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– No. Esto está muy cerca de una zona de descanso y un mirador. Mucha gente pasa por aquí. Pero tengo la impresión de que nadie se detiene mucho tiempo.

Metcalf tomó debida nota de su tono y su expresión, así como de su postura y de los gestos que intercambiaba con su compañero: Jordan era el más veterano de los dos, pero Avery parecía confiar en la posición que ocupaba y sentirse completamente a gusto con él. El sheriff tuvo la impresión de que eran compañeros desde hacía tiempo.

Jaylene Avery, que parecía tan relajada como Jordan cargado de tensión, era una mujer preciosa, de poco más de treinta años, con el pelo negro recogido severamente hacia atrás, un impecable cutis café con leche y ojos castaños e inteligentes. Su leve acento sureño indicaba que probablemente se sentía más cerca de casa allí, en Carolina del Norte, que cuando estaba en Quantico.

No como Jordan, cuya voz baja y serena, pero un tanto cortante y rápida, situaba su origen en algún punto muy al norte de allí.

– ¿Qué esperaba encontrar? -le preguntó Metcalf a Avery sin poder evitar que la tensión se reflejara en su voz.

Ella volvió a sonreír.

– Sólo intentaba hacerme una composición del lugar, sheriff, no estaba buscando nada que su gente o usted hubieran pasado por alto. A veces, con sólo retroceder un poco para tener una panorámica general, se descubren muchas cosas. Por ejemplo, después de pasearme por aquí, por la zona donde se encontró el cuerpo, puedo decir con bastante seguridad que nuestro secuestrador está en excelente forma física.

– Para traer el cuerpo hasta aquí, quiere decir.

– Sabemos que la víctima no murió aquí. Esta zona está llena de senderos, pero son senderos para excursionistas expertos, no para domingueros a los que sólo les interesa ver el paisaje: caminos rocosos y empinados que apenas se ven, a no ser que uno sepa dónde mirar. El solo hecho de llegar hasta aquí desde una de las rutas principales ya supone un gran esfuerzo, pero si además se acarrea durante todo el camino un bulto muy pesado y poco equilibrado desde el punto de vista ergonómico… No hay marcas de ruedas, ni de cascos, ni de que se haya arrastrado algo. Y el secuestrador no tuvo que cargar solamente con el cuerpo de un hombre de estatura superior a la media. También tuvo que traer la cabeza.

Metcalf se vio obligado a admitir que no había prestado mucha atención a la cuestión del traslado del cuerpo y de la cabeza cercenada.

– Comprendo lo que quiere decir. Debe de ser un toro y tener mucha suerte, si no se cayó y se partió el cuello por el camino.

Ella asintió.

– Este terreno es muy traicionero. Sabemos que se encontró rocío debajo del cuerpo, de modo que tuvo que traerlo de noche o bien por la mañana, muy temprano. Debía de llevar también una linterna.

Jordan añadió:

– De noche o por la mañana temprano; trajo el cuerpo cuando era menos probable que lo vieran. Fue cuidadoso. Muy cuidadoso.

– Puede que sólo tuviera suerte -le dijo Avery a su compañero.

Jordan frunció el ceño.

– No creo -dijo-. La pauta es demasiado clara, demasiado marcada. Todas las víctimas fueron secuestradas en un momento del día en que era muy probable que estuvieran solas; las tres fueron retenidas entre cuarenta y ocho y setenta y dos horas antes de morir; y, según las pruebas forenses, las tres fueron asesinadas después de que se pagara el rescate. En todos los casos, la llamada pidiendo el rescate se produjo un jueves, para dar tiempo a la familia a reunir el dinero y asegurarse de que los bancos, como era final de semana y tenían que pagar salarios, disponían de suficiente liquidez. Nunca ha pedido demasiado, sólo el límite máximo que los familiares podían conseguir. Planeó cada paso y mantuvo vivas a las víctimas, sin perder en ningún momento el control, hasta que tuvo el dinero en sus manos.

– Un sujeto con mucha sangre fría -comentó Metcalf.

Jordan, que comprendía exactamente lo que quería decir el sheriff, hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.

– Hace falta ser muy calculador y poseer una crueldad muy peculiar para pasar algún tiempo con alguien al que sabes que vas a matar. Una cosa es una víctima anónima y sin rostro, pero, si esa víctima se convierte en un individuo con personalidad propia, si se le pone cara a ese objeto, destruirlo resulta muchísimo más difícil.

Esta vez fue el sheriff quien arrugó el ceño.

– ¿Cómo sabemos que pasó algún tiempo con ellos? Puede que los tuviera encerrados en una habitación o en un sótano, atados, amordazados, con una bolsa en la cabeza. Eso habría hecho yo. ¿Qué le hace pensar que se relacionó con ellos?

– Llámelo una corazonada.

– Eso no me sirve. -El ceño de Metcalf se hizo más profundo-. ¿Qué hemos pasado por alto?

Jordan y Avery se miraron.

– No han pasado nada por alto, sheriff -dijo ella-. Simplemente, hay cierta información que ustedes desconocían. Durante el último año y medio hemos estado siguiendo la pista a una serie de secuestros en el este y el sureste.

– Y la palabra justa es «siguiendo», porque solemos llegar demasiado tarde para ayudar a las víctimas -añadió Jordan casi en voz baja y con no poca amargura.

Su compañera le lanzó una breve mirada.

– Creemos que esos secuestros están conectados -le dijo al sheriff-. Y creemos que tanto éste como los otros dos que se produjeron en esta zona forman parte de esa serie. Desde luego, como dice Luke, cumplen la pauta.

– ¿Un secuestrador en serie? Nunca había oído hablar de una cosa así.

Esta vez fue Jordan quien respondió.

– Porque la gran mayoría de los secuestros por dinero que tienen éxito se planean y llevan a cabo como acciones únicas. Ya viva o muera la víctima, el secuestrador consigue su dinero, normalmente lo suficiente como para llevar cierto tren de vida el resto de sus días, y desaparece para dedicarse a ello. Incluso cuando tienen éxito, muy pocos lo intentan una segunda vez. Su compañera añadió:

– Hoy en día, es cada vez más difícil que un secuestro por dinero tenga éxito, y, debido a las complicaciones que implica, no es un delito frecuente.

Metcalf, que estaba pensando en esas posibles complicaciones, dijo:

– Los sistemas de seguridad electrónicos, los guardaespaldas, la vigilancia de rutina en los bancos y los cajeros automáticos, y ahora hasta en las calles… ¿Esa clase de cosas? Jordan asintió con la cabeza.

– Exacto. Además de las penas cada vez más severas y de la simple logística necesaria para secuestrar y retener a una persona viva. Muchas víctimas acaban siendo asesinadas sencillamente porque es un engorro mantenerlas vivas el tiempo necesario.

– Pero no es eso lo que está pasando con ese secuestrador en serie, si es que existe.

– No. Él no deja nada al azar. El retener a sus víctimas en lugar seguro el tiempo que sea necesario es simplemente otro paso de su plan, un paso que, evidentemente, le enorgullece llevar a cabo con éxito.

– ¿Y relacionarse con ellos es otro paso?

– Creemos que sí.

– ¿Por qué lo creen?

Jordan y Avery volvieron a mirarse.

– Porque tenemos una superviviente -dijo él-. Y, según dijo, era un hombre muy cordial, muy hablador. La trataba como una persona. A pesar de que es al menos posible que pretendiera matarla desde el principio.

Carrie Vaughn no era lo que se dice una persona con la que fuera fácil convivir, y ella era la primera en reconocerlo. Era terca, voluntariosa, extremadamente segura de sí misma y, después de veinte años viviendo sola, tenía unas costumbres muy arraigadas. Esperaba de sus amantes que se adaptaran a ella y no al contrario, y los que no habían sido capaces de aceptarlo apenas habían brillado un instante en la pantalla de su radar.

Por eso, posiblemente, rara vez salía con alguien.