Ellis dejó a un lado su labor y fue a llenar la cacerola con agua templada.
– Con que las sumerjas otra vez debería bastar. Pero seguramente seguirás teniendo picores y cosquilleos un buen rato -dijo.
Samantha dejó escapar un suspiro y volvió a meter las manos en el agua tibia.
– No parece que te sorprenda que haya estado a punto de congelarme por una visión -comentó.
– He visto suficientes cosas a lo largo de los años como para saber que tus visiones son muy reales. Así que no, no me sorprende mucho. Pero ¿hacía frío en la visión, donde la tiene retenida?
– No, Lindsay no tenía frío en absoluto. Pero en cuanto empecé a ver la visión con claridad, noté que me congelaba.
– ¿Y a qué crees que se debe?
– No lo sé.
– Puede que el universo esté intentando decirte algo.
– Bueno, ese tipo no la tiene en el Polo Norte, eso está claro.
– No te tomes las cosas tan al pie de la letra.
– Siempre me las tomo al pie de la letra, ya lo sabes. Es mi falta de imaginación.
– A ti no te falta imaginación. Pero tienes un sentido práctico como una catedral, eso es todo.
Samantha se encogió de hombros.
– Lo que tú digas.
– Piénsalo, Sam. Si esa chica no estaba en un sitio donde hacía frío, ¿qué fue lo que causó el principio de congelación? Cuando piensas en ese frío que te calaba hasta los huesos, ¿en qué más piensas?
– No lo sé. En algo vacío. Sin fondo. En algo oscuro. -Hizo una pausa y añadió a regañadientes-: En la muerte. Se parecía a la muerte.
Lucas habría sido el primero en admitir que lo que estaban haciendo era buscar una aguja muy fina en un pajar enorme, pero eso no impedía que de todos modos intentara encontrarla.
Encontrar a Lindsay.
Durante toda la tarde, mientras revisaban los registros catastrales y los contratos de arrendamiento que les habían proporcionado las agencias inmobiliarias de la localidad, intentó abrirse emocional y mentalmente para contactar con Lindsay.
Pero no sirvió de nada.
– Sabía que Lindsay tiene mucho autocontrol -le dijo a Jaylene cuando, a última hora de la tarde, oscureció y los truenos comenzaron a oírse en las montañas que los cercaban por completo-. Es de las que no querrán mostrar ningún temor. Lo que significa que, mientras le oculta su miedo a él, también me lo oculta a mí.
Jaylene, que sabía lo que le rondaba por la cabeza sin necesidad de ninguna habilidad parapsicológica, dijo:
– No podíamos adivinar que iba a llevársela a ella, Luke.
– Aun así. Si les hubiéramos hablado a Wyatt y a Lindsay de nuestras facultades (de la mía, al menos), tal vez ella intentara contactar conmigo en vez de reprimir su miedo.
– Puede que sí. Y puede que no. De todos modos, es posible que no nos hubieran creído. Wyatt sigue convencido de que Sam se gana la vida estafando a la gente.
– La insignia policial cambia las cosas. Tú lo sabes. -Su boca se torció-. Es una cuestión de credibilidad.
– Creo que hicimos lo adecuado en su momento.
– Ya nunca lo sabremos, ¿no?
– Mira, estamos haciendo algunos progresos. -Jaylene tocó el cuaderno que había sobre la mesa, ante ella-. La lista de fincas posibles es bastante larga, pero al menos es manejable. La cuestión es: ¿Podemos inspeccionarlas todas antes de mañana por la tarde? ¿Y cómo vamos a persuadir a Wyatt de que no conviene que su gente irrumpa en esos sitios por la fuerza?
– No vamos a hacer nada que ponga aún más en peligro la vida de Lindsay.
– No, claro que no -dijo Metcalf, que acababa de entrar en la sala. Parecía un poco demacrado, pero sereno-. ¿Qué es lo que no queréis que haga?
– Entrar por la fuerza en estos sitios -contestó Lucas sin vacilar-. Hay que inspeccionarlos uno por uno, Wyatt, pero con discreción. Si tenemos suerte y encontramos a ese tipo, no podemos olvidar que tiene una rehén que podría usar para mantenernos a distancia mucho tiempo. Debemos tener cuidado y acercarnos a cada zona con toda la cautela posible para no alertarlo. Eso significa que no podemos mandar a tus ayudantes a buscar por su cuenta, a no ser que estemos muy seguros de que saben lo que hacen y de que van a seguir las órdenes al pie de la letra.
El sheriff se quedó pensando. Luego dijo:
– Tengo quizás unos doce hombres de los que me fío por completo. Tienen entrenamiento y experiencia suficientes para hacerlo bien, y a ninguno de ellos le entrará el pánico ni se le disparará la pistola. Cumplirán las órdenes.
– La lista de posibilidades es larga -le dijo Lucas-. Todas las fincas están lejos, muy apartadas.
– Porque Zarina dice que ese tipo está en un sitio apartado.
– Porque el sentido común dice que Samantha tiene razón. El secuestrador podría haber utilizado alguna casa abandonada, pero eso sería arriesgarse a que apareciera alguien y lo descubriera, y no creo que lo haya hecho. Si no tiene ningún vínculo con Golden (y ahora mismo ése es el único dato que tenemos para estrechar la búsqueda), es muy posible que haya alquilado o comprado una finca en alguna parte antes del secuestro de Mitchell Callahan y desde que secuestró a la víctima anterior, hace dos meses, en Georgia.
– A no ser que lleve planeando esto mucho más tiempo del que creemos -murmuró Jaylene- y se hiciera con la finca hace un par de años.
– Ni siquiera lo sugieras -contestó Lucas con tanta prontitud que fue evidente que él pensaba lo mismo-. Tenemos que ceñirnos a lo más probable, y lo más probable es que se hiciera con la finca hace poco, durante el verano.
– En verano muchas fincas cambian de manos -comentó Metcalf.
– Por eso la lista no es corta.
Jaylene miró su reloj y oyó luego el retumbar de otro trueno.
– No será fácil si el tiempo se pone contra nosotros, pero creo que deberíamos empezar aunque haya tormenta. De todos modos no nos queda mucha luz natural, pero no creo que debamos esperar a que amanezca.
El sheriff había llevado un gran mapa del condado que Lucas desplegó sobre la mesa de reuniones. Los tres se inclinaron sobre él. Cuarenta y cinco minutos después, habían marcado en rojo sobre el mapa todas las fincas de su lista.
– Están por todo el condado de Clayton -dijo Metcalf con un suspiro-. Y algunas están muy apartadas. Aunque tengamos mucha suerte, será difícil inspeccionarlas todas antes de las cinco de la tarde de mañana.
– Pues será mejor que nos pongamos manos a la obra -sugirió Jaylene-. Wyatt, si quieres llamar a los ayudantes de los que te fías, Luke y yo empezaremos a dividir la lista. Tres equipos, creo, ¿no?
Metcalf asintió con la cabeza y salió de la sala de reuniones.
Jaylene miró a su compañero, que estaba observando el mapa con el ceño fruncido.
– ¿Captas algo?
Los ojos de Luke se movían sin cesar entre un punto rojo y otro.
– Vamos, Lindsay, háblame -murmuró casi para sí.
Apenas habían salido aquellas palabras de su boca cuando Jaylene lo vio palidecer y tomar aire bruscamente. Sus ojos adquirieron de pronto un curioso brillo mate. Jaylene estaba familiarizada con aquella reacción que, sin embargo, nunca dejaba de producirle un leve escalofrío en la columna vertebral.
– ¿Luke?
Sin dejar de mirar el mapa, él dijo:
– Ya ha pasado. Pero, por un momento, creo que he conectado. Era como… como si ella sintiera una punzada de terror inefable y absoluto.
– ¿Dónde? -preguntó Jaylene.
– Aquí. -Él señaló una zona de un palmo de ancho en la parte occidental del condado-. Aquí, en alguna parte.
La zona abarcaba al menos cuarenta kilómetros cuadrados del terreno más agreste del condado y contenía cerca de doce marcas rojas.
– Está bien -dijo Jaylene-. Tú y yo empezaremos a buscar por ahí.
Capítulo 6
– Sólo quiero saber si va a invitarme a ir al baile del instituto. -La voz de la chica reflejaba tal nerviosismo que temblaba, pero estaba también llena de determinación, y sus ojos azules permanecían fijos en la cara de Samantha con desesperada intensidad.