– Ojalá pudiera.
– Pero sus visiones no funcionan así. Qué oportuno -dijo el sheriff.
– No es en absoluto oportuno -repuso ella.
Lindsay se levantó y se dirigió a la puerta.
– Sheriff, ¿puedo hablar con usted un minuto, por favor? Discúlpennos.
Metcalf no tuvo más remedio que salir tras ella, ceñudo, de la habitación.
– En fin, ha sido divertido -dijo Jaylene.
Samantha volvió la cabeza y miró fijamente a Lucas.
– Muchísimas gracias por tu apoyo -dijo.
Lindsay no llevó exactamente a rastras a su jefe hasta el despacho de éste, pero lo llevó a él en un abrir y cerrar de ojos y cerró la puerta.
– ¿Se puede saber qué coño te pasa? -preguntó.
– Eh, cuidado con ese tono -replicó él-. Estamos en la oficina, no en tu casa ni en la mía, y soy tu superior.
– Pues despídeme, si quieres, pero deja de comportarte como un idiota -repuso ella-. Wyatt, esa chica no está implicada. Tú lo sabes y yo también. Ayer perdimos un montón de tiempo intentando desmontar su coartada y no fuimos capaces.
– Eso no significa…
– ¿Qué? ¿Que no esté implicada? -Lindsay empezó a enumerar los hechos con los dedos-. No conocía a Mitch Callahan. Lleva en Golden sólo dos semanas. No tiene ningún antecedente delictivo. No hay ni un solo indicio del dinero del rescate que podamos relacionar con Samantha Burke o con esa feria. Ni una sola prueba forense la vincula con el lugar donde Callahan fue secuestrado o con su cadáver y con el sitio donde fue arrojado. Y, por último, por si no lo has notado, esa chica no es precisamente una culturista, y Callahan era el doble de grande que ella y sabía artes marciales. No encontramos ni pistolas ni otras armas entre sus pertenencias, ¿recuerdas?
– Esa mujer no pudo ver el futuro -contestó él agriamente.
– No sé lo que vio. Pero sé que no secuestró ni asesinó a Mitch Callahan.
– De eso no puedes estar segura, Lindsay.
– Sí, Wyatt, puedo estar segura. Me lo dicen mis quince años en la policía. Y tus casi veinte años de experiencia te dirían lo mismo si superaras ese odio que sientes hacia cualquiera que te parece un artista del timo y contemplaras los hechos con objetividad.
El sheriff la miró con fijeza.
Lindsay se calmó, pero su voz seguía siendo tajante y firme cuando dijo:
– Sería más fácil y mucho menos penoso culpar de esto a un forastero, y ella lo es, desde luego. Es un blanco fácil, Wyatt. Pero, aunque sólo sea hablar por hablar, ¿y si te equivocas? ¿Y si no tiene nada que ver con esto?
– Es una sospechosa viable.
– No, no lo es. Puede que lo fuera el sábado o ayer, pero ahora sabemos que no pudo hacerlo ella. No pudo y no hay más que hablar. Y aun así la has hecho venir para interrogarla otra vez. ¿Y cuántos periodistas hay por aquí, vigilando quién entra y sale de la comisaría? ¿Cuántos te han visto traerla?
La mandíbula de Metcalf se tensó aún más.
– Unos cuantos.
– Ya. ¿Y qué crees que va a hacer la gente de Golden, que está preocupada y ansiosa, cuando lea en la prensa que la presunta vidente de una pequeña feria ambulante que está de paso en el pueblo es sospechosa del secuestro y asesinato de un vecino?
Metcalf empezaba a parecer afligido y no sólo porque Lindsay le estuviera diciendo cómo debía hacer su trabajo. Le hacía infeliz que tuviera que decírselo.
– Mierda.
Lindsay dijo con más calma:
– Esa chica no se merece lo que podría sucederle por culpa de esto. Lo único que hizo fue intentar advertirnos. No la creímos, y dudo que pudiéramos haber impedido el secuestro aunque la hubiéramos creído. Pero, en cualquier caso, ella no se merece llevar una diana pintada en la espalda.
El sheriff luchó consigo mismo un momento. Luego dijo:
– Es imposible ver el futuro.
– Hace cien años era imposible aterrizar en la luna. Las cosas cambian.
– Estás comparando peras con manzanas. Aterrizar en la luna fue una cuestión científica. Una cuestión de física, de ingeniería. Tocar algo y ver el futuro es…
– El vudú de la nueva era, sí, puede ser. Pero tal vez sea la ciencia del mañana. -Lindsay suspiró-. Mira, no digo que crea que Samantha vio lo que dice que vio. Sólo digo que en este mundo pasan muchas más cosas que no entendemos… al menos, por ahora. Muchas más cosas de las que la ciencia comprende en la actualidad. Además, toda nuestra ciencia criminalística y nuestros protocolos indican que esa mujer no tuvo nada que ver con el secuestro, y si somos honrados y eso no cambia, debemos dejarla marchar para cumplir con el procedimiento.
– Dios mío, no soporto que tengas razón.
Ella lo miró levantando una ceja.
– Y a mí me encanta que lo admitas. El caso es que tienes que volver a esa sala de reuniones con esos dos agentes del FBI y la presunta vidente e intentar salvar la situación.
– No hay nada que salvar. Puede que me haya pasado de la raya, pero…
– ¿Te he dicho alguna vez que eres un cabezota?
– Sí. Mira, no voy a pedirle perdón.
Lindsay se encogió de hombros.
– Pues no lo hagas. Sigue adelante. Puede que ella sea más generosa.
– Te estás pasando -la advirtió él.
Lindsay se volvió hacia la puerta.
– Sólo intento asegurarme de que te reelijan -contestó con sorna-. Me gusta acostarme con el jefe.
– ¿Qué esperabas que hiciera? -le preguntó Lucas a Samantha con voz un tanto tensa.
– Oh, no sé. ¿Respaldarme? ¿Confirmar que soy, en efecto, una vidente auténtica, comprobada, validada y todo eso? Tal vez decir que hasta el FBI legitima a los videntes, para que el buen sheriff se muestre dispuesto a deponer su actitud y a prestar atención.
– Habíamos decidido no entrar en detalles sobre la unidad, ni sobre nuestras facultades -murmuró Jaylene.
– Ya. Y, naturalmente, esa decisión no tuvo nada que ver con mi aparición.
– No, no tuvo nada que ver -dijo Lucas.
– Bobadas. No hay ninguna feria ambulante ni ninguna vidente de carretera capaz de empañar la reputación de seriedad de vuestra preciosa unidad. Eso no hace falta que me lo recuerdes.
– Hasta tú tienes que admitir que Metcalf te habría tomado mucho más en serio si no hubiera visto tu foto con ese absurdo disfraz de gitana.
– Yo no nací rica e independiente, Lucas. Tengo que ganarme la vida. Por favor, perdóname por usar mi único talento del único modo que sé. En su momento, no tuve muchas alternativas.
– Y yo no las tengo ahora, maldita sea. Estamos investigando una serie de secuestros mortales, Samantha, y no tenemos tiempo de convencer de la realidad de las capacidades extrasensoriales a un policía con el que debemos trabajar. A veces lo único que podemos hacer es llegar, cumplir con nuestro trabajo y seguir adelante discutiendo lo menos posible.
– Eso se te da bien, que yo recuerde. Seguir adelante sin discutir.
Lucas se disponía a contestar a aquel comentario cortante, pero la llegada del sheriff y la inspectora Graham interrumpió, al menos de momento, su respuesta.
– ¿Algún progreso? -preguntó Lindsay alegremente.
– A simple vista, no -murmuró Jaylene.
Lindsay la miró levantando una ceja y dijo dirigiéndose a Samantha:
– Si no hay nada más que puedas decirnos, no te retendremos más.
– Sí, vais a retenerme. -Samantha se irguió en la silla y miró al sheriff-. Va a meterme usted en una celda o a ponerme bajo arresto domiciliario con un par de guardias en la puerta… o me quedaré sentada en el vestíbulo de la comisaría, donde todo el mundo pueda verme.
– ¿Por qué? -preguntó él, receloso.