– ¿Y Samantha?
– ¿Quieres saber cómo está o cómo afronta Luke el hecho de que esté aquí?
– Las dos cosas.
– Ahora parece más tranquila, más reservada. Puede que incluso un poco hermética. Se está esforzando mucho tanto física como emocionalmente para trabajar cada noche, creo que por alguna razón que de momento no nos ha dicho. Y, que yo sepa, le ha sangrado la nariz por lo menos dos veces, las dos después de tocar algo o a alguien y tener una visión.
– ¿Había violencia en las visiones?
– En la primera sí, un terror violento, según lo que nos contó. En la segunda, no tanto. Había un suicidio, pero no creo que Samantha lo viera directamente.
– ¿Le duele la cabeza? ¿Está especialmente sensible a la luz y el ruido?
– No estoy segura. Ella no dice nada.
– ¿Y tú qué opinas?
Jaylene se quedó pensando un momento.
– Si tuviera que hacer alguna conjetura, diría que tiene jaquecas. Sé perfectamente que está muy cansada y que no piensa tomarse unas vacaciones. Luke está preocupado por ella, eso es evidente.
– ¿Qué tal se llevan?
– Pueden trabajar juntos, más o menos. El se ha puesto de su parte delante del sheriff. Más o menos. Cree que lo que nos ha dicho es cierto, pero también que se está callando algo, y ese asomo de desconfianza es bastante obvio. Si yo lo veo, ella también lo verá. Han estado muy puntillosos el uno con el otro, por lo menos hasta esta noche. No sé, quizás arreglen las cosas ahora que pueden pasar un poco de tiempo a solas.
Bishop se quedó callado un momento. Después dijo:
– ¿Estáis todos convencidos de que ese asesino sigue en Golden?
Jaylene notó que Bishop ni siquiera asumía eufemísticamente la definición de aquel sujeto como un «secuestrador». Para él, un asesino era un asesino, y punto.
– No hay modo de saber con certeza si el mensaje que esa chica le dio a Samantha era del secuestrador o de algún periodista que intentaba hacerle morder el anzuelo. Podría ser esto último. La prensa anda buscando una historia y, desde su punto de vista, Samantha no se ha mostrado muy dispuesta a cooperar. No percibió nada en la entrada que le mandó ese tipo, ni en el billete de veinte dólares que le dio a la chica, ni yo tampoco. Sólo las huellas de la chica, claro.
– Responde a la pregunta, Jay.
Ella no vaciló.
– Sigue aquí. Sea por la razón que sea, la partida se acaba en Golden.
– Entonces, secuestrará a alguien más.
– Pocas veces me encuentro con una certeza, pero yo diría que en este caso así es.
– ¿Quiere poner a prueba a Luke… o hacerle daño?
– Cualquiera de las dos cosas. O ambas.
– Lo cual significa que cada vez se acercará más a él. Cúbrete las espaldas, Jaylene.
– Tengo siempre el arma a mano, te lo aseguro. -Ella se rio suavemente-. Pero, si quieres que te diga la verdad, no me siento indefensa. Esta noche he visto a tu guardián.
– Debe de estar perdiendo facultades -repuso Bishop, algo divertido.
– Bueno, eso dejaré que se lo digas tú. Deduzco que no teníamos que saber que estaba aquí.
– Es una simple precaución. ¿Lo sabe Luke?
– No me ha dicho nada. Yo me di cuenta hace sólo un par de horas.
– Hazme un favor y no se lo digas, a no ser que te pregunte.
– ¿Guardarle secretos a mi compañero? No le gustará cuando se entere.
– Dile que te lo pedí yo y déjame a mí aguantar el chaparrón.
– Por mí encantada. Mientras tanto, como sin duda ya sabrás, la policía local no está muy por la labor de vigilar a Samantha. Y si Luke piensa quedarse cerca de ella de aquí en adelante, tal vez se vea obligado a ponerle las esposas.
– Eso depende de cómo vayan las cosas en esa habitación de motel -murmuró Bishop.
Jaylene contestó con severidad:
– Lo que quería decir es que, si piensa hacerle de guardaespaldas mientras dure el caso, la gente del departamento del sheriff del condado de Clayton sólo aceptará su presencia si Luke la detiene, al menos nominalmente, y la lleva con esposas.
– Luke puede fingir una detención, si es preciso.
– ¿Sabe?, para ostentar un puesto tan importante y con tanta autoridad como el tuyo, a veces te gusta mucho mandar el reglamento a paseo.
– Conocer las reglas es una cosa, y seguirlas ciegamente todo el tiempo, otra bien distinta. -Bishop suspiró; su buen humor se había desvanecido-. Si llegara el caso, seguramente con detener a Samantha sólo conseguiríamos atraer más la atención de los medios sobre la investigación.
– Sí, pero pasará lo mismo si está siempre pegada a Luke. ¿Un agente federal con una vidente de feria como compinche? O como quieran definir su relación. Y conociendo los altos criterios morales de los medios de comunicación, «compinche» será posiblemente la palabra más suave que empleen.
– Me pregunto si Luke lo habrá tenido en cuenta.
– Yo no me lo pregunto: no lo ha tenido en cuenta. Se le pone visión de túnel, ya lo sabes. Por eso es tan bueno.
– Y por eso es tan difícil trabajar con él.
– ¿Me has oído a mí quejarme?
– No, por suerte. -Bishop suspiró-. Tendréis que apañároslas con Samantha lo mejor que podáis. Entre tanto, lo que decía de que te vigilaras las espaldas iba en serio. Si ese asesino quiere poner a Luke a prueba, es probable que fije sus miras en los más cercanos a él. Y eso te incluye a ti.
– Y a Sam.
– Y a Samantha, sí. Lo que me inquieta del mensaje que le dieron es que no hay motivo razonable para que el asesino nos alerte de que la está vigilando. A no ser que…
– ¿A no ser qué?
– A no ser que fuera un juego de manos. Y, si es así, si Sam es el elemento de distracción…
– Entonces, ¿dónde está el truco? -concluyó Jaylene.
Eran más de las cinco y no había clareado aún cuando Samantha se removió y se incorporó ligeramente en la cama. Lucas yacía boca abajo, junto a ella, con un brazo echado sobre su cuerpo y la cara medio hundida en la almohada. Dormía profundamente, relajado por completo, como nunca lo estaba despierto.
Samantha lo observó largo rato a la luz de la lámpara, estudiando su rostro. Su oficio le envejecía: aparentaba más de los treinta y cinco años que tenía. Al mismo tiempo, la suya era una de esas caras a las que el paso de los años trataría con respeto. Siempre, pensó Samantha, sería un hombre guapo.
Y, naturalmente, también sería siempre un incordio.
Aquella idea cargada de ironía le hizo sonreír sin que pudiera evitarlo y, mientras sonreía, la lámpara que había junto a la cama parpadeó varias veces. Ella aguardó y observó la lámpara, que al cabo de un minuto volvió a parpadear.
Se apartó suavemente del brazo de Luke y salió de la cama. No se esforzó en exceso por no hacer ruido; cuando Luke dormía, hacía falta un gran estruendo o la percepción de un peligro para despertarlo.
Y, por más dudas que abrigara cuando estaba despierto, su subconsciente sabía que ella no suponía ningún peligro.
Samantha contaba con ello.
Se vistió rápidamente con ropa abrigada, se acercó a la puerta y apartó la silla que él había encajado bajo el picaporte. Se volvió hacia la ventana que había junto a la puerta y echó un vistazo fuera. El coche patrulla que debía vigilar el motel (o, mejor dicho, a Caitlin Graham) estaba aparcado en un extremo, cerca de la habitación de Caitlin. Samantha apenas distinguía a los agentes sentados en su interior. Mientras miraba, uno de ellos salió del coche, dio una vuelta, bostezó y se desperezó en un esfuerzo evidente por mantenerse despierto. El del lado del copiloto parecía haberse quedado dormido ya.
Samantha esperó hasta que el policía volvió al coche y quedó de nuevo de espaldas a ella; entonces recogió su llave y salió de la habitación sin hacer ruido. Sólo tardó unos segundos en desaparecer más allá de la esquina y perderse de vista.