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Esperó allí un minuto más, hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad; luego se orientó y se alejó del hotel en dirección a una bocacalle cercana. Cincuenta metros más allá, cruzó la calle y se detuvo a la sombra de un edificio desvencijado que ahora servía de almacén, pero que en sus inicios había sido algo mejor.

– Buenos días.

Samantha no se sobresaltó, pero su voz sonó algo tensa cuando dijo:

– Tenemos que hablar de estas pequeñas reuniones matutinas. ¿Y si tu sutil señal con la luz alertara a los ayudantes del sheriff o despertara a Luke?

– Los ayudantes del sheriff estaban poco menos que roncando y ni siquiera miraban hacia tu habitación. En cuanto a Luke, los dos sabemos que, cuando se queda dormido, duerme como un muerto. Y contaba contigo para que le hicieras dormir.

– Quentin, te juro que…

– No pretendía ofenderte. ¿Haría yo eso? Sólo quería decir que… En fin, da igual. Supongo que no sospecha nada -añadió rápidamente.

– Sospecha mucho. Sabe perfectamente que hay algo que no le cuento.

– Pues me sorprende, siendo tú tan buena actriz.

Samantha cambió un poco de postura para aprovechar mejor la poca luz que había, y levantó la mirada hacia él.

– ¿Esta mañana te has propuesto que me enfade contigo?

– Cálmate. Santo cielo, eres tan quisquillosa como Luke. Hacéis muy buena pareja. -Quentin sacudió la cabeza.

– Eso -dijo ella- está por ver. No puedo quedarme mucho tiempo. ¿Hay algo que deba saber?

– Sí. El jefe dice que se nos está agotando el tiempo.

– ¿Y le pagan una pasta por confirmar lo obvio?

Los dientes blancos de Quentin brillaron cuando sonrió.

– No vas a dejar que se vaya de rositas, ¿eh?

– No, si puedo evitarlo.

Él contuvo la risa.

– Bueno, no digo yo que en este caso no se merezca que le hagan pasar un mal rato, pero seguramente las cosas mejorarán con el tiempo. Habla en serio, Sam. Estamos en un punto crítico y, si no lo superamos con éxito, ese cabrón se nos escapará.

– ¿Y si se escapa?

– Ya sabes lo que pasará. Tú lo viste. Y lo que viste es… inaceptable. Tenemos que detenerle aquí, en Golden. Cueste lo que cueste.

– Para tu jefe es fácil decirlo. Él no está en el punto de mira.

– Sí lo está -repuso Quentin en voz baja-. Todos lo estamos.

Pasado un momento, Samantha asintió con la cabeza.

– Sí, lo sé. Pero eso no lo hace más fácil.

– No. Nunca.

– Mira… -Ella titubeó; después añadió-: No sé hasta qué punto podré controlar la situación de aquí en adelante. Lo que podré cambiar. La verdad es que las cosas ya se me han ido de las manos.

– ¿Te refieres a lo tuyo con Luke?

– No, eso no pasaba. No pasaba porque yo no estaba aquí. Y no sé de qué forma cambiará las cosas. Puede que cambie lo que no debía. Puede que cambie demasiadas cosas.

Quentin contestó pensativamente:

– Tengo que darle la razón a Bishop. Dijo que a estas alturas ya estarías dudando.

Ella se crispó.

– No estoy dudando.

– No era un insulto -repuso él en tono ausente-. Dijo que te recordara que, cuando decidimos dar el primer paso para intentar cambiar lo que viste, nos comprometimos. Si nos detenemos antes de que nuestra labor acabe, podríamos empeorar las cosas.

– ¿Hay algo peor que perder a Lindsay?

– Respecto a eso tú no podías hacer nada.

– ¿No? -Samantha dejó escapar un breve suspiro-. Ya no estoy tan segura. Lindsay no debería haber muerto, Quentin. No es eso lo que yo vi.

– Cuando todo esto empezó, no estabas segura de lo que habías visto. Al menos, de eso. De la mayoría de las víctimas. Viste los mecanismos, la… eficacia brutal de un asesino en cadena. Y le viste actuar muy lejos de Golden después de acabar lo que se había propuesto hacer aquí. Pase lo que pase, no podemos permitir que eso ocurra.

– Lo sé. No estaría aquí si no compartiera ese objetivo. Pero de algún modo la balanza comenzó a desequilibrarse con Lindsay. Recogí ese pañuelo en la feria y vi a otra víctima asesinada el día que murió Lindsay. Así que, ¿por qué no ocurrió lo que vi? ¿Por qué murió Lindsay?

– Quizá porque tú avisaste a la mujer a la que ese tipo se proponía matar.

Samantha no había considerado aquella posibilidad, pero, al hacerlo, sacudió la cabeza.

– Avisé a Mitchell Callahan y aun así murió. No, no es tan sencillo. Hay algo más. Tengo la impresión de que hay algo más.

– ¿Qué más?

– Si lo supiera… -contestó Samantha, exasperada.

– Está bien, está bien -dijo Quentin-. Mira, lo único que podemos hacer es… lo que podemos hacer. Puede que con el paso del tiempo descubras qué es lo que va mal. O puede que no. En todo caso, eso no cambia el plan de juego.

Samantha planteó una última objeción.

– No me gusta mentir a Luke.

– No le estás mintiendo, sólo estás… omitiendo algunos detalles.

– Y tú estás hilando muy fino.

Quentin suspiró.

– ¿Quieres detener al asesino?

– Claro que sí, maldita sea.

– Entonces juega con las cartas de que dispones, como has hecho desde que llegaste a Golden. No tienes elección, Sam. Ya ninguno de nosotros tiene elección.

Samantha respiró hondo y asintió con la cabeza.

– Sí. Está bien. Si tengo razón, recibiremos otro mensaje del secuestrador, pero esta vez por escrito. Un desafío, seguramente relacionado con otro secuestro. Será la primera oportunidad que tenga Luke de intentar introducirse realmente en su cabeza.

– Una oportunidad que nos hace falta.

– Lo sé.

– ¿Podrás hacer lo que sea necesario ahora que Luke y tú sois amantes? -preguntó Quentin sin rodeos.

– No me queda más remedio, ¿no?

Esta vez fue Quentin quien asintió con una inclinación de cabeza, pero añadió, más serio:

– El jefe también me ha pedido que te diga que te lo tomes con calma y descanses cuando puedas. Las hemorragias nasales no son buena señal para un vidente. Si te quemas ahora, perderemos el rumbo.

– Sí, bueno -contestó ella con sorna-, dile al capitán que agarre con fuerza el timón, ¿de acuerdo? Porque la nave no puede mantener su curso sin él.

– Nos estamos metiendo en honduras metafóricas -contestó Quentin reflexivamente-. Nunca había pensado en Bishop como en un capitán, pero…

– Es demasiado temprano para juegos de palabras -dijo Samantha-. No os alejéis, es lo único que os pido.

– No lo haremos.

Samantha levantó una mano en señal de despedida, cruzó la calle rápidamente y se dirigió al motel. Se deslizó de nuevo en su habitación sin que los ayudantes del sheriff la vieran y, al cerrar la puerta tras ella, vio con alivio que Lucas seguía profundamente dormido.

Volvió a encajar la silla bajo el picaporte y se quitó la chaqueta y los zapatos, pero no se molestó en desvestirse. Eran más de las seis y pronto amanecería. Sabía que no podría volver a dormirse.

Sacó uno de sus libros de la cómoda y se sentó en la butaca, estiró las piernas y apoyó suavemente los pies sobre la cama. Se quedó allí sentada largo rato, mirando el rostro dormido de Luke; después cambió de postura y abrió el libro.

– No estás en mi futuro, Luke -murmuró suavemente-. A menos que yo te ponga en él.

Jaylene estaba todavía bostezando mientras se tomaba el café cuando llegaron Lucas y Samantha, y de una sola ojeada comprendió que habían discutido.

Su conjetura se vio confirmada cuando Samantha dijo con leve irritación:

– ¿Cuánto tiempo crees que tolerará el sheriff mi presencia aquí? Buenos días, Jay.

– Si Wyatt quiere discutir al respecto, discutiremos -respondió Lucas-. Le guste o no, te necesitamos. Hola, Jaylene.