– ¿Por qué? -preguntó el sheriff.
Fue Lucas quien respondió.
– Para poder seguir siendo nuestro as en la manga.
Samantha asintió.
– Si lleva vigilándote tanto tiempo como creemos, apuesto a que al menos se ha preguntado si tu capacidad para encontrar a la gente es paranormal. Si se le da bien investigar, creo que tal vez también sepa mucho más sobre la Unidad de Crímenes Especiales de lo que le gustaría a Bishop.
– Genial -dijo Lucas.
– Espera un momento -dijo Metcalf-. ¿Eso significa que todos vosotros, toda la unidad, sois…?
– Wyatt, por favor. -Lucas miró a Samantha con el ceño fruncido-. Si estás en lo cierto, tal vez decida buscarse un vidente propio. Para nivelar el juego.
Samantha esbozó una sonrisa agria.
– La idea se me ha pasado por la cabeza.
Capítulo 7
En cuanto se dio cuenta de que estaba sola, Lindsay intentó quitarse la cinta adhesiva que ataba sus muñecas. Para su sorpresa, la cinta comenzó a ceder casi de inmediato, y seguramente no le costó más de veinte minutos desatarse las manos.
De inmediato levantó los brazos para quitarse la bolsa de la cabeza, sólo para hallarse en medio de una total oscuridad.
Al menos, esperaba que fuera oscuridad.
Él le había ordenado que se levantara de la silla y se tumbara en el suelo, órdenes que Lindsay no había tenido más remedio que obedecer, y durante varios minutos había seguido hablándole tranquilamente. Después, se había quedado callado.
A pesar de sus esfuerzos, Lindsay no había podido oír nada más. No había sentido ni un solo ruido que indicara que su secuestrador se había marchado. Pero, poco a poco, se había convencido de que, en efecto, la había dejado sola.
Ahora, mientras yacía en el suelo duro y frío y tanteaba en la oscuridad para desatarse los tobillos, también sujetos con cinta aislante, se esforzaba por aguzar el oído por si acaso él volvía. Pero sólo oía su propia respiración, somera y entrecortada en medio del silencio. Le costó más quitarse la cinta de los tobillos, pero calculó que no había pasado más de media hora cuando por fin la cinta cedió y se halló completamente libre.
Aquella feliz ilusión duró sólo el tiempo que tardó en explorar lenta y minuciosamente el espacio que la rodeaba. Suelo fresco y suave; paredes frescas y suaves; y un techo fresco y suave que se elevaba cerca de medio metro por encima de su cabeza, al colocarse de pie.
Comprendió que la estancia no tenía en total más de tres metros cuadrados.
Atónita, recorrió a tientas el espacio que la rodeaba buscando una abertura, un pomo, una juntura; algo. Solamente encontró una cosa, una pequeña abertura que al tacto parecía la boca de una tubería, en un rincón del techo. Tiró de ella con fuerza con la esperanza de sacarla, pero parecía encastrada en cemento.
Pensó al principio que tal vez la tubería sirviera para procurar aire al espacio que la cercaba, pero no le pareció que por ella saliera aire alguno. Sintió entonces el primer estremecimiento de auténtico temor, pero lo hizo a un lado con decisión e inspeccionó de nuevo las paredes, el techo y el suelo.
Nada. Ninguna abertura, aparte de la tubería. Ni un pomo, ni un asa. Ni una rendija en la que pudiera meter algo… si hubiera tenido algo que meter en una rendija. Nada.
Tocó con los nudillos una de las paredes y se dio cuenta de algo.
– Cristal -murmuró.
Apenas había salido aquella palabra de su boca cuando se oyó de pronto un fuerte ruido y una luz cegadora se encendió directamente sobre su cabeza.
Por un momento sólo pudo parpadear mientras sus ojos se acostumbraban a la luz, después de haber permanecido a oscuras tanto tiempo. Cuando por fin su vista se aclaró, lo que vio no tenía sentido.
Al menos, al principio.
Fue el sheriff quien dijo:
– Puede que algún periodista de ahí fuera la haya visto, todos lo sabemos. Si es una víctima potencial de ese malnacido, ¿no se está arriesgando viniendo aquí y haciendo que al menos parezca que se está involucrando todavía más en la investigación?
– Tal vez. -Samantha se encogió de hombros.
– Wyatt tiene razón. -Lucas la miraba fijamente-. Lo que el secuestrador ha visto hasta ahora puede explicarse sin vincularte innecesariamente a nosotros de manera oficial; eras sospechosa y te quedaste aquí hasta que las dudas sobre ti se despejaron. Pero, si se te ve con alguno de nosotros, o entrando en la comisaría ahora que ya no eres sospechosa… -Frunció el ceño-. Quizá la feria debería trasladarse de lugar.
– ¿Y renunciar a un montón de curiosos dispuestos a gastarse el dinero en nuestros juegos y atracciones? Si hiciéramos eso, el sheriff perdería toda fe en su propio juicio.
Metcalf arrugó el ceño, pero guardó silencio.
– No seas terca, Sam -dijo Lucas.
Ella volvió a encogerse de hombros.
– Quizá convenga que escuches por qué he venido esta noche -dijo-. Caitlin Graham me pilló por sorpresa al dejar un anillo sobre mi mesa. Después me dijo que era un anillo que llevaba Lindsay cuando eran pequeñas. Quería que lo tocara, que viera si podía captar algo. Yo no sabía quién era ella, así que lo cogí.
– ¿Y?
Samantha levantó la mano derecha con la palma hacia fuera. La marca del anillo, antes blanca, era ahora, al igual que la línea que cruzaba su palma, una señal rojiza pero aún visible.
– Estaba tan frío que quemaba -dijo.
– ¿Qué viste? -preguntó Lucas.
– No es lo que vi, sino lo que sentí. -Miró a Metcalf y volvió a posar la mirada en Lucas-. Los lugares que estáis registrando. ¿Alguno tiene agua cerca?
– Hay arroyos y riachuelos -contestó Lucas sin necesidad de consultar el mapa-. Y una laguna, creo.
– La laguna Simpson -confirmó el sheriff.
Samantha asintió con la cabeza.
– Quizá convenga que pongáis esos sitios en el primer lugar de la lista.
– ¿Por qué? -preguntó Metcalf-. ¿Porque usted sintió agua cuando tocó un anillo?
Ella lo miró fijamente, pero no contestó.
– Sam -dijo Lucas con calma.
– No va a gustarle oír esto -dijo ella. Seguía con la mirada fija en el sheriff, pero era evidente que sus palabras iban dirigidas a Lucas.
– Si nos ayuda a encontrar a Lindsay, tendrá que oírlo.
– Está bien. -Pero Samantha fijó de nuevo sus ojos en Lucas al decir-: Lo que sentí fue que Lindsay se estaba asfixiando. Se estaba ahogando.
– Lindsay nada como un pez -contestó Metcalf con voz crispada.
– Se estaba ahogando. No ha pasado aún, pero se le está agotando el tiempo. Casi puedo oír el tictac del reloj.
– ¿De veras espera que llevemos esta investigación basándonos en una visión que ha tenido porque le apretaba el turbante o porque había inhalado demasiado incienso?
Samantha se puso en pie.
– Lleve su investigación como quiera, sheriff. Sólo le estoy diciendo lo que vi. -Parecía inexpresiva y su voz sonaba tranquila. Todavía mirando a Lucas, añadió-: Si estoy en lo cierto, sea cual sea la razón por la que está metida en el agua, está aterrorizada.
Él asintió a medias con la cabeza.
– Gracias.
– Buena suerte. -Samantha salió de la sala de reuniones.
Metcalf dijo:
– Lo que no entiendo es si sois enemigos… o no. Las cosas parecen oscilar cada vez que os encontráis.
– Ya te avisaré cuando lo tenga claro. -Lucas apuró su taza y se levantó-. Mientras tanto, quiero echar otro vistazo al mapa antes de volver a salir.
– ¿La laguna Simpson? -El sheriff sacudió la cabeza-. No es más que un ensanchamiento de un arroyo represado por los castores. Y la presunta finca de tu lista es una vieja cabaña de troncos tan apartada que ni los cazadores la usan ya.