– ¿Causa de la muerte?
– Eso tendrá que dictaminarlo el forense. Como te decía, no queda gran cosa. Y lo que queda ha estado expuesto a los elementos y a los depredadores. No sé cómo murió, ni por lo que tuvo que pasar antes de morir.
– Ni siquiera estás seguro de que fuera secuestrada, ¿verdad?
Edgerton movió la cabeza de un lado a otro.
– Por lo poco que hemos encontrado ahí abajo, podría haber ido caminando por el borde de la carretera, haber resbalado y haberse caído. Puede que se diera un golpe en la cabeza o que se rompiera algún hueso y no pudiera volver a subir. Por aquí hay mucho tráfico, pero nadie se para. Podría haber estado ahí todo este tiempo.
– ¿Crees que el forense será capaz de determinar la causa de la muerte?
– Me sorprendería. ¿A partir de huesos, unos cuantos jirones de piel y un poco de pelo? No habríamos podido identificarla tan pronto, o quizá nunca, si no fuera porque su mochila estaba casi intacta y dentro había muchas cosas con su nombre. Además, encontramos entre los huesos esa extraña pulsera de peltre que llevaba. Los análisis de ADN confirmarán que son sus restos, estoy seguro de ello.
– Entonces, no le robaron nada y el asesino no se llevó ningún trofeo.
– Si es que hay un asesino, no parece que se llevara ninguna de sus pertenencias, no.
Bishop asintió con la cabeza; luego se dirigió hacia un ancho hueco del guardarrail, que alguien debería haber reparado hacía tiempo.
– Te vas a estropear ese traje tan bonito -le advirtió Edgerton.
Bishop no respondió; se limitó a bajar por la empinada ladera y a internarse en el barranco. Pasó junto a un par de investigadores, pero no se detuvo hasta reunirse con Lucas Jordan en una zona pedregosa, a la sombra de un arbolillo torcido.
Lucas parecía muy distinto al hombre al que Bishop había visto por última vez. Estaba desaliñado, sin afeitar, enflaquecido, con la ropa informal arrugada como si hubiera dormido con ella. Si es que había dormido, naturalmente. Permanecía de pie, con las manos en los bolsillos de su cazadora vaquera, y miraba fijamente el suelo salpicado de piedras.
Lo que retenía su mirada eran restos dispersos que sólo un experto habría reconocido como humanos. Pedazos de hueso y jirones de ropa. Un mechón de pelo marrón chocolate.
– Ya se han llevado la mochila -dijo-. Se la entregarán a sus padres, supongo.
– Sí -contestó Bishop.
– Tú lo sabías. Desde que llegaste aquí, sabías que estaba muerta.
– No desde que llegué.
– Pero sí desde ese día.
– Sí.
Lucas volvió la cabeza y miró a Bishop con incredulidad.
– ¿Y no dijiste nada?
– Sabía que estaba muerta. Pero no sabía dónde estaba. La policía no me habría creído. Su familia no me habría creído.
– Quizá yo sí.
– Tú no querías creerme. Tenías que encontrarla por ti mismo. Así que esperé a que lo hicieras.
– Sabiendo desde el principio que estaba muerta.
Bishop asintió con la cabeza.
– Dios mío, eres un cabrón despiadado.
– A veces.
– No digas que no te queda más remedio.
– Está bien. No lo diré.
Lucas hizo una mueca y volvió a fijar su mirada atormentada en el suelo y en los restos desperdigados de Meredith Gilbert.
– Esto acaba así muy a menudo. -Su voz sonaba infinitamente exhausta-. Con un cadáver o lo que queda de él. Porque no fui lo bastante rápido. Porque no fui lo bastante bueno.
– Murió una hora después de que ese tipo le pusiera las manos encima -dijo Bishop.
– Esta vez, puede ser. -Lucas se encogió de hombros.
Bishop juzgó el momento oportuno para añadir:
– Según las leyes de la ciencia, es imposible ver el futuro, saber de antemano lo que va a ocurrir. Es imposible que un investigador posea ese instinto. Yo no lo creo. Creo que la telepatía y la empatía, la telequinesia y la precognición, la clarividencia y todas las demás así llamadas facultades extrasensoriales pueden servirnos para afinar nuestras herramientas. Para hacernos, quizá, mejores. Para hacernos más rápidos.
Al cabo de un momento, Lucas volvió la cabeza y sostuvo la mirada fija de Bishop.
– Está bien. Te escucho.
Dos días después, tras dormir veinticuatro horas y darse un par de duchas, Lucas se sentía considerablemente mejor y aparentaba estarlo.
– No hace falta que me hagas de niñera, ¿sabes? -dijo, empujando su plato y cogiendo su taza de café-. No voy a dejarte en la estacada. Dije que le daría una oportunidad a esa nueva unidad tuya y voy a hacerlo.
– Lo sé. -Bishop bebió un sorbo de café y se encogió de hombros-. Pero he pensado que, ya que vamos a ir al este, podíamos marcharnos temprano. El avión nos espera con los motores en marcha.
Lucas levantó las cejas.
– ¿El avión? -dijo-. ¿Dispones de un avión del FBI?
Bishop sonrió ligeramente.
– Es un jet privado.
– ¿Tienes un jet privado?
– No sólo estoy intentando montar una unidad en el FBI -contestó Bishop, muy serio-. También trato de organizar una estructura de apoyo ciudadano, una red de gente de fuera y dentro de las fuerzas de seguridad que crea en lo que intentamos conseguir. Ellos nos ayudarán de diversos modos, como facilitándonos medios de transporte rápidos y eficaces.
– De ahí el jet.
– Exacto. No es una carga para la unidad ni para la agencia, ni tampoco para el contribuyente. Sólo es una contribución generosa de un ciudadano de a pie que quiere echar una mano.
– Un día de éstos -dijo Lucas-, tienes que contarme cómo surgió todo esto. A fin de cuentas, yo también entiendo de obsesiones.
– Tendremos tiempo de sobra para hablar.
Lucas dejó su taza sobre la mesa y murmuró:
– Pero me pregunto si lo haremos.
Bishop no contestó a su comentario; sólo dijo:
– Si has hecho las maletas y estás listo, ¿por qué no nos vamos?
– ¿Antes de que cambie de idea?
– Bueno, no creo que vayas a hacerlo. Como tú mismo dices, los dos entendemos de obsesiones.
– Ya. Tengo la impresión de que el FBI no sabe en qué se está metiendo en realidad.
– El tiempo lo dirá.
– ¿Y si, cuando se den cuenta, cierran la unidad?
– No permitiré que eso pase.
– ¿Sabes? -dijo Lucas con sorna-, casi te creo.
– Bien. ¿Nos vamos?
Salieron de la pequeña cafetería. Una hora después, iban en el coche alquilado de Bishop por la carretera del aeropuerto. Al principio, apenas hablaron. Casi habían llegado cuando Bishop preguntó por fin lo que sentía la necesidad de preguntar.
Con voz comedida dijo:
– ¿Por qué no puedes encontrarla?
Lucas contestó inmediatamente; era evidente que esperaba la pregunta.
– Porque no está perdida. Se está escondiendo.
– ¿Escondiéndose de mí? -Saltaba a la vista que a Bishop le costaba formular aquella pregunta.
– Sólo indirectamente. Tú sabes de quién se esconde realmente.
– Tiene miedo. Eso puedes sentirlo.
– Vagamente, a través de ti. Estuvisteis unidos en algún momento, supongo. Tu miedo por ella es el más intenso. Lo que capté de ella fue breve y muy tenue. Tiene miedo, pero es fuerte. Muy fuerte. Y segura de sí misma.
– ¿Está a salvo?
– Tanto como puede estarlo. -Luke lo miró-. No puedo predecir el futuro. Eso también lo sabes.
– Sí -repuso Bishop-. Lo sé. Pero en algún lugar hay alguien que puede.
– Entonces, espero que encuentres a ese alguien -dijo Luke mientras volvía a fijar la vista en la carretera que se extendía ante ellos-. Igual que me encontraste a mí.
Capítulo 1
En la actualidad Jueves,
20 de septiembre