Pero suponía que podían ser imaginaciones suyas. O simplemente la oscuridad.
Se sentía muy solo.
Y repentinamente se preguntaba si Lindsay habría pasado por aquello mismo. ¿Se había liberado de sus ataduras de cinta aislante (que habían descubierto parcialmente cortadas, acaso para que ella pudiera desatarse en un tiempo dado) sólo para descubrir lentamente que la jaula de cristal y acero en la que se hallaba prisionera acabaría causándole la muerte?
¿Lo había sabido desde el principio o aquel malnacido había jugado con ella, la había dejado creer que podría escapar del tanque? ¿Había permanecido en la oscuridad o bajo un potente foco de luz, como él? ¿Había empezado a manar el agua poco a poco de la tubería, o había brotado a borbotones?
Con tremendo esfuerzo, Wyatt alejó de sí aquellas preguntas inútiles y atormentadoras.
Lindsay había muerto. Él no podía hacerla volver.
Y se reuniría con ella en la muerte a menos que lograra salir de allí. O… a menos que Luke fuera realmente capaz de hacer lo que aseguraba.
«Encuentro a gente desaparecida. Siento su miedo.»
Wyatt pensó en aquello con la cabeza vuelta y la mirada fija en la oscuridad de más allá del foco; aquello era mejor que mirar la maldita cuchilla que pendía sobre él.
¿Podía realmente aquel agente federal taciturno, intenso, de ojos acerados, percibir las emociones de los demás, su temor?
Su primera reacción fue una honda vergüenza porque otro hombre pudiera sentir el terror enfermizo que iba apoderándose de él, que supiera aquello de él.
No quería creer que Luke, ni nadie, fuera capaz de aquello. Todo en él rechazaba aquella simple posibilidad. Pero… tenía que reconocer que Samantha Burke había acertado al decirles que Lindsay se ahogaba. Había avisado a Glen Champion de que su secadora fallaba, lo cual muy bien podría haber provocado un incendio. Y, por más que lo había intentado, él no había podido relacionar de ningún modo eficaz a la vidente de feria con el secuestrador y sus planes.
Champion, por otro lado, le había descrito con estupor y voz entrecortada lo que había hecho Luke. Cómo había encontrado a Lindsay y lo asombroso y espeluznante que le había resultado su aparente conexión psíquica o emocional con ella en los últimos aterradores momentos de su vida.
Si Luke no era un farsante… Si Samantha no mentía…
Si era posible poseer facultades parapsicológicas, si aquello era real…
Con la vista clavada en la oscuridad, Wyatt afrontó su muerte probable y deseó tener más tiempo. Porque, si de veras cabía tal posibilidad en el mundo, aquello resultaba mucho más interesante de lo que había creído.
De pronto vio parpadear y encenderse una luz, una luz que iluminaba la esfera de un reloj digital. El reloj estaba colocado de tal modo que no sólo fuera visible para él, sino que casi le fuera imposible escapar a su visión. Wyatt comprendió inmediatamente que no marcaba la hora.
Contaba hacia atrás.
Le quedaban menos de ocho horas de vida.
Volvió la cabeza de forma que quedó mirando la reluciente cuchilla. Se concentró en ella. Y comenzó a mover las manos con ahínco, en un esfuerzo por liberarse de sus ataduras.
– ¿Por qué tiene que hacerlo a tu modo?
Samantha miró a Jaylene desde el otro lado de la mesa.
– Las dos sabemos que el peor defecto de Luke en momentos como éste es su tendencia a cerrarse a todo el mundo. A todo el mundo. Su concentración es tan absoluta, tan hermética, que apenas puede establecer contacto con nada ni con nadie, excepto con la víctima a la que intenta encontrar.
– Contigo sí.
Samantha contestó con una sonrisa irónica:
– En realidad no, salvo en un sentido muy elemental. Si éste fuera uno de sus casos típicos, al final me vería únicamente como un cuerpo cálido en la cama.
– Quieres decir que la última vez…
– Sí, en gran medida. Estaba tan encerrado en sí mismo, tan reconcentrado en el trabajo de esos últimos días, que apenas me hablaba. Tú te acordarás.
Jaylene asintió con la cabeza, reticente.
– Sí, me acuerdo. Pero todos estábamos concentrados en el trabajo, en encontrar a esa niña.
– Claro. Pero Luke… Es como si su capacidad de concentración lo consumiera por completo. Sé que entonces tú llamaste a eso «visión en túnel», supongo que intentando advertirme.
– Para lo que sirvió…
– Sí, imagino que podría haber sido más comprensiva. Pero no es fácil descubrir que te has enamorado de un hombre que la mitad del tiempo ni siquiera te ve. Casi todo el tiempo, al final.
– Sam, su concentración… ese defecto… es también su fuerza.
– ¿Lo es? -Samantha sacudió la cabeza-. Yo no soy psicóloga, pero me parece que una capacidad de concentración mental tan intensa es excelente para mantener las emociones a raya, o incluso para sofocarlas por completo. La misma emoción que Luke necesita sentir.
– Puede ser -contestó Jaylene lentamente.
– Jay, ¿nunca te has preguntado por qué casi siempre tiene problemas para sentir a una víctima hasta que ha trabajado hasta el punto del agotamiento? -preguntó Samantha-. ¿Hasta que se ha saltado tantas comidas, ha dormido tan poco y ha gastado tantas reservas que casi no le quedan fuerzas? Es sólo cuando está literalmente demasiado cansado para pensar cuando finalmente se permite sentir. Sus emociones… y las de ellos.
– Cuando sus barreras se derrumban -murmuró Jaylene, pensativa.
– Exacto.
– Pero, cuando esas barreras bajan y siente lo que sienten ellos, la fuerza de su terror prácticamente lo incapacita. Apenas puede moverse o articular palabra.
– Y puede que por eso se resista a sentir una emoción así durante tanto tiempo. Pero si pudiera abrirse antes, antes de que el miedo de la víctima se haga tan intenso y de que su propio agotamiento le derrote, quizá pudiera ponerse en marcha. Quizás incluso pudiera actuar con cierta apariencia de normalidad.
– Tal vez.
Samantha miró hacia la puerta abierta como si esperara que apareciera alguien, pero añadió:
– No es algo consciente… No puede serlo. Por más que le cueste, desea tanto encontrar a esas víctimas que haría todo lo que estuviera en su mano. De manera consciente. Incluso quedar incapacitado, si hace falta. Así que tiene que ser algo enterrado muy adentro, algún tipo de barrera. Un muro creado en algún momento de su vida, cuando era necesario proteger una parte de su ser.
– Te refieres a una herida o a un trauma de alguna clase.
– Seguramente. Gran parte de nuestra fuerza procede del dolor. -Samantha frunció el ceño de nuevo-. ¿Tú no sabes qué es? ¿Qué pudo ocurrirle?
– No -contestó Jaylene- y hace casi cuatro años que somos compañeros. Seguramente lo conozco tan bien como el que más, y no sé casi nada de su pasado. Sé cosas desde el momento en que Bishop le encontró trabajando como consultor privado en casos de secuestros hace cinco años hasta ahora. Antes de eso, nada. Ni siquiera sé dónde nació o dónde fue a la escuela. Qué demonios, ni siquiera sé si nació con facultades parapsicológicas. ¿Y tú?
– No. La otra vez todo ocurrió muy deprisa. Fue muy intenso. La investigación, el acoso de los medios, lo nuestro… Y, además, la tensión de saber que su mente estaba en otra parte cuando su cuerpo estaba a mi lado en la cama. Entonces no pudimos hablar.
»Y luego todo acabó de pronto, como suele pasar con esos periodos extrañamente vividos y aberrantes de nuestras vidas. La investigación terminó. Y lo nuestro también. Me… me desperté en una cama vacía. Y Bishop me estaba esperando fuera del motel para decirme por qué no podía formar parte de la Unidad de Crímenes Especiales. Ese turbante morado… La credibilidad…