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– Y, sin embargo -dijo Jaylene, pensativa-, atrajo a Sam hasta aquí. ¿Piensas que ese tipo no cree que sea una vidente auténtica?

– Sí, eso es precisamente lo que pienso. La implicación de Samantha en la investigación de hace tres años fue más o menos un fiasco público, al menos desde la perspectiva de los medios que informaron sobre el caso. Cualquiera que leyera esas informaciones probablemente pensó que Samantha era una farsante.

– Entonces, ¿la quería aquí para… distraer a Luke?

– ¿Por qué no? Y aunque eso fallara, era muy probable que los medios vieran en ella una buena historia, una anécdota que añadía tensión al caso. Tensión entre los investigadores y la gente del pueblo.

– Lo cual haría aún más difícil que Luke se concentrara. -Jaylene torció el gesto-. Sí, pero si ese tipo de veras pretende medir su ingenio con el de Luke, ¿para qué iba a esforzarse tanto en manipular el juego para obtener ventaja? Quiero decir que por qué no eligió un terreno de juego igualado.

– Sí, eso es lo que desearía una mente competitiva y sana -dijo Bishop-. Pero ¿un sociópata…? Sólo quiere vencer, el juego limpio le trae sin cuidado. Quiere demostrar, a su modo, que es mejor que Luke. Más listo, más fuerte. Manipular a la gente y los acontecimientos es solamente otra forma de conseguir su propósito.

– Entonces, hemos sido unos ingenuos al intentar siquiera descubrir sus reglas.

– Yo llamaría a eso un ejercicio de futilidad.

– Supongo que tienes razón. Sam comentó algo sobre las mentes rotas que no funcionan como esperamos.

– En eso tiene razón. Lo único que sabemos a ciencia cierta -añadió Bishop- es que ese tipo siente un rencor personal hacia Luke.

– Imagino que ya habrás hecho averiguaciones al respecto.

– Hemos revisado todos los casos de Luke de los últimos cinco años, y no hay ninguna pista que parezca prometedora. Resulta más difícil indagar sobre los casos anteriores a su entrada en la Unidad, pero estamos en ello. -Bishop hizo una pausa y luego añadió-: No sé si Luke se acordará de algo que pueda sernos útil, pero no vendría mal orientarlo en esa dirección.

– Luke no habla de su pasado, ya lo sabes.

– Sí, se empeña en no hablar de ello. Pero confío en que Samantha haya surtido algún efecto sobre él.

– Y así ha sido. Pero no estoy segura de cuál será ese efecto cuando esté todo dicho y hecho. -Fue ahora Jaylene quien hizo una pausa para añadir a continuación-: Dime la verdad, jefe… ¿te pusiste tú en contacto con Samantha o ella contigo?

Bishop suspiró y murmuró:

– Intentar ocultar información a gente con facultades parapsicológicas es realmente un infierno.

– Eso no es una respuesta.

– Se puso ella en contacto conmigo.

– Es por esa visión que tuvo al principio, ¿verdad? La que la impulsó a morder el anzuelo y venir a Golden.

– Sí. Es lo único que puedo decirte, Jaylene. Y más de lo que Luke debe saber en este momento. Tampoco debe saber que Galen os vigila siempre que os quedáis solos o que yo estoy cerca de Golden.

– ¿Más secretos que ocultar a mi compañero? -Ella suspiró.

– No te lo pediría si no creyera que es importante.

– Eso no hace falta que me lo recuerdes.

– Sí -repuso Bishop-, eso me parecía.

Lucas esperaba algo malo. Samantha era demasiado inteligente para haber desertado de una familia normal, incluso a una edad en que las hormonas y la estupidez juvenil tendían a gobernar muchos actos y decisiones.

De modo que esperaba algo malo. Pero no aquello.

Aquellos ojos negrísimos no se apartaban de su cara y su voz era firme, casi indiferente, como si el relato no significara nada para ella. Pero Lucas percibía la tensión en sus manos, anudadas sobre el regazo, y veía el sufrimiento en la palidez de su cara.

Lo veía. Pero no lo sentía, no sentía su dolor.

Sólo sentía el suyo propio.

– Era mi padrastro -dijo ella-. Mi verdadero padre murió en un accidente de tráfico cuando yo era muy pequeña. Mi madre era de esas mujeres que necesitan un hombre a su lado, tenía que sentir que pertenecía a alguien, así que de niña tuve una serie de tíos. Luego le conoció a él. Y se casaron. Supongo que al principio ella no sabía que le gustaba beber, y que la bebida le volvía mezquino. Pero lo descubrió. Lo descubrimos ambas.

– Sam…

– No recuerdo por qué empezó todo ese día. En realidad, ni siquiera recuerdo que me tirara contra la pared. Sólo recuerdo que me desperté en el hospital y que oí que mi madre le contaba angustiada al médico que yo era muy torpe y que me había caído por las escaleras. Entonces me puso la mano en el brazo, me dio unas palmaditas y… y vi lo que me había pasado. A través de sus recuerdos. Me vi volar contra la pared como una muñeca de trapo.

– Una herida en la cabeza -murmuró Lucas.

Samantha asintió.

– Una conmoción cerebral severa. Estuve más de dos semanas en el hospital. Y a veces todavía tengo dolores de cabeza espantosos que me duran horas. Tan fuertes, que literalmente me dejan ciega.

– Debiste contarme eso antes, Sam. Esas hemorragias nasales…

– Parecen estar relacionadas con visiones violentas. Los dolores de cabeza aparecen sin más, de repente, como salidos de la nada. Nunca he podido determinar una causa específica. -Se encogió de hombros-. Al parecer, todo forma parte del mismo paquete psíquico.

Lucas masculló una maldición en voz baja, pero no dijo nada más. No podía decir gran cosa; la Unidad de Crímenes Especiales sabía desde hacía tiempo que los dolores de cabeza entre moderados y severos parecían ser la norma en un alto porcentaje de personas con facultades paranormales.

– Yo, naturalmente -prosiguió Samantha-, no entendía qué significaba aquello. No sabía qué era ser una vidente. Sólo sabía que era distinta. Y llegué a comprender que el serlo me convertía en objeto de su ira.

Hizo una pausa y añadió:

– Aprendí a mantenerme alejada de él todo lo posible, pero, con el paso de los años, las cosas empeoraron. Sus accesos de ira se hicieron más violentos y siempre andaba buscando un desahogo. Pegaba a mi madre de vez en cuando, pero había algo en mí que casi parecía… atraer su cólera.

Lucas dijo con voz ronca:

– Sabes perfectamente que no eras tú, que no era culpa tuya en absoluto. Era un maldito cabrón de mierda enfermo y te hacía daño porque podía.

Samantha movió la cabeza de un lado a otro.

– Creo que, en el fondo, sabía lo distinta que era yo. No lo entendía, aunque entendiera por qué le necesitaba mi madre. Nunca intenté discutir con él, ni desafiarle, pero tampoco le di nunca la satisfacción de oírme llorar, y eso le desconcertaba. Creo que me tenía miedo.

Lucas sintió otra punzada de dolor al imaginársela (menuda, ligera, desafiantemente callada) bajo los golpes brutales de un monstruo doméstico.

– Tal vez. Tal vez te tuviera miedo. Pero eso no hace que fuera culpa tuya.

Samantha se encogió de hombros.

– Era de los que se vuelven violentos cuando algo los asusta y, cuando bebía, se volvía paranoico, además de mezquino. Como te decía, yo hacía cuanto podía por no cruzarme en su camino. Cuando me fui haciendo mayor, me resultó un poco más fácil irme por ahí, aunque sólo fuera a la biblioteca o a un museo. Pero, al final, tenía que volver a casa y él estaba esperándome.

Lucas no preguntó por qué ninguno de sus profesores o de sus vecinos había notado el maltrato e informado a las autoridades. Sabía muy bien que los cortes y los hematomas que no quedaban ocultos bajo mangas largas y pantalones solían pasar desapercibidos. Y que la mayoría de la gente duda en involucrarse.

– Después de la primera vez, cuando acabé en el hospital, tuvo más cuidado, o al menos eso creo. Parecía saber hasta dónde podía llegar, cómo hacerme daño sin llegar al extremo de que acabara en el médico. Normalmente, eran moratones y cortes pequeños, ninguna herida que no curara o pudiera esconderse.