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Al cabo de un momento, Lucas movió la cabeza de un lado a otro.

– En el último año y medio, hemos llegado a la escena del crimen a tiempo para que sintiera algo en menos de la mitad de los casos. Si ese tipo quiere que sufra…

– Está haciendo un trabajo excelente. Puede que cuando llegas demasiado tarde no sientas el miedo y el dolor de la víctima, pero en ese caso sufres seguramente aún más. Y eso lo sabe cualquiera que haya trabajado contigo o te haya visto trabajar.

Lucas luchó por contener el impulso repentino de extender los brazos hacia ella y se limitó a decir:

– Sufrir es un término relativo.

– No, en tu caso no lo es. -Su sonrisa fue leve y fugaz.

– ¿A qué has venido, Sam? -preguntó él, cambiando de tema. O no.

– Le he dejado una cosa a Jay -contestó ella de inmediato-. Un colgante que Caitlin Graham encontró en la mesilla de noche de Lindsay. Las dos creemos que lo pusieron allí el día que la secuestraron.

– ¿Por qué lo creéis?

Samantha se sacó la mano derecha del bolsillo de la chaqueta y se la mostró con la palma extendida.

– Hoy estoy en racha.

La habitación en la que trabajaba era pequeña y acogedora, o eso le gustaba creer. La casa estaba lo bastante apartada como para que nadie le molestara y, dado que no había vecinos cerca, sus idas y venidas eran sólo asunto suyo.

Como a él le gustaba.

Se inclinó sobre la mesa, moviéndose con cuidado. Se había puesto guantes para recortar palabras y letras de las páginas interiores del periódico local de Golden, que no habría tocado ninguna mano humana. Tenía a su lado un papel en blanco y pegamento.

Tuvo que reírse. Era absurdo, desde luego, y completamente innecesario utilizar letra impresa. Pero sabía que el efecto sería mucho mayor que el que surtiría una nota corriente generada por ordenador e impresa por inyección de tinta.

Además, era más divertido. Pensar en su reacción. Imaginarse la cara de Luke.

Era hora de subir la apuesta.

Se preguntaba si el agente se habría dado cuenta ya. Tal vez. Quizás hubiera deducido al menos una parte. Quizás estuviera empezando a comprender el juego.

En todo caso, el reloj avanzaba más deprisa. Ya no había tiempo para viajar tranquilamente por el este y el sureste; no había tiempo para descansar entre una jugada y otra.

Era un riesgo que había corrido, restringir el final de la partida a un único lugar, a un pueblecito. Tenía sus inconvenientes. Pero también sus ventajas, y presentía que éstas superaban a aquéllos.

Ya casi había acabado.

Casi.

Sólo unos cuantos movimientos más.

Se preguntó vagamente qué haría cuando todo acabara, pero alejó rápidamente de sí aquel interrogante fugaz y se inclinó de nuevo sobre su tarea.

Sólo unos pocos movimientos más…

– Nada de eso tiene sentido -dijo Lucas por fin.

– El experto en perfiles eres tú -respondió Samantha.

– ¿Esperas que haga el perfil de una visión?

– ¿Por qué no? Si un psicólogo forense puede hacer una necropsia psicológica de un muerto, ¿por qué no puedes tú de-construir una visión?

Jaylene, que se había sentado a un extremo de la mesa de reuniones y los miraba a ambos, sentados frente a frente, intervino para decir suavemente:

– A bote pronto, yo diría que la visión trataba sobre el miedo.

– Eso parecía, sí -dijo Samantha. Bebió un sorbo de té, hizo una mueca y murmuró-: Voy a estar despierta toda la noche.

– ¿Trabajas hoy? -preguntó Lucas.

– La feria está abierta, así que trabajo.

– Estás cansada. Vete a la cama temprano, duerme un poco.

– Estoy bien. -Se miró la palma marcada, donde permanecía aún la impronta del colgante de la araña y agregó-: Un poco más magullada, pero bien.

– Es peligroso, Sam. Eres una víctima potencial.

– No, hasta el miércoles o el jueves.

Lucas frunció el ceño.

– Eras tú la que no quería que diera cosas por sentadas tratándose de ese cabrón. No podemos asumir que vaya a seguir sus propias reglas, ¿recuerdas? No hay nada que indique que no va a secuestrar a alguien hoy o mañana mismo.

– Da igual. -Ella lo miró fijamente-. Lo único que puedo hacer es trabajar. Jugar con las cartas que tengo. Si soy uno de sus peones, tarde o temprano aparecerá para hacer su siguiente jugada.

– ¿Y si eres su reina? -preguntó Jaylene.

Samantha pareció por primera vez un poco desconcertada.

– El ajedrez no es lo mío. No sé lo suficiente para…

Lucas dijo:

– La pieza más poderosa del tablero. La reina es la pieza más poderosa del tablero.

Ella levantó las cejas.

– Dudo que yo sea eso.

– Se ha tomado muchas molestias para traerte hasta aquí -le dijo Lucas-. Hace un rato, Jay ha averiguado algo acerca de ese circo que estuvo antes que vosotros en el pueblo que pensabais visitar a continuación. Por lo visto, al propietario le pagaron para que cancelaran las dos semanas de vacaciones que tenían previstas y siguieran trabajando. El dueño supuso que era una especie de incentivo de alguien del pueblo. Era una oferta que no podía rechazar. -Lucas hizo una pausa-. La primera maniobra para alterar el itinerario de vuestra feria. Ahora explícanos tú por qué decidisteis instalaros en Golden.

– Ya te lo dije. Tuve un sueño.

– Una visión. ¿Qué viste, Sam?

Ella sacudió la cabeza lentamente, en silencio.

– Maldita sea, necesitamos saberlo.

– Lo único que necesitáis saber es que ese sueño nos trajo aquí. Le sugerí a Leo que Golden sería una alternativa perfecta. Él estuvo de acuerdo. Y vinimos aquí.

Jaylene arrugó el ceño.

– Así que el secuestrador no tenía control sobre eso -le dijo a Lucas.

Con la mirada todavía fija en Samantha, él negó con la cabeza.

– Ese tipo no dejó nada al azar. Nada. Sam y la feria están aquí porque él quería que así fuera. ¿No es cierto, Sam?

– Le pagaron -anunció triunfalmente Wyatt Metcalf desde la puerta-. A Leo Tedesco le pagaron diez mil dólares por traer la feria a Golden.

Samantha miró al sheriff sin cambiar de expresión. Después volvió a fijar la mirada en Lucas.

– Lo siento, creía habéroslo dicho -dijo con calma-. También estamos aquí porque a Leo le pagaron un adelanto en metálico, o eso dijeron, para que nos instaláramos en Golden. Un fajo de billetes y una carta sellada y enviada desde aquí, desde el pueblo. Supuestamente, de un donante anónimo que quería que montáramos la feria aquí, por sus hijos. Estoy segura de que el sheriff tiene una copia de la carta, o la tendrá muy pronto.

– ¿Y nada de eso te alertó de que quizás estuviera pasando algo sospechoso? -preguntó Lucas con aspereza.

– Sí. Pero, en fin, diez de los grandes… Yo juego con las cartas que tengo, ¿recuerdas? -Volvió a mirar al sheriff, esta vez fijamente-. No es la primera vez que nos pasa algo así, aunque la cantidad era… poco frecuente. Y antes de que empiece a pensar cómo podría detener a Leo por lo del dinero, tenga en cuenta, sheriff, que él ya anotó esa cifra en el libro de ingresos del trimestre pasado, en concepto de adelanto en efectivo. Para Hacienda. Y envió una copia de la carta como comprobante. Si hubiera querido ocultarlo, sus hombres jamás habrían encontrado ni rastro del dinero.

La expresión de estupor de Wyatt evidenció que no había considerado esa posibilidad, y su irritación fue tan obvia que Samantha sintió una punzada de lástima por él.

– Lo siento -le dijo-, pero sigo intentando decirle que Leo y la feria no tienen nada que ver con el secuestrador y sus planes.

– Veo que no se incluye usted en esa afirmación -replicó Wyatt.