonces, ¿me callo y me pongo manos a la obra?

– Si no te importa.

– En absoluto -contestó Tony amablemente, y se puso en pie. Luego se detuvo-. Entonces, habrá que esperar a ver qué pasa en Carolina del Norte.

– El caso es de Luke. Jaylene y él están al mando, y ninguno de los dos ha pedido ayuda.

– ¿Esperas que la pidan?

– No. A no ser que…

– ¿A no ser qué?

– A no ser que las cosas se pongan mucho peor.

– ¿Estás pensando en algo en concreto?

– No.

Tony suspiró al darse la vuelta.

– Mientes de pena, jefe. -Pero no pidió a Bishop que le explicara qué sabía o no sabía. Porque habría sido inútil y porque no estaba seguro de querer saber en qué sentido podían empeorar las cosas.

Samantha era consciente de estar teniendo una visión, como lo era siempre, pero aquélla era distinta. Por más que lo intentaba, no lograba volver la cabeza y pasear la mirada por la habitación en la que Lindsay Graham se hallaba cautiva. Era como si fuera una cámara enfocada hacia la figura de una Lindsay encapuchada y sentada en medio de un círculo de luz, alrededor del cual todo permanecía sumido en densas sombras.

Oía la voz del secuestrador y la de Lindsay. Oía el goteo de un grifo en alguna parte. El zumbido de los fluorescentes. Y sabía lo que Lindsay estaba pensando y sintiendo.

Lo cual era nuevo y no poco inquietante.

También era nuevo el frío profundo que sentía, un frío tan intenso como si estuviera metida en un congelador. Aquella sensación era tan poderosa y su respuesta a ella tan visceral que se preguntaba cómo era posible que Lindsay y su secuestrador no oyeran castañetear sus dientes,

– Si voy a morir -dijo Lindsay sin que se le quebrara la voz-, ¿por qué no acabar de una vez?

– Porque aún no tengo el rescate, por supuesto. El bueno del sheriff podría exigir pruebas de que estás viva antes de pagar.

Samantha sabía que Lindsay estaba pensando en la suposición de los investigadores de que no fuera el dinero lo que impulsaba a aquel tipo, y se sintió inmensamente aliviada porque la inspectora no lo mencionara.

– Está bien -dijo Lindsay-, entonces, ¿por qué tengo que morir? ¿Por qué tenían que morir sus otras víctimas? Siempre se ha pagado el rescate. Yo no puedo identificarle, claro está, y si una policía no puede, es improbable que alguna de las otras víctimas pudiera hacerlo.

– Sí, lo sé.

– Sencillamente, le gusta matar, ¿es eso?

– Ah, Lindsay, tú no lo entiendes. Yo no mato…

Samantha abrió los ojos con un gemido, tan desorientada que por un momento no supo qué había ocurrido. Luego se dio cuenta de que estaba mirando el coche patrulla de Lindsay, cuya puerta estaba abierta. Miraba el coche desde unos pasos de distancia. Y desde el nivel del suelo.

– ¿Qué demonios…? -murmuró con voz ronca.

– Tranquila -dijo Lucas-. Intenta estarte quieta un minuto.

Samantha desoyó su consejo y volvió la cabeza para levantar la mirada hacia él. Sólo entonces se dio cuenta de que estaba sentada en el asfalto y de que Lucas, arrodillado a su espalda, la sujetaba. Atónita, bajó la mirada y vio que él la había cogido de las manos y que sus palmas cubrían las de ella.

– ¿Cómo he salido del coche? -Fue la única cosa concreta que se le ocurrió preguntar.

– Te he sacado yo.

– ¿Cuánto tiempo he pasado…?

– Cuarenta y dos minutos -contestó él.

– ¿Qué? -Samantha se dio cuenta de que estaba agarrotada y fría-. No puede haber sido tanto tiempo.

– Pues así es.

Ella se miró las manos con el ceño fruncido, vagamente consciente de que sus pensamientos parecían dispersos, de que no aún no había vuelto del todo en sí.

– ¿Por qué me sujetas así las manos?

Él le soltó una mano y ella se descubrió mirando una línea blanca y desigual que le cruzaba la palma.

– ¿Qué narices es esto?

– Se llama principio de congelación -contestó Lucas, y volvió a cubrir con su mano cálida la de Samantha-. Las primeras fases de la hipotermia.