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– Yo tengo que volver a la feria -dijo Samantha.

Lucas la miró un momento; luego le dijo al sheriff:

– Tomaremos algo por el camino. Pero gracias.

– Está bien. Nos vemos por la mañana. -Wyatt se detuvo en la puerta y los miró con el ceño fruncido-. ¿Os he dado las gracias, por cierto?

– A su modo -murmuró Samantha.

Él le sonrió por primera vez y dijo con firmeza:

– Gracias por llegar a tiempo. A los dos.

– No hay de qué -repuso Lucas.

Cuando estuvieron solos en la sala, Samantha no esperó a que el silencio se prolongara, como sospechaba que ocurriría.

– ¿Hablamos de esto o piensas retirarme la palabra para siempre?

– No hay nada de que hablar, Sam.

– Perdona, pero no me basta con eso. Esta vez, no.

Él se volvió en la silla para mirarla. La longitud de la mesa era entre ellos algo más que un espacio simbólico.

– Ha sido un día muy largo y los dos estamos cansados. Espero que no pienses trabajar esta noche en la feria.

Ella dijo con deliberación:

– Si tengo que elegir entre leerle el futuro a extraños o pasar en esa habitación de motel las próximas doce horas con tu enfado interponiéndose entre nosotros, me quedo con la feria.

– No estoy enfadado.

– No, estás furioso. Volví a acercarme demasiado, esta vez emocionalmente. Háblame de Bryan, Luke.

El se levantó con expresión hermética.

– Deberíamos parar por el camino para comer algo. Hace horas que no tomas nada.

– Tú tampoco. -Samantha se levantó, consciente de un cansancio y un dolor difuso que no quería reconocer. Salió tras Lucas de la habitación y ni siquiera los torpes intentos de algunos agentes por darle las gracias al atravesar el edificio lograron arrancarle más que una sonrisa fugaz.

Sabía desde el principio que tendría que pagar un alto precio por aquello. Bishop había intentado avisarla.

«Lleva demasiado tiempo obsesionado, Samantha, y no te dará las gracias por intentar desenterrar eso.»

Aquello era quedarse corto, pensaba ahora. Cuando todo aquello acabara, tal vez Luke hubiera llegado a odiarla.

A pesar de su determinación, no sabía cómo enfrentarse a esa posibilidad. No podía dejar de presionarle mucho tiempo; ése era el plan desde el principio. Pese a lo que le ocurriera a ella, a su relación con él, estaba convencida de que era la única forma de acceder al sufrimiento íntimo que impulsaba a Luke.

Y de que ése era el único modo de salvarle.

El teléfono móvil que llevaba en el bolsillo del chaleco vibró y Galen contestó sin apartarse los prismáticos de los ojos.

– Sí.

– ¿Qué está pasando? -preguntó Bishop.

– No mucho, de momento. Se pararon en un asador a cenar y ahora están en la feria. En la caseta de Sam. Ella debe de estar preparándose aún. Se está formando una cola, pero Ellis no ha dejado pasar a nadie todavía.

– Acabo de llamar a Quentin pero no he podido hablar con él. ¿Dónde está?

– Jugando a los exploradores. Consiguió echar un vistazo a la mina antes de que llegaran los ayudantes del sheriff a los que Luke encargó que la vigilaran. Está intentando encontrar pistas y averiguar cómo metió allí ese bastardo su juguete. -Galen cambió de postura ligeramente y añadió-: No me extraña que no hayas podido contactar con él por el móvil. El terreno es muy agreste.

– Y estará muy oscuro, con sólo un cuarto de luna. ¿Qué cree Quentin que puede encontrar?

– Tendrías que preguntárselo a él. Lo único que me dijo fue que notaba un cosquilleo en su sentido de arácnido. -En otra época, Galen habría empleado sardónicamente aquella frase, pero formaba parte del equipo desde hacía demasiado tiempo como para no haber aprendido que, pese a la terminología propia de un cómic, los agudos sentidos de algunos miembros de la Unidad de Crímenes Especiales eran precisos y a menudo sorprendentemente premonitorios.

– Si tienes noticias suyas, avísame. Y más aún si no las tienes. No quiero que paséis mucho tiempo solos o fuera de contacto.

– Entendido. Llamará para informar en cualquier momento.

– ¿Qué tal está Luke?

– A juzgar por lo que vi, Sam se las arregló para hacer que se enfadara y encontrara al sheriff Metcalf. Pero parecen los dos un poco cansados. Es difícil decir si su plan está funcionando tan bien como ella esperaba, pero, sea lo que sea lo que esté consiguiendo, es evidente que supone un gran esfuerzo para ambos.

– ¿Y va a trabajar esta noche?

– Eso parece. No sé qué está pasando entre Luke y ella, pero creo que Samantha está convencida de que el asesino visita con frecuencia la feria. Y puede que tenga razón. A ese tipo le gustan los juegos.

Bishop se quedó callado un momento. Luego dijo:

– ¿Sigues vigilando a Jaylene cuando se queda sola?

– Claro. Ahora mismo está con Caitlin Graham, así que los ayudantes del sheriff las están vigilando a ambas. En cuanto vuelva Quentin, se quedará en mi puesto y yo me aseguraré de que Jay esté cubierta. -Hizo una pausa mientras sus prismáticos barrían lentamente los terrenos de la feria; después volvieron a fijarse en la caseta de Madame Zarina.

– Te vio, ¿sabes?

– ¿Quién? ¿Jay? -Galen se echó a reír-. Debo de estar perdiendo facultades.

– Eso le dije yo.

– No se habrá enfadado porque la estemos vigilando, ¿verdad?

– No. Sabe que cualquier persona cercana a Luke es un objetivo potencial. El asesino ha secuestrado ya a dos policías. Dudo que vacilara en secuestrar a un agente federal.

– No, en mi opinión ese tipo tiene huevos suficientes para hacer casi cualquier cosa. Y apuesto a que ahora mismo está muy cabreado.

– Me uno a la apuesta -dijo Bishop-. La pregunta es cuál será su siguiente movimiento.

Capítulo 15

El periodista, cuyos ojos se movían inquietos, salió de espaldas de la caseta de Samantha mientras mascullaba:

– Está bien, creo que ha valido la pena gastarme el dinero.

Lucas salió inmediatamente de detrás de la cortina, echó un vistazo a Samantha y le dio un pañuelo. Cuando Ellis entró en la caseta con las cejas levantadas, le dijo:

– Ya es suficiente. Diles que se ha acabado por esta noche.

Samantha, cuya nariz seguía sangrando pese a que se la había taponado con el pañuelo, dijo:

– Ese cerdo pega a su mujer.

Ellis sacudió la cabeza.

– Quizá puedas alertar al sheriff.

– No es del pueblo, maldita sea.

Ellis sacudió de nuevo la cabeza y volvió a salir para ofrecer vales a las personas que esperaban para ver a Madame Zarina.

– Sam…

Ella atajó a Lucas.

– Esto sólo ocurre cuando percibo violencia de alguna clase -contestó.

– Puede ser, pero nunca te había pasado, Sam. Es extraño. Y eso lo convierte en una señal de peligro. -No parecía especialmente preocupado. Hablaba con simple pragmatismo.

Samantha se quitó el turbante y lo dejó sobre la mesa, delante de ella, sin apartar la vista de la cara de Lucas.

– Está bien, pues haz algo para que no tenga que seguir haciendo esto. Encuentra a ese tipo.

– Por el amor de dios, ¿no crees que lo estamos intentando? -A pesar de sus palabras, su voz seguía sonando serena y su rostro parecía inexpresivo.

– La policía, sí. Los federales, también. Pero tú… Tú has estado mirando mapas y listas e informes de autopsias y compilando perfiles psicológicos. Hoy hasta has escalado media montaña. Pero no intentabas encontrarlo a él, corrías tras él intentando encontrar a sus víctimas. Como has estado haciendo el último año y medio.

– No sigas por ahí, Sam.

– ¿Por qué no? -Ella volvió a doblar el pañuelo y se limpió lo que quedaba de sangre, apartando por fin la mirada de él para ver lo que hacía-. De todos modos, cuando acabe todo esto me despreciarás, así que, ya que estamos, prefiero decir todo lo que pienso y sacarlo a la luz.