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– Sin el maquillaje sigues pareciendo una adolescente.

– Yo no fui una adolescente ni cuando lo era. Ya lo sabes.

– Pero nunca me lo contaste todo, ¿verdad?

Samantha no estaba segura de querer adentrarse en aquel territorio con Lucas, pero el día, que había sido extraño e inquietante, parecía haber afectado a las barreras que por lo general mantenía sólidamente levantadas entre ellos. Le dolía la cabeza y levantó de nuevo las manos para frotarse las sienes un instante.

– No preguntaste. -Se oyó decir-. Y tampoco me pareció que quisieras saberlo.

Lucas dio un paso hacia ella y apoyó las manos sobre la silla del cliente.

– ¿Me lo habrías contado, si te lo hubiera pedido?

– No sé. Puede que no. Estábamos bastante ocupados, si recuerdas. No había tiempo para sacar a relucir el pasado.

– Quizá sea eso lo que deberíamos haber hecho. Tomarnos tiempo para hablar.

– Estabas obsesionado con la investigación, ¿recuerdas? -dijo ella, no poco sorprendida.

– Siempre me pasa cuando desaparece un niño.

Samantha se sorprendió de nuevo, esta vez por el tono defensivo de su voz.

– No era un reproche. Sólo constataba un hecho. Estabas concentrado en la investigación, como era lógico. No era, como poco, el momento más adecuado para otra cosa.

– Entonces, ¿estoy perdonado?

– Por lo que pasó durante la investigación, no hay nada que perdonar. Soy mayorcita, sabía lo que hacía. Por lo que pasó después… Bueno, digamos que aprendí la lección.

– ¿Y eso qué quiere decir?

Samantha se salvó de contestar cuando otro cliente apareció, dubitativo, en la puerta cubierta con una cortina. Lucas tuvo que retirarse tras Samantha, aunque era evidente que la interrupción no le había hecho ninguna gracia.

En cuanto a Samantha, de nuevo tuvo que prepararse mentalmente para leer el futuro al tiempo que, por décima vez esa noche, iniciaba automáticamente su discurso.

– ¿En qué puede servirte Madame Zarina esta noche?

La adolescente se sentó en la silla del cliente, todavía indecisa.

– No he venido a que me lea el futuro -dijo-. Bueno, no del todo. Quiero decir que traigo esto… -Puso su entrada sobre la mesa cubierta de raso-. Pero no la he pagado yo. La ha pagado él.

Samantha se quedó inmóvil y fue consciente de que, tras ella, Luke estaba también paralizado. Relajó la voz hasta su tono normal y preguntó:

– ¿Quién la ha pagado?

La chica parpadeó, sorprendida por su cambio de voz, pero contestó enseguida:

– Ese tipo. No lo conocía. La verdad es que no le vi muy bien la cara porque estaba de pie en las sombras, junto a la caseta de tiro al blanco.

Sin poder evitarlo, Samantha dijo:

– Eres un poco mayor para que tengan que advertirte que no hables con extraños. Sobre todo, con hombres extraños.

– Sí, lo pensé -confesó la chica-. Después. Pero de todos modos había gente por todas partes y ese tipo no me siguió. Sólo señaló el borde del mostrador de la caseta y entonces vi un billete de veinte dólares doblado y la entrada. Dijo que el billete era mío si venía aquí a decirle que lamentaba haber faltado a su cita.

– A su cita.

– Sí. Dijo que le dijera que lo sentía y que estaba seguro de que se verían más adelante. -Sonrió alegremente-. Parecía muy disgustado.

– Sí -murmuró Samantha-. Apuesto a que sí.

– Hemos comprobado las líneas, Caitlin -dijo Jaylene-. La compañía telefónica dice que funcionan bien. No les pasa nada. Sentada al borde de su cama, Caitlin contestó:

– No me sorprende. Ni me tranquiliza. -La miró con incertidumbre-. Sam me dijo que, si pasaba algo, te llamara. Dijo que tú lo entenderías.

Jaylene se sentó en una de las sillas de la mesa y sonrió débilmente.

– Lo entiendo, créeme. Y, si te sirve de algo, lo que te ha pasado es bastante común, es uno de los sucesos más frecuentes en los anales de lo paranormal.

– ¿Sí? Pero yo no tengo poderes extrasensoriales.

– No, pero compartías un vínculo de sangre con Lindsay. El lazo entre hermanas suele ser uno de los más fuertes, por muy distantes que sean sus relaciones durante su edad adulta. Hay documentados muchos casos de personas recientemente fallecidas que se aparecen o hablan a sus familiares. Como eras su hermana, es lógico que, si Lindsay intentaba contactar con alguien, tú fueras la más indicada para escucharla.

– ¿Y tenía que ser por el puñetero teléfono?

– Parece extrañamente prosaico, ¿verdad? -dijo Jaylene-. Pero repito que no es tan infrecuente. Suponemos que, al igual que gran parte de las facultades parapsicológicas, tiene que ver con los campos electromagnéticos. La energía espiritual parece basarse en eso, así que es lógico que la necesidad de comunicarse se dirija a través de los conductos naturales de las líneas telefónicas y eléctricas. Es energía sirviéndose de energía.

– Entonces, ¿no podía hablar conmigo sin más? ¿Necesitaba usar… un aparato?

Jaylene vaciló. Después dijo cuidadosamente:

– Algunos médiums me han dicho que hay un lapso de tiempo, una transición, entre la muerte y la fase siguiente de la existencia. Durante ese tiempo, se necesita una personalidad excepcionalmente poderosa o decidida para comunicarse con una persona que no tenga facultades extrasensoriales. El hecho de que Lindsay haya sido capaz de hacerse oír por ti es bastante notable. El que haya podido hablarte…

– ¿Tú has hablado alguna vez con los muertos? -preguntó Caitlin.

– No.

– Pues da miedo, te lo aseguro. -Caitlin se estremeció sin querer; después, arrugó el ceño-. ¿Qué hay de lo que me dijo? ¿Esa advertencia para Samantha?

– Se la haré llegar, desde luego. Mi compañero está con ella ahora, así que supongo que está a salvo. -Fue ahora Jaylene quien frunció el ceño-. «Él lo sabe.» ¿Qué será lo que sabe?

– Ni idea. Pero debe de ser importante, o Lindsay no se habría esforzado tanto por comunicarse conmigo. -Miró con nerviosismo el televisor desenchufado-. Por lo menos, creo que era ella la que cambiaba los canales. Al principio no me di cuenta, pero cuando éramos pequeñas solía volverme loca cambiando de canal constantemente. Entonces, ¿crees que era ella?

– Seguramente. La energía espiritual parece afectar más fácilmente a los aparatos de televisión, o eso me han dicho. Es algo relacionado con la transmisión literal de la energía a través del aire que nos rodea.

Caitlin estaba más interesada en los resultados que en los métodos, al menos de momento.

– ¿Crees… crees que intentará ponerse en contacto conmigo otra vez?

– Sinceramente, no lo sé, Caitlin. Puede que sí, si se trata de algo muy importante para ella. Al menos, es posible que lo intente. Aunque puede que tarde algún tiempo en reconcentrar otra vez su energía. -Jaylene la observó un momento y añadió-: Si prefieres no quedarte sola, estoy segura de que podremos arreglarlo de algún modo.

– No. No, no importa. Si Lindsay quiere comunicarse conmigo, quiero oír lo que tenga que decir. No la escuché lo suficiente cuando estaba viva, así que ahora pienso escucharla.

– Ella no querría asustarte, Caitlin.

– Lo haría, si fuera necesario para que le preste atención. Era muy decidida, mi hermana.

– En ese caso, puede que vuelvas a tener noticias suyas.

– ¿Quieres que le pregunte algo? -dijo Caitlin con sorna.

– Bueno, te sugeriría que le preguntaras si sabe quién la mató, pero ya lo hemos intentado otras veces y parece que esa pregunta nunca nos lleva a ninguna parte.

Distraída un momento, Caitlin dijo:

– Me pregunto por qué será.

– Nuestro jefe dice que es el universo, que nos recuerda que nada es nunca tan simple como creemos. Seguramente tiene razón. Suele tenerla.

– Mmm. ¿Crees que seré capaz de comunicarme con ella? ¿O sólo de… recibir?