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– Claro que no le creyó. ¿Quién cree en el suicidio a los doce años, excepto alguien que desea morir? Pero la vidente sí le creyó. Sabía que su amigo hablaba en serio y se arriesgó. Mientras todos ustedes escuchaban, le advirtió que moriría si no cambiaba de vida. Y le dijo que morir no resolvería nada, que no ayudaría a nadie y que sólo haría sufrir a los que quedaran detrás. -Samantha hizo una pausa y luego añadió rápidamente-: Intentaba ayudarle.

– No -dijo Wyatt-. Si no hubiera dicho eso, si no le hubiera metido esa idea en la cabeza…

– Ya estaba en su cabeza. Era ya su destino. Y usted lo sabe. Si quiere seguir culpándome, sea al menos sincero consigo mismo. Esa mujer no intentaba estafar ni engañar a nadie, y desde luego no pretendía hacer nada malo. Hizo todo lo que pudo por un desconocido.

Wyatt se quedó mirándola un momento. Después echó la silla hacia atrás, se levantó y abandonó la sala de reuniones.

– Sigo haciendo amigos, ¿eh? -murmuró Samantha mientras volvía a doblar el pañuelo y se lo apretaba contra la nariz, que todavía sangraba.

Lucas se dio cuenta de que seguía sujetándole la muñeca y la soltó.

– A nadie le gusta que otros saquen sus secretos a la luz -dijo.

– Sí, pero por lo menos ya sabemos que hay una explicación para su desconfianza y su desagrado… por no decir su odio. Yo confiaba sinceramente en que no fueran simples prejuicios ciegos.

Parecía cansada.

– Maldita sea, ¿quieres volver de una vez al motel y descansar un poco? -Se oyó decir Lucas con aspereza.

– Puede que eche una siesta antes de esta noche. -Samantha miró el reloj e hizo una mueca-. O puede que no. Tardo una eternidad en ponerme el dichoso maquillaje, si quiero hacerlo bien y no asustar a los clientes.

– Sam…

– No va a pasarme nada, Luke.

– ¿No? -Él le cogió la mano con que sujetaba el pañuelo y la apartó para que todos vieran la sangre escarlata-. ¿No?

Ella contempló el pañuelo; después levantó la mirada hacia él y se le limitó a decir:

– ¿Ha parado ya?

Tenía los ojos más oscuros que Lucas había visto nunca, unos ojos insondables. Lucas se preguntó cuántas cosas les estaba ocultando. Se preguntó también por qué se resistía a presionarla para averiguarlo.

Y fue Jaylene quien contestó por fin a Samantha, diciendo:

– Parece que sí. Sam, no hace falta ser médico para saber que esas hemorragias que desencadenan tus visiones no son un buen augurio. -Se quedó pensando y añadió-: Y perdona el juego de palabras.

Samantha esperó a que Lucas le soltara la mano; luego volvió a doblar el pañuelo y se tocó la nariz para limpiarse los últimos restos de sangre.

– No me pasará nada -repitió.

Lucas se apartó de ella y apoyó la cadera en la mesa de reuniones.

– Ya te ha pasado antes, ¿verdad? ¿Hoy mismo?

– Sí, ¿y?

– Jaylene tiene razón, Sam. Es un síntoma. -Lucas intentó controlar su voz, pero sabía que sonaba áspera-. Una señal de que te estás esforzando demasiado. La última vidente a la que vi sangrar por la nariz con frecuencia acabó en coma.

Pasado un momento, Samantha dijo:

– Dos veces en un día no es con frecuencia. Es… una excepción.

– Cielo santo, Samantha…

– Lavaré el pañuelo y te lo devolveré. Que tengáis buena suerte cuando registréis la casa de Lindsay. Espero que encontréis algo. Hasta luego, Jay.

– Adiós, Sam.

Lucas se quedó un momento donde estaba. Después le dijo a su compañera:

– En toda mi vida he conocido a nadie tan terco.

– Pues deberías mirarte al espejo.

Él volvió la cabeza para mirarla con el ceño fruncido; pero se limitó a decir:

– Hay que vigilarla, sobre todo esta noche, mientras esté trabajando. Sean cuales sean las reglas de ese cabrón, apostaría a que no incluyen ceñirse al horario que esperamos.

– No, eso seguramente sería demasiado previsible. Entonces, ¿crees de veras que Sam está en peligro?

– Ese tipo la conoce. La ha traído hasta aquí. Eso significa que es importante para él o para su juego.

Jaylene asintió con la cabeza.

– Estamos de acuerdo. Pero, Luke, aparte de Glen Champion, que ya ha doblado su turno estos últimos días, no hay nadie en el departamento que esté dispuesto a hacer de guardaespaldas de Sam. Y sabes tan bien como yo que un policía desganado puede ser más peligroso que no tener ninguno.

– Lo haré yo.

Jaylene no le preguntó cómo pensaba vigilar a Samantha veinticuatro horas al día.

– Nosotros iremos interrogando a los vecinos del edificio de Lindsay y registrando su apartamento -dijo-. Llamaré a Caitlin Graham para decírselo. De hecho, creo que voy a pedirle a Wyatt que destine un par de hombres a vigilarla.

– ¿Crees que podría ser una víctima potencial?

– Si ese tipo estaba vigilando la casa para ver quién encontraba el colgante, sabe que Caitlin está aquí. Es mejor asegurarse.

– Sí.

– El colgante va camino de Quantico. Quizás ellos encuentren algo que nos sirva. Entre tanto, tenemos las fotografías, si quieres echarle otro vistazo.

– ¿Tú no percibiste nada?

– No. Puede que porque Sam ya lo había tocado. -Jaylene sacudió la cabeza-. La verdad es que no me gusta pensar que ese tipo nos lleve tanta delantera que incluso supiera de antemano que el colgante acabaría en manos de Sam.

– A mí tampoco.

– ¿Crees que es un vidente?

Lucas frunció el ceño.

– No. Los datos que tenemos hasta ahora sugieren que manipula a la gente, que tal vez influye en los acontecimientos o hasta los provoca, pero nada indica que los presienta en un sentido paranormal.

– Entonces, ¿cómo sabía que Sam tocaría el colgante?

– Es cuestión de lógica. Estamos de acuerdo en que la conoce. Eso significa que sabía o sospechaba que se involucraría en la investigación.

– Sobre todo, estando tú aquí -murmuró Jaylene.

Lucas no hizo caso.

– El secuestrador podía suponer, lógicamente, que tarde o temprano alguien le pediría a Sam que tocara cualquier objeto o prueba que encontráramos.

– Mmmm. Ahora dime cómo consiguió imprimir toda esa energía, todo ese miedo, en el colgante.

– No lo sé. A menos que…

– ¿A menos que?

– A menos que lo llevara desde el principio. A menos que sea una especie de… testigo mudo de todo lo que ha hecho. De todo el terror que ha causado. De todo el dolor y el sufrimiento que ha infligido. De toda esa muerte. Nada de lo que ha dicho Sam recordaba a los secuestros o a los asesinatos, pero puede que ella haya vislumbrado su alma. Puede que sea eso lo que ha visto. Imágenes de terror y muerte.

– Santo dios. No me extraña que sangrara por la nariz. Es un milagro que no le haya dado un ataque al corazón.

– Sí. -Lucas se incorporó y miró hacia la puerta. Saltaba a la vista que tenía la mente en otra parte, y ello se reflejó en su tono ausente cuando dijo-: Llámame si descubrís algo en el apartamento o en el edificio de Lindsay.

– No cuentes con que encontremos nada.

– Creo que lo único que ese tipo dejó allí fue lo que quería que encontráramos. El colgante.

– Entonces, ¿a quién le toca hacer el siguiente movimiento?

– A mí. -Lucas salió de la habitación.

Jaylene lo siguió con la mirada.

– Pero en el tablero equivocado -murmuró-. Aunque… puede que no.

Caitlin no protestó cuando dos ayudantes del departamento del sheriff llamaron a la puerta de su habitación y le informaron de que estarían por allí por si necesitaba algo. Sintió, de hecho, cierto alivio, puesto que de vez en cuando algún periodista insistía en llamar a su puerta y se disculpaba luego profusamente por importunar.

Apenas diez minutos después de su llegada, los policías tuvieron que despedir a otra reportera. Caitlin, que estaba mirando por la ventana, sacudió la cabeza mientras la joven, decepcionada, recogía su pequeña grabadora y volvía a su coche.