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– Eso deja dos o tres víctimas. ¿Cómo murieron?

– No lo sé. En esos casos, los restos estuvieron a la intemperie tanto tiempo que casi no quedó nada de ellos. No pudimos determinar con certeza la causa de la muerte. Pudieron morir asfixiadas, desangradas o ahogadas. No lo sabemos.

Samantha frunció ligeramente el ceño al oír de nuevo aquel tono distante, pero se limitó a decir:

– Entonces, sabemos que todavía tiene al menos tres máquinas, o métodos, de matar a distancia. Eso suponiendo, claro, que no recurra a métodos más rápidos y personales, como una pistola o un cuchillo.

Lucas asintió con la cabeza.

– Lo cual, si estamos en lo cierto, significa que ahora mismo Wyatt Metcalf está mirando una guillotina, o intentando salir con las uñas de un ataúd enterrado, o intentando que no le corten el cuello.

– ¿Dónde está, Luke?

– No lo sé.

– Porque no lo sientes.

Él se quedó callado.

– ¿Qué hay del secuestrador, del asesino? ¿A él tampoco lo sientes? Porque parece habérsete metido en la cabeza en el último año y medio.

Lucas se volvió para mirarla con el rostro crispado.

– No hace falta que me digas que he fallado a cada paso -dijo, ya mucho menos distante.

– No es eso lo que intento decirte.

– Ah, ya. Lo que intentas decir es que estoy encerrado en mí mismo. Tenso como un tambor, creo que dijiste.

– Sí, eso dije. ¿Vas a negarlo?

– Samantha, estoy investigando un secuestro. Una serie de secuestros. Estoy cumpliendo con mi trabajo. Así que o me ayudas o quítate de en medio.

Samantha dejó pasar un momento. Después dijo con sencillez:

– Está bien, Luke. -Dio media vuelta y salió del almacén y del garaje.

Él no la siguió.

A Samantha no le apetecía cruzar sola el departamento del sheriff. Ningún policía se había dirigido a ella con abierta hostilidad, pero sentía sus miradas crispadas y el bullir de su rabia. Los pocos que creían que podía tener facultades paranormales estaban enfadados porque no pudiera decirles al instante dónde estaba el sheriff, y la mayoría estaban convencidos de que, en cierto modo, tenía la culpa de todo aquello. No sabían de qué modo, pero la tenían a mano y era un blanco perfecto.

En realidad, Samantha no les culpaba por reaccionar así. Había visto aquello antes, una y otra vez; era una persona a la que siempre podía clasificarse bajo la etiqueta de «diferente», y había aprendido, mediante experiencias amargas, que la gente rara vez se comportaba de forma racional cuando empezaban a ocurrirle cosas malas.

Pero comprender aquello no le hacía más fácil atravesar el edificio sabiendo que dejaba a su paso miradas hoscas y comentarios en voz baja. Sabía que sólo era cuestión de tiempo que la hostilidad se manifestara abiertamente. A menos, claro, que lograra redimirse. A menos que ayudara a encontrar al sheriff.

Pensó en aquello mientras cruzaba el edificio y volvía al piso de arriba. No creía que en la visión que la había llevado allí sucediera aquello, que el sheriff fuera secuestrado. Así que la pregunta era por qué había sucedido estando ella en el… juego.

Y qué podía hacer al respecto.

Se detuvo en la puerta de la sala de reuniones el tiempo justo para hablar con Jaylene.

– Me voy a la feria.

– ¿Sola? -preguntó Jaylene, sorprendida.

– Eso parece. Me quedaría si creyera que puedo ayudar, pero parece que lo único que hago aquí es poner aún más nerviosos a los policías.

– Casi todos se irán pronto -repuso Jaylene-. Los equipos de búsqueda. Todavía tenemos que comprobar y volver a comprobar esa lista de sitios apartados.

– Aun así.

– Los periodistas han acampado ahí fuera. Hay incluso más que antes, ahora que se ha hecho público el secuestro del sheriff.

– Lo sé. -Samantha titubeó; luego dijo-: Puede que me pare a hablar con ellos. Quizá me vieran llegar con Luke esta mañana, aunque era temprano. Y quizás alguien viera a Luke anoche en la feria, rondando por mi caseta.

– ¿Y crees que puedes detener las especulaciones? -Jaylene parecía escéptica-. Lo dudo mucho, Sam.

– Sólo tengo un poco de curiosidad por saber qué les ronda por esas cabecitas tan llenas de sospechas… antes de que salga la próxima edición de la prensa o den el telediario de las seis.

– Vas a echar más leña al fuego.

– Puede que sí. O puede que eche agua.

– A Luke no le gustará.

– Ahora mismo está tan enfadado conmigo que ni siquiera se dará cuenta. A no ser que alguien se lo haga notar.

Las dos mujeres se miraron un momento. Después, Samantha sonrió y se marchó.

Jaylene, que se había quedado mirándola, murmuró:

– Así que yo también tengo que confiar en ti, ¿eh, Sam? Me pregunto si es así. Me pregunto si estoy de acuerdo siquiera en que provocar a Luke quizá sea lo mejor para él y para el caso. -Se levantó y añadió en voz baja-: Si se agita la nitroglicerina, te estalla en la cara. Conviene recordarlo.

Luego fue en busca de Luke.

Capítulo 13

Caitlin había pensado en abandonar la pequeña habitación del motel varias veces esa mañana, especialmente cuando uno de los canales locales que estaba viendo dio la noticia de la desaparición y probable secuestro del sheriff Metcalf. Se había limitado, sin embargo, a ir en coche a una cafetería cercana para tomarse un café y un gran bollo de canela mientras limpiaban su cuarto.

Los dos ayudantes del sheriff que seguían vigilándola (o posiblemente fueran otros dos distintos, los del turno de día) se mantuvieron al alcance de su vista sin entrar en la cafetería, y Caitlin tuvo que preguntarse hasta qué punto estarían molestos por tener que hacerle de guardaespaldas cuando sin duda estaban ansiosos por participar en la búsqueda del sheriff.

Llegó a compadecerse de ellos, al menos por tener que quedarse allí sentados sin hacer nada. Lo cual no era divertido.

Regresó a su habitación, que ahora olía fuertemente a desinfectante, y se resignó a pasar un día aburrido. Series estúpidas en la televisión, o películas tan viejas que sólo podían emitirse por la mañana, en horario de mínima audiencia, o noticias, o el pronóstico del tiempo… Aquéllas parecían ser sus únicas posibilidades de entretenimiento.

– Tengo que ir a una librería -dijo en voz alta-. Sabe dios cuánto tardará la policía en volver a dejarme entrar en el apartamento para hacer lo que tengo que hacer. Si voy a tener que quedarme aquí mucho tiempo…

De pronto se apagó la televisión.

Caitlin se quedó paralizada durante lo que le parecieron minutos. Después dijo, indecisa:

– ¿Lindsay?

Curiosamente, la sorpresa que sentía en ese momento se debía menos a la posibilidad de que su hermana muerta estuviera intentando comunicarse con ella que al momento del día. Por alguna razón, se le había metido en la cabeza que los espíritus se manifestaban en las horas de la madrugada o, al menos, después del anochecer, no en plena mañana.

Cosa que, pensó, quizá no fuera del todo tan descabellado, puesto que los minutos iban pasando sin que sucediera nada más.

– ¿Lindsay? -repitió. Empezaba a sentirse estúpida. Y a preguntarse cuánto tiempo tardarían en repararle su única fuente de entretenimiento.

De repente se apagó la luz. Y, dado que había corrido las pesadas cortinas del único ventanal de la habitación, la oscuridad se hizo completa.

– ¿Qué diablos…? -masculló. Se levantó de la silla, vaciló y dio un paso hacia la lámpara apagada de la mesilla de noche.

Algo le tocó el hombro.

Se volvió bruscamente, aguzó la vista… y no vio nada.

– ¿Lindsay? ¡Maldita sea, Lindsay, te estoy prestando atención, no hace falta que me des un susto de muerte!