– El café está recién hecho -les informó ella.
– Debería estar en la feria -dijo Samantha-. Tengo cosas que hacer.
– Sam, ¿tenemos que seguir discutiendo sobre esto? -Lucas le dio una taza de café, pero no la soltó hasta que ella lo miró a los ojos-. Quiero que estés aquí. Te necesito.
Ella vaciló. Después asintió con la cabeza.
– De acuerdo, está bien.
No había aceptado de buen grado, pero había aceptado a fin de cuentas, y Lucas pareció visiblemente aliviado.
Jaylene comprendía por qué. Samantha podía ser muy escurridiza cuando no quería estar en alguna parte.
Se sentaron a la mesa de reuniones con sus cafés, pero Lucas apenas había tenido tiempo de preguntar a Jaylene si había noticias de Quantico (y ella apenas había tenido tiempo de contestar negativamente) cuando Champion, el ayudante del sheriff, llamó a la puerta abierta.
– Hola -dijo-. Pensaba que el sheriff estaría aquí.
– No, no lo hemos visto. -Lucas miró al joven con las cejas levantadas-. ¿Se sabe algo nuevo?
Champion suspiró y pareció vacilar. Después dijo en tono de disculpa:
– El sheriff dijo que acudiéramos primero a él, pero… En fin, esto lleva tu nombre.
– ¿Qué es lo que lleva mi nombre?
– Esto. -Champion sacó un sobrecito de papel de estraza que deslizó sobre la mesa, hacia Lucas-. Estaba con el correo normal, así que sabe dios cuánta gente lo habrá tocado. He pensado que, de todos modos, quizá dentro haya algo útil.
Lucas miró fijamente el sobre.
– ¿Qué te ha hecho sospechar? -preguntó.
– No lleva sello, y menos aún matasellos. -Champion se encogió de hombros, titubeó un momento, luego dio media vuelta y salió de la sala de reuniones.
– ¿Luke? -Jaylene se había inclinado hacia él-. ¿Qué es?
– Va dirigido a mí, aquí, a la comisaría. Está pulcramente escrito a máquina. Y Champion tenía razón: no lleva sello. Han tenido que entregarlo en mano. -Se apartó de la mesa el tiempo justo para ponerse unos guantes de látex mientras decía-: Todos sabemos que no habrá huellas, pero de todas formas hay que cumplir con el protocolo.
Jaylene se fijó en algo.
– La solapa está alisada, pero no pegada -dijo-. Y no lleva sello pegado con saliva. No se arriesga a dejar ni rastro de su ADN, ¿mmm?
– Es demasiado listo para eso -dijo Samantha.
Luke le dio la razón con un gesto de asentimiento. Las dos mujeres le observaron mientras abría cuidadosamente el sobre cerrado pero sin sellar y sacaba una hoja de papel doblada una sola vez. Desplegó la hoja sobre la mesa para que todos pudieran verla.
– Maldita sea -masculló-. Ese cabrón se lo está pasando en grande. ¿Por qué usa letras de periódico si tiene una impresora de inyección a la que es prácticamente imposible seguirle el rastro?
– Por el efecto que causa -murmuró Samantha-. Para imaginarse nuestras caras. Y por la habilidad que hace falta para cortar y pegar las letras y las palabras.
Lucas asintió de nuevo distraídamente mientras se inclinaba sobre la nota. Ésta tenía un aspecto tosco (las palabras estaban escritas con letras de prensa de tamaño desigual), pero era breve y concisa.
Sólo hay una regla, Luke.
Adivina cuál es.
Lo TENGO A ÉL.
Si no lo encuentras a tiempo,
él morirá.
Que pases un buen día.
– ¿«Si no lo encuentras»? -Lucas miró a sus compañeras con el ceño fruncido-. ¿Ya ha secuestrado a alguien? ¿A quién?
Hubo un largo silencio. Después, Samantha dijo en voz muy baja:
– Tal vez convendría buscar al sheriff.
Wyatt Metcalf se sentía un poco mareado y se preguntaba qué demonios había bebido antes de irse a la cama. No recordaba gran cosa, sólo la abrumadora necesidad de emborracharse para poder dormir.
Aparentemente había conseguido su propósito, porque tenía la impresión de haber dormido un siglo.
Bostezó e intentó cambiar de postura; sólo entonces se dio cuenta de que no podía moverse. Sentía los párpados como si estuvieran forrados de papel de lija, y le costó tres intentos forzarlos a abrirse, arañando sus ojos sin duda inyectados en sangre.
Al principio, todo estaba borroso. Parpadeó trabajosamente hasta que por fin sus ojos se despegaron un poco y pudo ver.
Lo que vio no tenía sentido al principio. No tenía sentido porque desafiaba la razón. Madera recia. Una soga. No, un cable. Y una cuchilla de acero, pesada y reluciente.
¿Una guillotina?
Pero ¿qué diablos…?
Volvió la cabeza un poco y vio reflejarse la luz en la afiladísima cuchilla. En la cuchilla suspendida para caer.
En realidad, no comprendió lo que ocurría hasta que intentó moverse de nuevo; después, estiró la cabeza para ver todo lo que pudiera. Y lo que vio cobró sentido por fin.
Un sentido aterrador.
– Mierda -murmuró.
Capítulo 12
– ¿Sabías que sería Metcalf? -preguntó Lucas casi dos horas después, cuando se hallaban reunidos de nuevo en la sala.
Samantha negó con la cabeza.
– Si lo hubiera sabido, te lo habría dicho.
– ¿Qué sabías? -La voz de Lucas era plana, dura.
– Sabía que habría otro secuestro. Pero eso también lo sabías tú; no tenía que decírtelo.
– ¿Qué más?
– Repito que lo mismo que tú. Que el objeto de este juego tan retorcido es que los buenos encuentren a la víctima antes de que se le agote el tiempo. -Pensativa de pronto, añadió-: Aunque, en este caso, no ha marcado un plazo, ¿no? No ha pedido rescate.
– Entonces, ¿cuánto tiempo tenemos?
Ella lo miró levantando las cejas.
– ¿Se supone que debo saberlo?
– ¿Lo sabes?
Samantha miró a Jaylene, que guardaba silencio; volvió luego a fijar la mirada en Lucas y dijo con premeditación:
– ¿Eres así con todas, Luke, o sólo conmigo? Porque, como ésta es nuestra segunda vez, tengo mis dudas.
Él arrugó aún más el ceño.
– ¿De qué estás hablando?
– Ya me acerqué una vez. Demasiado, por lo visto. Y, lo mismo que ahora, te pasaste la mañana acribillándome a preguntas sobre lo que sabía y lo que no. -Hizo una pausa y añadió con frialdad-: La última vez me dolió mucho. Esta vez, sólo me fastidia.
– Sam…
– No tengo por qué estar aquí, Luke. No tengo por qué involucrarme en esta investigación. De hecho, sé que estaría mucho más segura y que desde luego tendría menos problemas si volviera a la feria, hiciera las maletas y le pidiera a Leo que nos marcháramos de aquí unos días antes; si volviera a ocuparme de mis asuntos. Estoy aquí porque tenía la impresión de que podía echar una mano. Así que, ¿por qué demonios iba a mentirte?
– Por lo que pasó la última vez -replicó él.
Jaylene, que escuchaba y observaba con calma, era muy consciente de que unos minutos preciosos iban pasando. Pero aún más consciente era de la necesidad vital de que Samantha y Lucas alcanzaran una suerte de entendimiento. Enfrentados el uno al otro (pensó), ambos estaban, en el mejor de los casos, incompletos. De modo que siguió observando, y escuchó, y no dijo nada.
– Ah, ya veo. -Samantha sacudió la cabeza con una sonrisa leve y amarga-. Es venganza lo que busco. ¿No es eso? ¿De veras crees que me quedaría de brazos cruzados y permitiría que muriera gente inocente sólo porque hace tres años me dejaste? Porque, si es así, Luke, es que nunca me has conocido.
– Yo no… -Él se detuvo y dijo luego con voz firme-: No, no es eso lo que creo. Lo que creo es que nos estás ocultando algo, Sam. La visión que te trajo aquí…
– No te ayudaría a encontrar a Metcalf ni al asesino aunque te la contara con todo detalle. Y ya he dicho que no pienso contarte nada más de esa visión. Tengo mis motivos. Tendrás que creer, o confiar en que esos motivos son buenos. -Le sostuvo fijamente la mirada-. Antes no confiabas en mí. Quizá por eso se fue todo al infierno, o puede que no tuviera nada que ver. En todo caso, esta vez es un poco distinto. Así que tienes que decidir, Luke. Enseguida. O confías en mí o no confías. Si confías, estoy dispuesta a hacer lo que pueda para ayudarte en la investigación. Si no, me marcho. Inmediatamente.