Aquello le causaba no poca repugnancia. ¿Qué esperaban de ella? ¿Una declaración jugosa acerca de su desgracia? ¿Saber qué se sentía cuando asesinaban a tu hermana? ¿Una apelación directa y cargada de dramatismo al asesino para que se entregara?
Cielo santo.
Se apartó de la ventana, se sentó en la cama y miró un momento las noticias que daba el televisor, al que le había quitado el volumen. Después se levantó de nuevo. Estaba inquieta, pero no podía ir muy lejos en ninguna dirección. Las pequeñas habitaciones de un motel ofrecían poco espacio y aún menos cosas de interés, se dijo.
Una cama, una cómoda baja con la televisión en un extremo y un gran espejo al otro lado. Mesillas de noche. Una mesa redonda con dos sillas junto a la ventana, una presunta butaca al otro lado de la cama, cerca del cuarto de baño. Un cuarto de baño alicatado y provisto de una encimera con el espacio justo para apoyar la pequeña cafetera y quizás un neceser de reducidas dimensiones.
Caitlin conocía ya cada rincón de la habitación. Sabía que una de las sillas de la mesa cojeaba. Sabía que la mesilla de noche de la derecha tenía un cajón que se atascaba. Irónicamente, pensó, era el cajón que contenía la Biblia.
Sabía que la alcachofa de la ducha estaba fija, de modo que no podía regularse, y que el chorro de agua tenía tan poca presión que resultaba irritante. Sabía que las toallas eran ásperas. Sabía que la cama se hundía.
Rayaba la noche del día del entierro de su única hermana y estaba sola en la destartalada habitación de un motel que conocía demasiado bien, en un pueblo del que apenas sabía nada.
¿Por qué había elegido Lindsay aquel pueblecito para vivir? ¿Tal vez porque ser policía en un pueblo pequeño era más sencillo? ¿Porque aquel trabajo resultaba más fácil cuando uno reconocía las caras de casi todas las personas a las que veía a lo largo del día, cuando conocía a la gente a la que se esforzaba por servir y proteger?
– Ojalá te lo hubiera preguntado, Lindsay. -Se oyó murmurar-. Ojalá te lo hubiera preguntado.
Se sobresaltó cuando de pronto se activó el volumen del televisor y las cadenas comenzaron a cambiar a toda velocidad. El lacónico diálogo de una película antigua colmó el silencio de la habitación. Caitlin arrugó el ceño, cogió el mando a distancia de la mesilla de noche y apretó el botón del canal que tenía puesto anteriormente y el del volumen.
La televisión volvió a su estado anterior y se hizo el silencio.
Caitlin se recostó en la cama con un suspiro. Las noticias eran deprimentes, así que tal vez viera una película antigua…
La televisión comenzó a cambiar de nuevo de canal, deteniéndose sólo unos segundos en cada uno antes de pasar al siguiente. El volumen volvió a activarse y subió ligeramente. Una película antigua. Una telecomedia de los setenta. La biografía de una leyenda del cine muerta hacía tiempo. Un documental sobre dinosaurios. Vídeos musicales.
Llena de nerviosismo, Caitlin cogió rápidamente el mando a distancia y apagó el televisor.
Silencio.
Pero antes de pudiera dejar el mando, el aparato volvió a encenderse y de nuevo comenzó a cambiar de canal incesantemente.
Caitlin volvió a apagarlo y esta vez se acercó al enchufe de detrás de la cómoda y tiró del cable.
Al incorporarse en la habitación en silencio, la lámpara de su mesilla de noche parpadeó con una luz mortecina y se apagó. Unos segundos después, volvió a encenderse.
– Un problema con la electricidad -dijo en voz alta, y notó alivio en su voz-. No es más que eso…
El teléfono de la otra mesilla emitió un pitido extraño y breve. Pasaron largos segundos. El teléfono volvió a sonar, y de nuevo su timbre fue breve y extraño.
Caitlin se mordió el labio inferior mientras miraba el aparato como si fuera una serpiente de cascabel enroscada. Cuando el teléfono volvió a sonar, se acercó lentamente a él y se sentó al borde de la cama. Respiró hondo. Y levantó el auricular.
– ¿Diga?
Contestó el silencio. Pero no un silencio vacío. Se oía, por el contrario, un siseo bajo, el leve crepitar de la energía estática, y un zumbido casi inaudible que le hizo chirriar los dientes.
Colgó rápidamente y se quedó mirando el teléfono. Qué extraño. Pero sólo era eso… extraño. Infrecuente, pero no inexplicable. Había habido tormentas hacía poco, y seguramente en un pueblecito como aquél las líneas telefónicas eran viejas e inestables…
El teléfono sonó de nuevo, ahora con un pitido más largo y continuado.
Caitlin soportó aquel ruido todo el tiempo que pudo. Después volvió a levantar el auricular.
– ¿Diga? ¿Quién demonios es…?
– Cait…
Era casi inaudible, pero clara.
La voz de su hermana muerta.
– ¿Lindsay?
– Dile a Sam… que tenga cuidado. Él lo sabe. Él…
– ¿Lindsay?
Pero la voz se había desvanecido. Caitlin se quedó escuchando largo rato aquel silencio extraño y sibilante, y finalmente colgó el teléfono con mano temblorosa.
A pesar de lo que le había dicho Samantha ese mismo día, nunca había creído que hubiera algo después de la muerte.
Hasta ese momento.
En cuanto el cliente abandonó, impresionado, la caseta, Lucas salió de entre las cortinas que había detrás de Samantha y dijo:
– Has sido demasiado franca al decirle que no iba a conseguir ese ascenso.
– No va a conseguirlo. -Samantha se frotó las sienes-. Y deja de espiarme, ¿quieres?
– Lo único que digo es que no habrías tenido tan poco tacto si no hubiera sido periodista.
– Creía que los periodistas perseguían la verdad.
– Sí, en un mundo ideal. Ahora persiguen historias jugosas, y la verdad que se vaya a paseo.
– Te has vuelto más cínico. -Samantha lo miró fijamente. Lucas pasó a su lado y se asomó a la entrada de la caseta, cubierta con una cortina-. No logro imaginar por qué -añadió con ironía.
El se volvió a mirarla y se limitó a decir:
– Ahora mismo no hay nadie esperando. Parece que por lo menos vas a descansar un rato.
– Ya descansé hace una hora, cuando Ellis me trajo el té -le recordó ella-. Luke, no necesito un guardaespaldas.
– Claro que lo necesitas.
– No, pienses tú lo que pienses. Y, además, me distrae oír sonar tu teléfono detrás de mí cuando intento concentrarme.
– Perdona, olvidé poner el vibrador. Era Jay, para informarme sobre el registro. Tardaremos al menos un día más en hablar con todos los vecinos del edificio de Lindsay, pero de momento no ha habido suerte. Y no han encontrado nada útil en su apartamento.
– Menuda sorpresa.
Él suspiró.
– Bueno, teníamos que intentarlo.
Samantha lo miró con fijeza y se obligó a dejar de frotarse las sienes antes de que él hiciera algún comentario al respecto.
– ¿Crees que el secuestrador volverá a actuar pronto?
– Creo que hará algún movimiento. Sin duda sabe que, cuanto más tiempo pase aquí, en Golden, más tiempo nos da para encontrarlo. -Lucas se encogió de hombros-. Tardaremos en inspeccionar todas las fincas de la zona, pero lo haremos. El pueblo es lo bastante pequeño para que podamos hablar con todos los vecinos por separado, y no sólo con los que viven más apartados.
– Y él es lo bastante brillante para saberlo. No puede permitirse el lujo de quedarse aquí mucho más tiempo. Así que tiene que actuar más aprisa, forzarte la mano.
– Yo lo haría, si fuera él. -Lucas la observó. Luego dijo-: Nunca he podido acostumbrarme a hablar contigo vestida de Zarina. No tanto por los chales y el turbante como por el maquillaje. Se te da muy bien envejecerte.
– Un verdadero vislumbre del futuro. -Ella sonrió con sorna-. Ahora requiere menos maquillaje que antes, claro.