Para la segunda mitad del siglo veinte la Jauría se estaba desmembrando. El mundo posindustrial no trataba bien a los licántropos. Los bosques y las praderas cedían terreno a la extensión urbana. La gente en la sociedad moderna respetaba mucho menos que la de la Inglaterra feudal la privacidad de sus vecinos ricos que preferían vivir una vida retirada. La radio, la televisión y los diarios podían hacer correr por todo el mundo en pocas horas la noticia de que se había avistado un licántropo. Los nuevos métodos de trabajo de la policía permitían vincular asesinatos cometidos por un perro en Tallahasse con hechos similares sucedidos en Miami y Key West. El mundo comenzó a cercar a la Jauría. En vez de unirse para su mutua defensa, los miembros de la Jauría comenzaron a luchar entre sí, disputando cada vestigio de seguridad, incluso llegando a robar territorio a sus propios hermanos.
Jeremy cambió todo eso.
Aunque Jeremy nunca fue considerado el mejor luchador de la Jauría, poseía una fuerza que era aún más importante para la supervivencia y el éxito. Jeremy tenía absoluto autocontrol. El hecho de que pudiera dominar sus propios instintos e impulsos significaba que podía analizar racionalmente los problemas que enfrentaba la Jauría y manejarlos de modo racional, tomando decisiones que no respondieran a meros impulsos. A medida que las ciudades se fueron convirtiendo en tierras de humanos y cemento sin resquicios, mudó la Jauría al campo. Le enseñó a sus miembros a manejarse con los seres humanos, cómo ser parte del mundo y estar filera del mundo al mismo tiempo. Cuando las historias acerca de los licántropos comenzaron a difundirse cada vez más rápido y con mayor facilitad, ejerció su control no sólo sobre la Jauría, sino también sobre los licántropos que no eran miembros de ella. En el pasado se consideraba a los licántropos que no eran de la Jauría como ciudadanos de segunda. Bajo el reinado de Jeremy los licántropos que no eran de la Jauría no mejoraron su estatus, pero la Jauría descubrió que no podía darse el lujo de ignorarlos. Si un licántropo que no era de la Jauría creaba problemas en El Cairo, resonaba en Nueva York. La Jauría comenzó a llevar archivos de los licántropos que no eran miembros de ella, tomando conocimiento de sus hábitos y rastreándolos. Cuando un licántropo causaba problemas en cualquier lugar del mundo, la Jauría actuaba en forma rápida y concluyente. La pena por poner en peligro a la Jauría iba desde un llamado de atención, pasando por una golpiza, hasta una rápida ejecución. Bajo el reinado de Jeremy, la Jauría era más fuerte y estable que nunca nadie cuestionaba su liderazgo. Sabían que tenían algo bueno.
Dejé de pensar en eso y fue junto al escritorio, para mirar la pila de papeles que había allí. «Las excavaciones revelan nuevos elementos del fenómeno Chavín» era el título de un artículo. Debajo asomaba otro referido a los antiguos cultos del jaguar de Chavín de Huántar. «Que interesante», bostecé. Aunque a muchos los sorprendía, Clay era en realidad un tipo brillante, que había sacado un doctorado en antropología. Se especializaba en religiones antropomórficas. O dicho de otro modo, estudiaba simbolismo de hombres bestia en las culturas antiguas. Se había ganado su reputación a base de investigación, ya que no le gustaba tratar directamente con el mundo humano, pero cuando consideraba necesario tomar contacto con el mundo académico, daba cursos breves. Así lo conocí.
Nuevamente traté de dejar de lado tales pensamientos. Dando la espalda a los papeles de Clay, me hundí en el sillón. Mirando en derredor, advertí que el cuarto se veía exactamente como yo lo había dejado hacía catorce meses. Recordé cómo era el estudio antes, lo comparé con lo que veía y no encontré una sola diferencia. No era posible. Jeremy redecoraba ese cuarto -y la mayor parto de la casa- tan a menudo que se bromeaba acerca de que si uno pestañaba ya había algo diferente. Clay dijo una vez que los cambios tenían que ver con malos recuerdos, pero no agregó nada más. Pero después de que Clay me trajera aquí, Jeremy me reclutó como asistente decoradora. Recuerdo haber pasado noches enteras estudiando catálogos, moviendo muebles y mirando catálogos de pintura. Al mirar el techo junto al hogar vi montículos endurecidos de pegamento del empapelado, que databan de una vez en que, demasiado cansados ya a las cuatro de la madrugada como para seguir empapelando las paredes, Jeremy y yo nos trenzamos en una dura batalla, arrojándonos grumos de una punta a la otra del cuarto.
Recordaba haber mirado esos montículos la última vez que estuve en el cuarto. Jeremy estaba parado frente al hogar, dándome la espalda. Cuando yo le contaba lo que había hecho, deseaba ansiosamente que él se diera vuelta y me dijera que estaba bien. Pero yo sabía que no era así. Era algo totalmente equivocado. Aún así quería que me dijera algo, cualquier cosa que me hiciera sentir mejor. Como no lo hizo, me fui, jurando no volver. Miré nuevamente los grumos de pegamento. Otra batalla perdida.
– Así que volviste… por fin.
La voz me hizo sobresaltar. Jeremy estaba en la puerta. Se había dejado una barba corta, cosa que sucedía cuando estaba demasiado concentrado en algo como para afeitarse y luego ya no quería arreglar el asunto. Lo hacía parecer mayor, aunque ni de lejos de su verdadera edad, cincuenta y un años. Como dije, envejecemos lentamente. Jeremy parecía promediar la treintena: su corte de pelo, que le llegaba hasta los hombros y estaba atado en la nuca, subrayaba esa ilusión de juventud. Era un estilo que había adoptado no por seguir la moda sino porque podía cortarse menos el pelo. Para Jeremy las idas al peluquero eran intolerables, de modo que Clay o yo se lo cortábamos, cosa que no soportaba más de unas cuantas veces al año. Cuando entró al cuarto, le cayó el pelo sobre los ojos, quitando toda austeridad a su rostro. Lo tiró hacia atrás, un gesto tan familiar que me hizo doler la garganta.
Miró en derredor.
– ¿Dónde está Clay?
Típico. Primero se enoja conmigo porque llegué tarde. Luego pregunta por Clay. Sentí dolor, pero lo rechacé. No es que esperara que me recibiera a los abrazos y a los besos. Ese no era el modo de ser de Jeremy, aunque hubiera estado bien que dijera «me alegro de verte o «¿qué tal el vuelo?"
– Escuchamos disparos en el bosque -dije. -Clay murmuró algo acerca de tumbas poco profundas y se fue.
– Estuve tres días tratando de contactarte.
– Estaba ocupada.
Hubo un tic en su mejilla. En Jeremy eso era el equivalente de un estallido emocional.
– Cuando te llamo, contéstame -dijo, con voz engañosamente suave-. No te llamaría si no fuera importante. Si llamo, contesta. Ese fije el arreglo.
– Correcto, ése fue el arreglo. Pasado. Nuestro arreglo terminó cuando dejé la Jauría.
– ¿Cuándo dejaste la Jauría? ¿Eso cuándo fue? Perdóname si me perdí algo pero no recuerdo haber hablado de tal cosa, Elena.
– Creí que nos entendíamos.
Clay entró al cuarto trayendo una bandeja con fiambres y queso. La dejó en el escritorio y me miró a mí y luego a Jeremy.
Jeremy continuó.
– ¿Así que ya no eres parte de la Jauría ahora?
– Correcto.
– ¿Entonces eres una de ellos, una piojosa?
– Por supuesto que no, Jer -dijo Clay, dejándose caer junto a mí en el sofá.
Me paré y fui junto a la chimenea.
– Bueno, ¿cómo es la cosa? -preguntó Jeremy atravesándome con la mirada-. ¿Jauría o no?
– Vamos, Jer -dijo Clay-. Sabes que no lo dijo en serio.
– Teníamos un arreglo Elena. No te contactaría si no te necesitara. Ahora te necesito y lloriqueas y te enojas porque tuve la desfachatez de recordarte tus responsabilidades.
– ¿Me necesitas para qué? ¿Para que me ocupe del callejero intruso? Ésa es tarea de Clay.