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«¿Es que hay alguna diferencia?»

Claro que la había. Él era capaz de separar ambas cosas.

«¿Ah, sí?»

¿Qué le había dicho Sam? ¿Que había elegido la salida más fácil permitiendo que Bishop solucionara la situación mientras él pasaba página, diciéndose que era lo mejor para todos? ¿Era eso lo que había hecho?

¿Podía haber sido tan arrogante? ¿Tan cruel?

– Deberías dormir -murmuró Samantha.

Lucas recordó que ella siempre había tenido esa facilidad, la capacidad de pasar en un instante de un sueño profundo a la perfecta vigilia. Como un gato, era más propensa a dormitar durante breves periodos de tiempo que a dormir a pierna suelta toda la noche, por muy cansada que estuviera.

– Sí, ahora -dijo él.

Samantha se incorporó apoyándose en un costado y lo miró con expresión solemne.

– Tu pistola está debajo de la almohada y tienes una mano encima de ella. No estás precisamente relajado para dormir.

Pasado un momento, Lucas sacó la mano de debajo de la almohada y tocó su mejilla. Con la misma calma que había mostrado Samantha, dijo:

– Dios mío, Sam, ¿es que no ves que estás en peligro? Ese cabrón te está vigilando.

– A ti lleva meses vigilándote. Y no me digas que tú puedes apañártelas solo. Los dos sabemos que yo también puedo.

– No se trata de que sepas apañártelas. Lindsay también sabía y está muerta.

– De acuerdo, tienes razón. Pero ahí fuera hay aparcado un coche patrulla con dos ayudantes del sheriff. La puerta está cerrada con llave y has encajado una silla debajo del picaporte. Además, si ese tipo ya nos estaba vigilando antes y sabe algo sobre ti, sobre nosotros, sabrá que estamos juntos, que vas armado y que lo estás esperando.

– Esta noche.

– Sí, pero después de su mensaje no es probable que haga otro movimiento tan pronto, ¿verdad? Uno de los objetivos del juego parece ser cogernos desprevenidos, así que advertirnos de antemano no sería muy inteligente.

– Sí, lo sé -reconoció él a regañadientes.

Samantha frotó la mejilla contra su mano, algo azorada.

– Entonces, creo que esta noche estamos a salvo.

Lucas notó que su boca se torcía.

– De él, supongo que sí.

– ¿Y el uno del otro?

Lucas tuvo que echarse a reír, aunque con sorna.

– Tienes un modo único de ir al grano, Sam.

– La vida es demasiado corta para andarse con gilipolleces. -La sonrisa de Samantha era también un poco irónica-. Sobre todo, habiendo por ahí un asesino al que le gustan los juegos peligrosos. Luke… no hace falta que me digas que ninguno de los dos ha pensado esto detenidamente.

– Igual que la última vez.

– No, nada de eso.

– ¿Y qué diferencia hay, Sam? Estamos en medio de una investigación, hay un criminal suelto, los medios de comunicación te persiguen a ti y a la feria…

– La diferencia -respondió ella- son las expectativas. Ya no espero un final feliz, Luke. Así que no tienes que preocuparte por eso.

– ¿No?

– No. Cuando acabe la investigación, tú pasarás a tu siguiente caso y yo me marcharé con la feria. Seguiremos con nuestros trabajos y nuestras vidas, cada uno por su lado. Y así es como debe ser.

Lucas se sintió molesto por su sereno fatalismo, pero no se detuvo a preguntarse por qué.

– ¿Quién lo dice?

Ella sonrió sin apartar sus ojos oscuros.

– Lo digo yo. Veo lo que va a ocurrir, ¿recuerdas? El futuro. Y mi futuro no te incluye a ti.

– ¿Estás segura de eso?

– Sí.

– Entonces, debo relajarme y disfrutar del presente, ¿no es eso?

– Bueno, al menos de este presente. De esta noche. Puede que de unas pocas noches más, si encontramos la ocasión. -Sus hombros se encogieron ligeramente-. No será tan difícil, ¿no? Lo pasamos bien en la cama. Eso no ha cambiado.

– Eso no era lo único que había entre nosotros, Sam.

– Es suficiente, por ahora.

Lucas podría haber argumentado en contra, pero entonces Samantha le besó en los labios, cálida y ansiosamente, y su cuerpo guardaba una memoria tan clara del de ella, estaba tan ávido de él, que no le permitió pensar con claridad. O no le permitió, sencillamente, pensar.

Ella tenía razón. Se lo pasaban bien, muy bien, en la cama.

El hostal en el que se hospedaban Jaylene y Lucas estaba al otro lado del pueblo respecto del motel, más cerca del recinto ferial y, a diferencia de lo que sucedía en el motel, su gerente no alquilaba algunas habitaciones por horas, de modo que era un lugar más tranquilo y lo bastante apartado de la carretera y del centro comercial más cercano como para verse libre del tráfico más intenso.

Aunque sólo llevaban allí una semana, Jaylene se sentía más a gusto en su habitación que en su propia casa. Aquél era, en opinión de Bishop, uno de los rasgos más útiles de su carácter: Jaylene era capaz de hacer su nido en cualquier parte. Así que había deshecho por completo las maletas, había colocado su ordenador portátil sobre la mesita escritorio que había junto a la cama y hasta se había pasado por una floristería del pueblo para comprar un jarroncito con flores con el que alegrar su genérica habitación sin vistas.

Ya que tenía que pasar la mayor parte de su vida en la carretera, quería al menos sentirse cómoda.

Era tarde y se había puesto su pijama de franela con gatitos, pero Jaylene era también un ave nocturna y seguía trabajando sentada ante su ordenador cuando se desató la tormenta… y sonó su teléfono móvil.

Miró el identificador de llamadas antes de contestar.

– Es tarde para que estés despierto. ¿O es que sigues en otra zona horaria?

– No, ya terminamos en Santa Fe -respondió Bishop. Hizo una pausa y luego agregó-: He intentado hablar con Luke hace un rato, pero me ha saltado el buzón de voz.

– Se ha pasado casi toda la tarde en la caseta de Samantha. Seguramente apagó el teléfono o conectó el modo vibración después de que yo interrumpiera una sesión de Samantha cuando lo llamé.

– Acabo de recibir el informe de hoy. ¿Ha habido suerte? ¿Habéis conseguido identificar al hombre que os hizo llegar ese mensaje a través de la chica?

– No. La chica no lo vio bien y, además, no es lo que se dice una testigo fiable. Creo que comentó algo así como que era «viejo, como de unos treinta años».

– Uf.

– Aja. De todos modos, no hubo tiempo de retener a toda la gente que había en la feria. Luke llamó a algunos ayudantes del sheriff para que interrogaran a los taquilleros y a la gente que lleva las otras casetas antes de que cerrara la feria, pero había mucho jaleo para ser lunes y nadie recordaba haber visto nada sospechoso.

– ¿Y Caitlin Graham?

– Lo que te decía en el informe. Posiblemente, un mensaje de Lindsay para advertir a Sam de que tuviera cuidado porque «él lo sabe». «Él» es, presumiblemente, el secuestrador. Lo que sabe sigue siendo un misterio, al menos para mí. Y todo esto contando con que el mensaje fuera auténtico, claro.

– ¿Tienes tus dudas?

– Respecto a la sinceridad de Caitlin, no. Está claro que tuvo una experiencia paranormal. Sentí la energía que quedaba en la habitación cuando llegué. Pero Caitlin también reconoce que la conexión telefónica (y ésta es la segunda vez hoy que hago un mal juego de palabras) era dudosa y que quizás oyera mal. No hay modo de saberlo con certeza, a no ser que Lindsay vuelva a contactar. -Hizo una pausa y añadió-: Podríamos recurrir a un médium.

– No tenemos ninguno disponible.

– ¿Y Hollis?

– Está liado con otro caso. -Bishop guardó silencio un momento. Después preguntó-: ¿Qué tal se las apaña Luke?

– Ya lo conoces. Cuanto más se prolongue esto, más se implicará. No le ha hecho mucha gracia descubrir que es el objetivo personal de los tejemanejes de un asesino en serie. Perder a Lindsay fue horrible, y lo sintió a todos los niveles.