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Clay me siguió a toda velocidad. Corrimos a través del bosque, acre tras acre. Entonces, justo cuando daba la vuelta para volver hacia la casa, sonó un disparo, quebrando la paz. Me detuve resbalando. ¿Un disparo? ¿Realmente había escuchado un disparo? Por supuesto que me había enfrentado con armas en el pasado, las armas y los cazadores eran un peligro que se podía llegar a enfrentar en un bosque extraño. Pero esto era Stonehaven. Era seguro.

Otro disparo perturbó la paz del bosque. Mis oídos se movían de un lado a otro. Los estallidos provenían del norte. Había árboles frutales hacia el norte. ¿Era que el granjero usaba esos aparatos que imitan disparos para asustar a los pájaros? Debía serlo. Era eso o alguien estaba cazando en los campos vecinos. El bosque de Stonehaven estaba claramente delimitado con alambre de púa y carteles. La gente local respetaba los límites. Siempre fue así. La reputación de Jeremy con la gente del lugar era perfecta. Podía no ser muy sociable, pero se lo respetaba.

Iba a dirigirme al norte, para aclarar el misterio. No había andado más de tres metros cuando Clay se interpuso. Gruñó. No era un gruñido juguetón. Lo miré, preguntándome si había malinterpretado el significado. Volvió a gruñir y ahí supe con certeza que me estaba cerrando el paso. Eché las orejas hacia atrás y le gruñí a mi vez. Me cerró el camino. Estreché los ojos y lo miré con ira. Obviamente había estado alejada demasiado tiempo si él creía que podía mandonearme como hacía con los demás. Si había olvidado quién era yo, estaba dispuesta a darle una lección para refrescarle la memoria. Estiré los labios y lancé un último gruñido de alerta. No retrocedió. Me lancé contra él. Pero chocó conmigo en el aire, dejándome sin aliento. Cuando recuperé el sentido, estaba tirada en el suelo con los dientes de Clay tomándome de la piel suelta de atrás de la cabeza. Estaba fuera de práctica.

Clay gruñó y me sacudió fuertemente, como si fuera una cachorra que se portara mal. Luego de hacerlo unas cuantas veces retrocedió. Me puse de pie con toda la dignidad que pude. Antes de que estuviera parada del todo, Clay me golpeó la cadera con el hocico. Me volví para dirigirle una mirada indignada. Me volvió a empujar en el sentido contrario al que quería ir. Le seguí el juego unos quinientos metros, luego me hice a un lado y traté de esquivarlo. En pocos segundos me alcanzó y sentí que lanzaba sus cien kilos sobre mi espalda y me tiraba sobre la tierra. Los dientes de Clay se hundieron en mi hombro, lo suficiente como para hacerme sangrar y que sintiera un fuerte dolor y conmoción. Esta vez no me dejó terminar de ponerme de pie que ya estaba arreándome de vuelta a la casa, mordiéndome las piernas traseras si daba señales de reducir la marcha.

Clay me llevó hasta el claro donde yo había Cambiado y Cambió al otro lado de la maleza. Mi Cambio fue más rápido que el primero. Pero Esta vez no necesitaba descansar. La furia me dio energía. Me puse la ropa, rasgándome la manga de la camisa. Luego salí del claro. Clay estaba allí, con los brazos cruzados, esperando. Por supuesto que estaba desnudo, su ropa abandonada en un claro más al interior del bosque. Desnudo, Clay era aún más perfecto que vestido, el sueño de un escultor griego hecho realidad. Viéndolo sentí el calor que recorría mi cuerpo, trayéndome recuerdos de otras corridas y su inevitable consecuencia. Maldije la traición de mi cuerpo y me acerqué a él.

– ¿Qué carajo estás haciendo? -grité

– ¿Yo? ¿Yo? Yo no soy el idiota que quiso correr hacia los hombres con armas. ¿En qué estás pensando Elena?

– No digas estupideces. Yo no saldría de nuestras tierras y tú lo sabes. Tenía curiosidad. No hace una hora que volví y ya estás poniéndome a prueba. Hasta qué punto puedes mandonearme, hasta qué punto puedes controlar…

– Esos cazadores estaban en nuestras tierras, Elena -la voz de Clay sonaba grave y sus ojos estaban clavados en los míos.

– Esti es una estup… -me detuve y estudié su rostro--. ¿Hablas en serio, verdad? ¿Cazadores? ¿En las tierras de Jeremy? ¿Los años ya te están atrofiando el cerebro?

Acusó el golpe más de lo que yo esperaba. Apretó los labios. Su mirada se endureció. Había ira allí, al borde de la explosión. La ira no iba dirigida contra mí, sino contra quienes se habían atrevido a invadir su santuario. Cada fibra de Clay se rebelaba contra la idea de permitir que hubiera hombres armados en las tierras pertenecientes a la casa. Sólo había una cosa que podría impedirle cazarlos: Jeremy. De modo que Jeremy debía haberle prohibido ocuparse de los intrusos, no sólo matarlos, sino incluso utilizar sus infames técnicas para asustarlos. El método usual de Clay de echar a los intrusos humanos. Dos generaciones de adolescentes locales en busca de lugares para hacer fiestas habían crecido transmitiéndose el cuento de que los bosques de Stonehaven estaban embrujados. Mientras los cuentos tuvieran que ver con fantasmas y no se hablara de licántropos, Jeremy lo permitía, incluso lo alentaba. Al fin de cuentas, permitir que Clay asustara a la gente local era más seguro y mucho menos problemático que otra alternativa. ¿Entonces por qué no se lo permitía Jeremy ahora? ¿Qué había cambiado?

– Debe estar adentro ahora -dijo Clay-. Ve y habla con él.

Se volvió para ir en busca de su ropa.

Al ir hacia la casa pensé en lo que había dicho el chofer del taxi. Perros salvajes. No había perros salvajes aquí. Los perros no se acercarían al territorio de los licántropos. Y los perros tampoco andaban matando mujeres jóvenes y sanas. Las pisadas inmensas de perros en torno del cuerpo podían significar una sola cosa. Un licántropo. ¿Pero quién podría estar matando tan cerca de Stonehaven? La pregunta misma era tan increíble que no podía tener respuesta. Para un licántropo que no fuera de la Jauría sería suicida cruzar la frontera del estado de Nueva York. Los métodos de Clay para espantar a los intrusos eran tan conocidos que ninguno se había atrevido a acercarse a menos de ochenta kilómetros de Stonehaven en más de veinte años. Se cuenta que Clay desmembró al último licántropo intruso dedo a dedo, miembro por miembro, manteniéndolo vivo hasta el último momento posible, cuando le arranco la cabeza. En aquel entonces Clay tenía diecisiete años.

También era ridícula la idea de que Clay o Jeremy pudiesen ser responsables de semejante hecho. Jeremy no mataba. Eso no significa que no pudiera matar o que nunca sintiera el impulso de hacerlo, sino que simplemente entendía que canalizaba mejor su energía en otras cosas, así como un general debe renunciar al calor del combate y dedicarse a cuestiones de estrategia y conducción. Si había que matar a alguien, Jeremy ordenaba que otro lo hiciera. Incluso eso se hacía en casos extremos y rara vez se trataba de humanos. No importa cuál fuera la amenaza, Jeremy nunca ordenaría matar a un ser humano en su territorio. Y en cuanto a Clay, por más fallas que tuviera, matar a seres humanos por deporte no era una de ellas. Matarlos significaba tocarlos, caer en la indignidad de entrar en contacto físico con ellos, cosa que no hacía a menos que filera absolutamente necesaria.

Cuando volví a entrar en la casa, seguía en silencio. Fui de nuevo al estudio, el corazón de Stonehaven. Jeremy no estaba allí. Decidí esperar. Si estaba en la casa, me escucharía. Por una vez, él vendría a mí.

Jeremy gobernaba la Jauría con autoridad absoluta. Es la ley de los lobos salvajes, aunque no siempre fue la ley de la Jauría. A veces la historia de los Alfa de la Jauría hacía que parecieran civilizadas las batallas por la sucesión imperial en Roma. Un licántropo de la Jauría lograba tomar el mando, mantener su puesto de Alfa por unos meses, quizás incluso unos años, pero terminaba asesinado o ejecutado por uno de sus hermanos más ambiciosos, que ocuparía su lugar hasta que llegara su propio fin, generalmente no por muerte natural. Ser Alfa en la Jauría no tenía nada que ver con la capacidad de conducción, sino con el poder.