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Jeremy sacudió la cabeza.

– No se usa dinamita para matar un ratón. Clay tiene sus puntos fuertes. La sutileza no es uno de ellos.

Clay me sonrió y se encogió de hombros. Yo desvié la mirada.

– ¿Entonces qué cosa tan importante hay para que me necesites? -pregunté.

Jeremy giró y fue hacia la puerta.

– Ya es tarde. Hablaremos por la mañana. Quizá estés menos agresiva después de dormir.

– ¡Un momento! dije, interponiéndome en su camino-. Dejé todo para venir aquí. Falté al trabajo, pagué un pasaje de avión y vine lo más rápido que pude porque nadie contestaba el maldito teléfono. Si te vas, no te prometo que vayas a encontrarme aquí por la mañana.

– Que así sea – Dijo Jeremy, su voz tan fría que me hizo tiritar-. Si decides irte, que Clay te lleve a Syracuse.

– Sí, seguro -dije -. Tendría más probabilidades de llegar al aeropuerto pidiendo que me llevara el psicópata local.

Clay sonrió.

– Te olvidas, querida, de que yo soy el psicópata local.

Murmuré que estaba de acuerdo. Jeremy no dijo nada, se quedó allí y esperó que me hiciera a un lado. Lo hice. Es difícil quebrar viejos hábitos. Jeremy salió del cuarto. Un minuto más tarde se cerró la puerta de su cuarto arriba.

– Hijo de puta arrogante -murmuré.

Clay se encogió de hombros. Estaba reclinado en su asiento, mirándome, con una sonrisa pensativa que me ponía nerviosa.

– ¿Qué carajo quieren? -dije

Su sonrisa se hizo más ancha con el destello de sus dientes blancos.

– A ti. ¿Qué otra cosa?

¿Dónde? ¿Aquí? ¿En el piso?

– No. Eso no. Aún no. Sólo lo mismo que quise siempre. Tú. Aquí. Para siempre.

Deseé que hubiera aceptado mi interpretación de sus palabras. Me miró nuevamente a los ojos.

– Me alegro de que volvieras, cariño. Te extrañé.

Casi me tropiezo al salir corriendo del cuarto.

REUNIÓN

Más allá de lo que hubiese dicho Jeremy, yo sabía que no debía intentar dejar la casa. Jeremy podía hacer de cuenta que no le importaba lo que yo hiciera, pero me detendría si intentaba irme sin escuchar lo que él me quería decir 'Tenía tres opciones. Primero, podía forzar la mano y tratar de irme. Segundo, podía subir a su cuarto y amenazar con irme si no me decía lo que sucedía. Tercero, podía ir a mi antiguo cuarto, dormir y averiguar por la mañana qué quería. Evalué las opciones. Ahora sería imposible conseguir un taxi para volver a Syracuse, dado que el servicio local había cerrado hacia más de una hora. Podía tomar uno de los autos y dejarlo en el aeropuerto, pero las posibilidades de que hubiera un vuelo a Toronto a las tres de la madrugada eran casi nulas y no me gustaba la idea de dormir en el aeropuerto. Tampoco me gustaba la idea de pelearme con Jeremy. Uno no peleaba con Jeremy Danvers; podía gritar y maldecirlo, pero él se quedaba parado con mirada inescrutable, esperando a que una se cansara, y luego con calma se negaba a discutir el asunto. Yo había encontrado la manera de superar sus defensas, pero me faltaba práctica. No, esta noche lucharía negándome a seguirles el juego. Me iría a dormir, arreglaría el asunto por la mañana y me iría. Así de simple.

Fui arriba, al mi antiguo cuarto, ignorando el hecho de que -aunque supuestamente nadie sabía que yo iba a venir- el cuarte había sido aireado, la ventana estaba abierta, había sábanas limpias y listas para dormir. 'Tomé mi celular de la bolsa y llamé a Philip. A medida que iba sonando y nadie contestaba, fui sintiendo una creciente desilusión. Probablemente ya estuviera acostado. Cuando atendió el contestado; pensé en colgar y llamar de nuevo con la esperanza de que por fin se despertara, pero sabía que era egoísta de mi parte querer hablarle para restablecer mi vínculo con el mundo exterior. Así que le dejé un mensaje breve, comunicándole que había llegado bien y que lo volvería a llamar antes de partir al día siguiente.

El silencio de la casa me despertó a la mañana siguiente. Yo estaba acostumbrada a despertarme en la ciudad, maldiciendo los sonidos del tráfico, tirando el reloj despertador al otro lado cuarto, amenazando hacer lo mismo con Philip si no me deja quedarme en la cama. Cuando nada conspiró para levantarme esta mañana, me desperté de pronto a las diez, creyendo a medias que se acababa el mundo. Entonces me di cuenta de que estaba en Stonehaven. No puedo decir que me sintiera aliviada.

Me liberé de las sábanas bordadas y las almohadas de pluma y corrí las cortinas de la cama. Despertarme en mi cuarto de Stonehaven era como despertar a una pesadilla de novela victoriana. La cama con dosel era de por si terrible, algo sacado de un cuento de hadas. Pero la cosa se ponía peor. Al pie de la cama había cajón de cedro con cobertores de pluma y perfume a madera, para el caso de que no bastaran los de algodón egipcio que había en cama. En la ventana se agitaban cortinas de voile, sobre un asiento empotrado en la pared, forrado en raso. Las paredes estaban pintadas de rosa pálido y adornadas con acuarelas de flores y atardeceres. Al otro lado del cuarto había un tocador de roble, con espejo de marco dorado y cepillo y espejo de mano con base plateada. La tapa del vestidor estaba llena de muñequitas de Dresden. Scarlett se hubiera sentido como en su casa.

El asiento en la ventana había sido el motivo principal por el que Jeremy escogió este cuarto para mi. Eso y que los cerezos florecían justo debajo de la ventana. Parecía apropiadamente lindo y femenino. La verdad es que Jeremy no sabía nada de mujeres y esperar que me volviera loca por las flores de cerezo había sido el primero de muchos errores. No se podía esperar que supiera demasiado. Las mujeres cumplían un papel casi insignificante en mundo de los licántropos. El único motivo que tiene un licántropo para averiguar lo que piensa una mujer es encontrar la mejor manera de llevarla a la cama. La mayoría ni siquiera se moleta en averiguar eso. Si uno es diez veces más fuerte que la fabulosa pelirroja sentada junto al bar, por qué molestarse en comprar un trago. Ese es al menos el punto de vista de los que no forman parte de la Jauría. Los de la Jauría son más sutiles. Si un licántropo quiere vivir en un lugar, no puede mantener el hábito violar a una mujer cada vez que siente necesidad. Los licántropos de la Jauría incluso tienen amantes y novias, aunque nunca forman lo que los humanos llaman relaciones estables. Por supuesto que no se casan. Tampoco permiten a las mujeres criar a sus hijos. Es ley de la Jauría que todo hijo varón debe ser separado de su madre en la infancia y se deben cortar todos los lazos con ella. Así que no se podía esperar que Jeremy supiera demasiado acerca del sexo opuesto, puesto que se había criado en un mundo en el que las madres, hermanas y tías eran sólo palabras en un diccionario. Y no había mujeres lobo. Excepto yo, por supuesto. Cuando me mordieron, Jeremy esperaba encontrarse con una criatura infantil y dócil que tímidamente aceptaría su destino y se contentaría con un cuarto bonito y ropa linda. Si hubiese previsto el futuro, quizá me hubiera echado… o algo peor.

El que me mordió me había traicionado de la peor manera posible. Yo lo amé, confié en él y él me convirtió en un monstruo. Entonces me dejó con Jeremy. Decir que reaccioné mal es poco decir. Lo del cuarto no funcionó. En una semana Jeremy tuvo que encerrarme en una jaula. Mis Cambios se volvieron tan descontrolados como mis ataques de furia. Nada que Jeremy dijera hacía que yo lo escuchase. Lo odiaba. Era mi captor; el único al que podía culpar de todos mis tormentos, físicos y emocionales. Si la jaula era mi infierno, Jeremy era mi Satán.

Finalmente me escapé. Conseguí viajar a 'Toronto comprando el pasaje con lo único que tenía para dar a cambio: mi cuerpo. Pero a los pocos días de llegar comprendí que mi valoración de la jaula era totalmente inexacta. No era el infierno. Era sólo una estación de paso camino al infierno. Vivir sin límites e incapaz de controlar mis Cambios era el noveno círculo del infierno.