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– ¿Qué? -¿Acaso no sabía decir otra cosa?-. Pero si aquí fuera debemos de estar a treinta grados.

– Casi a treinta y tres -dijo el sheriff Metcalf.

Samantha volvió bruscamente la cabeza hacia el otro lado y vio al sheriff y a Jaylene junto a ella. El sheriff tenía los brazos cruzados sobre el pecho y parecía al mismo tiempo lleno de incredulidad y de sospechas. Jaylene conservaba su serenidad de siempre.

– Hola -dijo Samantha-. ¿Casi treinta y tres grados?

Él asintió con la cabeza.

– Entonces, ¿cómo es posible que tenga principio de congelación?

– ¿No lo sabe? -preguntó el sheriff sardónicamente.

– Tengo frío, pero…

– Estabas agarrada al volante -dijo Lucas-. Las marcas de congelación están exactamente en el lugar que habrían ocupado si el volante estuviera helado.

Ella volvió a mirarlo; después masculló una maldición y luchó por erguirse sin su ayuda. Lucas la soltó sin protestar, pero permaneció arrodillado mientras ella se daba la vuelta, todavía sentada, para mirarlos a los tres.

Samantha flexionó los dedos y notó que a lo largo de las manchas blancas que cruzaban las palmas de sus manos la carne parecía entumecida.

– Mete las manos bajo los brazos -le aconsejó Lucas-. Tienes que calentártela.

Ella deseaba levantarse del suelo y ponerse en pie, pero tenía la impresión de que, si lo intentaba, tendría que apoyarse en Lucas para no caerse. Así que cruzó los brazos y metió bajo ellos las manos para calentárselas.

– Esto no tiene sentido -le dijo a Lucas mientras intentaba ordenar sus pensamientos dispersos-. Allí no hacía frío. Lindsay no tenía frío. Así que ¿por qué…?

– ¿Lindsay? -Metcalf dio un paso hacia ella y luego se paró en seco.

Consciente de que era improbable que Metcalf la creyera, a pesar de que parecía ansioso por tener noticias de Lindsay, Samantha dijo:

– Se encuentra bien, al menos por ahora. Está atada a una silla y lleva puesta una especie de capucha que le cubre la cabeza, pero está bien. Incluso estaba hablando con él. Intentaba descubrir una debilidad que pudiera aprovechar.

– Parece propio de ella -dijo Metcalf, de nuevo casi involuntariamente.

– ¿Has visto u oído algo que pueda ayudarnos? -preguntó Jaylene.

– Creo que no. Había una especie de foco sobre la silla, de modo que el resto de la habitación estaba en sombras. A él no lo he visto en ningún momento, y su voz era tan… insulsa… que dudo que pudiera reconocerlo si me hablara en este momento.

– ¿Has percibido algo sobre el lugar? -preguntó Lucas.

Samantha hizo un esfuerzo por concentrarse y recordar.

– En realidad, no. El zumbido de las luces, un grifo que goteaba, esa especie de eco amortiguado que se oye en una habitación subterránea con muchas superficies duras.

– ¿Subterránea?

– Creo que sí. Eso me ha parecido.

– ¿No has visto ninguna ventana?

– No. No he visto nada que reflejara la luz. Sólo ese foco que caía sobre ella, y el resto de la habitación en sombras.

– ¿Qué más?

– Lindsay le estaba preguntando por qué mataba a sus víctimas si no podían identificarlo. Él había empezado a contestar diciéndole que ella no lo entendía, que él no mataba… Pero no he oído el final de lo que decía, supongo que porque me has sacado del coche.

– Estabas blanca como una sábana y temblando -dijo Lucas con tono más de explicación que de disculpa-. Y te agarrabas al volante con todas tus fuerzas. No me parecía una visión normal.

Metcalf soltó un bufido.

– ¿Una visión normal?

Samantha no hizo caso.

– No parecía normal -le dijo a Lucas-. Tenía la impresión de que no podía moverme ni mirar hacia ningún lado, excepto a Lindsay. Nunca me había pasado antes.

Lucas asintió, pero se puso en pie sin decir nada y la ayudó a levantarse.

– Seguimos necesitando un sitio por donde empezar. Si no has visto ni oído nada útil…

Samantha se acordó de algo y añadió:

– Le dijo a Lindsay que no tenían ningún vínculo con este pueblo, que ése era uno de los motivos por los que se sentía a salvo aquí. Pero tiene que estar viviendo en alguna parte. Y tiene que haber un sitio donde pudiera retener a Callahan y ahora a Lindsay. Si tuviera que sacar alguna conclusión, yo diría que debéis buscar al menos dos sitios distintos. El lugar donde vive y el lugar donde oculta a sus víctimas.

– Un lugar apartado -dijo Lucas-, donde pueda retener a sus víctimas sin miedo a que lo descubran.

– Parece un sitio por donde empezar -dijo Jaylene.

– Eso era lo que querías -añadió Samantha sin apartar los ojos de Lucas-. Y es lo único que puedo ofrecerte. No veo razón para volver a comisaría. Así que, si no te importa dejarme en la feria antes de empezar la búsqueda, te lo agradecería.

– Para prepararse para la función de esta noche, supongo -dijo Metcalf.

– Así es como me gano la vida.

– Engañando a la gente. Mintiéndoles.

Samantha suspiró.

– Sheriff, hago esfuerzos por disculparle, porque sé que ignora de lo que habla y está medio loco de preocupación porque una persona a la que quiere ha desaparecido. Pero ahora mismo tengo frío, estoy cansada, empiezan a dolerme las manos y la verdad es que me importa un bledo lo que usted piense. Así que ¿por qué no se concentra en hacer su trabajo y en encontrar a Lindsay y me deja en paz de una puta vez?

Metcalf giró sobre sus talones y regresó a su coche patrulla.

– Bonito modo de poner a las autoridades del pueblo de tu parte -murmuró Jaylene.

– Me da igual que no esté de mi parte.

Lucas la miraba pensativamente.

– Pero normalmente no te enfrentas a ellos.

– ¿Normalmente? Tú no sabes qué es lo normal para mí, Lucas. Hace más de tres años que saliste de mi vida. Las cosas cambian. La gente cambia. Ahora, si no te importa, me gustaría volver a la feria.

– Deberías ir al médico a que te vea las manos.

– Ellis sigue siendo enfermera titulada. Iré a verla a ella.

– Supongo que alguno de nosotros podrá recoger tus cosas en comisaría y llevarlas a tu motel en cuanto tengamos ocasión -dijo Jaylene.

– Sí, estaría bien.

Lucas señaló en silencio su coche de alquiler y los tres se acercaron a él. Samantha montó detrás y permaneció en silencio, mirando por la ventanilla, durante todo el trayecto hasta el recinto ferial. Una vez allí se limitó a decir:

– Gracias por traerme. -Y salió del coche antes de que los otros dos pudieran responder.

Mientras la veía alejarse, Jaylene dijo:

– Opino que debería ser yo quien recoja sus cosas.

– ¿Crees que podrás captar algo?

– Creo que actúa de forma extraña. Y creo que tú piensas lo mismo.

– Tal vez. Pero Samantha tiene razón: han pasado años. Quizá ya ninguno de los dos la conozcamos.

– Y quizás haya algo concreto que no quiere que sepamos.

Lucas arrugó el ceño.

– Pareció cambiar por completo de actitud en cuanto tuvo esa visión. ¿Crees que vio algo que no nos ha dicho?

– Quiero tocar sus pertenencias y ver si capto algo. Y creo que nos quedan por delante horas muy largas y duras si queremos encontrar a Lindsay.

– Sí. -Lucas hizo un esfuerzo por olvidarse de Samantha y puso de nuevo rumbo al pueblo.

Leo vio a Samantha de lejos y se encontró con ella en mitad del camino casi desierto que cruzaba la feria.

– Hola.

– Hola. ¿Detuvo el sheriff a alguien o Jay logró impedírselo?

– Bueno, entre los dos conseguimos convencerlo de que aquí estaba perdiendo un tiempo precioso.

– Tuvo que ser divertido.