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– El momento álgido del día. -Leo la observó con atención y añadió, más serio-: Deduzco que a ti te ha ido peor.

– Tendré que contártelo alguna vez. Pero ahora mismo necesito ver a Ellis. ¿Está por aquí?

– Sí, en su caravana. ¿Te encuentras mal?

Samantha le enseñó las palmas de las manos.

– Sólo estoy un poco maltrecha.

– ¿Cómo demonios te has hecho eso?

– Es una larga historia. Leo, quiero abrir mi caseta esta noche.

Él levantó sus cejas pobladas.

– ¿Estás segura? Hemos despertado mucho interés hasta sin tu cartel en la marquesina, pero…

– Saca el cartel, por favor. Esta noche trabajaré desde las siete. Veré a toda la gente que pueda.

– ¿Y cuando aparezcan los periodistas pidiendo hablar contigo?

Ella sonrió con ironía.

– Diles que compren una entrada, como todo el mundo.

– Me va a encantar tanta publicidad -dijo él con franqueza-, pero ¿estás segura, Sam? Lo que es bueno para la feria no tiene por qué serlo para ti, los dos lo sabemos.

– Estaré bien.

– Ya pareces cansada -comentó él-. Después de tres o cuatro horas actuando, estarás medio muerta.

– Mientras esté medio viva… -Samantha se encogió de hombros-. No te preocupes por mí, Leo. Pero haz correr la voz de que esta noche mi caseta estará abierta, por favor. Luego nos vemos.

– Oye, intenta echarte un rato antes de esta noche, ¿de acuerdo?

– Lo haré -mintió Samantha, y siguió adelante, camino de la fila de remolques aparcados a un lado del camino central y de la pintoresca colección de casetas, atracciones y tiendas de campaña de la feria. Llamó a la puerta de un remolque de cuyo toldo colgaban multitud de remolinos y móviles tintineantes y entró cuando alguien contestó desde dentro.

– ¿Qué tal ha ido tu encarcelamiento voluntario? -Ellis Langford tenía al menos sesenta y cinco años, pero aparentaba veinte menos. Era una pelirroja improbable, con una figura que todavía hacía que las cabezas se volvieran a su paso. Y con ese propósito se vestía.

– Soportable -contestó Samantha con un encogimiento de hombros.

– ¿Aunque estuviera Luke Jordan?

– El hecho de que estuviera allí no cambia nada.

– No me digas lo que crees que quiero oír, Sam, dime la verdad.

Samantha hizo una mueca.

– Está bien. Fue un infierno. Ésa es la verdad. La mitad del tiempo tenía ganas de gritar y de tirarle cosas, y la otra mitad…

– ¿Te daban ganas de buscar la cama más cercana?

Sin contestar, Samantha extendió las manos con las palmas hacia arriba.

– Me han dicho que es un principio de congelación. ¿Qué debo hacer?

Ellis observó sus manos con las cejas levantadas.

– ¿Empiezas a notarlas?

– Un poco. Noto un hormigueo. Una especie de dolor.

Ellis entró en la zona de la cocina de su remolque y llenó de agua templada una cacerola grande. Luego regresó al cuarto de estar y ordenó a Samantha que se sentara y metiera las manos en el agua.

Samantha se sentó obedientemente con el agua tibia hasta las muñecas y dijo:

– ¿Cuánto tiempo tengo que estar así?

– ¿Es que tienes que ir a algún sitio?

– Ahora mismo, no. Pero quiero preparar mi caseta para abrirla.

Ellis tomó asiento frente a ella y cogió su punto. Lo que estaba tricotando se parecía mucho a un jarrón en forma de tulipa. Samantha no le preguntó qué era. Ellis era célebre por obsequiar a sus amigos con cosas curiosas hechas de punto, y Sam tenía ya una colección importante de cubreteteras, gorros, fundas para libros y variados accesorios multicolores.

– Entonces, ¿vas a actuar esta noche?

– Creo que sí.

Ellis fijó en ella sus ojos castaños mientras se oía el tintineo de sus agujas de punto.

– Crees que va a volver, ¿no? -preguntó.

– Quizá deberías ser tú la vidente.

– No, yo no tengo tu don para intuir a los desconocidos. Sólo adivino cosas de la gente a la que conozco. Y a ti te conozco. ¿Por qué crees que va a volver aquí, Sam?

– Porque le gusta la feria hasta el punto de que ya ha estado aquí dos veces. Y, por más que yo adore este sitio, una sola visita suele ser suficiente para cualquiera que tenga más de doce años. -Se encogió de hombros y añadió-: Y porque todavía no sabe nada de mí.

– Supongo que eso no se lo has dicho a Luke.

– No ha surgido el tema.

Ellis sacudió la cabeza ligeramente.

– Sam, los periodistas llevan varios días rondando por aquí. Leo quitó tus carteles, pero aun así hicieron algunas fotos. ¿Y si ese maníaco te ve en las noticias de las seis? Seguro que entonces se enterará de que existes.

– No creo que vea las noticias. Creo que se dedica a vigilar a Luke.

– ¿Estarías dispuesta a apostar tu vida por eso?

Samanta se encogió de hombros nuevamente.

– La vida de una policía que da la casualidad de que me cae bien puede medirse ahora mismo en cuestión de horas. Si no han encontrado a Lindsay mañana a última hora de la tarde, la encontrarán muerta. La policía está haciendo su trabajo. Luke también hace el suyo o lo intenta. Lo único que yo puedo hacer es lo que sé hacer. Abrir mi caseta y atender a la gente, y confiar en que ese tipo aparezca.

– ¿Para que le adivines el porvenir? ¿Tan atrevido crees que es?

– Depende. Puede que tenga curiosidad, como la mayoría de la gente. Por saber si soy auténtica. Si puedo adivinar lo que se trae entre manos.

– ¿Y si puedes?

– Entonces haré lo posible porque no se dé cuenta mientras memorizo su cara y procuro sonsacarle toda la información que pueda.

– Es peligroso.

– No, si me mantengo alerta.

– Aun así. ¿De veras crees que va a dejar sola a la chica a la que ha secuestrado para venir a la feria?

– Sí. -Samantha frunció el ceño y añadió-: No sé por qué lo creo, pero así es. Si Luke no me hubiera sacado de ese coche, puede que hubiera visto algo más, que hubiera oído algo, que hubiera captado alguna cosa que me dijera quién ese es cerdo.

Ellis pareció leer entre líneas -lo cual se le daba bien- y dijo:

– Ah. Entonces, el principio de congelación es por el volante.

– Sí.

– Y como Luke te sacó del coche…

– Ya no captaré nada si lo toco otra vez, al menos durante un tiempo. Alguien me lo explicó una vez. Tiene algo que ver con lo acumulación y la descarga de energía electromagnética. Como la electricidad estática. Tocas algo metálico y recibes una descarga; lo vuelves a tocar enseguida y ya no sientes nada, porque la energía se ha disipado. Tienes que pasearte en calcetines por la alfombra para que vuelva a acumularse energía estática. -Frunció el ceño-. O algo por el estilo.

– La verdad es que no te importa cómo funciona, ¿no?

– No mucho. Es lo que es.

– Mmm. Pero has captado lo suficiente como para creer que al secuestrador le gustan las ferias.

Samantha se miró las manos y las movió distraídamente bajo el agua.

– Creo que le gustan los juegos. Y ahora mismo somos uno de los dos únicos entretenimientos que hay en Golden.

– ¿Y el otro es el juego del «atrápame si puedes»?

– Ni siquiera creo que sea eso. Creo que es más bien el juego de «yo soy más listo que tú».

– ¿Que quién?

– Que Luke.

– Espero que eso al menos sí se lo hayas dicho.

– Sí. Y no le hizo mucha gracia.

– Ya me lo imagino. Corre el rumor de que ese secuestrador tiene más de una docena de víctimas a sus espaldas, y que todas murieron, menos una. Si no ha sido más que un juego…

– Sí, parece una pesadilla.

– No es fácil vivir con eso, desde luego. Aunque escape a tu control.

Samantha arrugó el ceño y sacó las manos del agua.

– El agua se está enfriando. Y a mí me hormiguean y me pican las manos muchísimo.