Empecé matando animales para sobrevivir, conejos, mapaches, perros e incluso ratas. Al poco tiempo perdí toda ilusión de controlarme y comencé a hundirme en la locura. Incapaz de razonar, apenas si podía pensar y sólo respondía a las urgencias de mi estómago. Los conejos y mapaches ya no bastaban. Comencé a matar gente. Luego del segundo asesinato, Jeremy me encontró, me llevó a casa y me entrenó. No volví a intentar escapar. Había aprendido la lección. Había cosas peores en el mundo que Stonehaven.
Me bajé de la cama y caminé por el piso de madera frío hasta la alfombra. Mi bolsa estaba abajo, pero no importaba. El vestidor y el ropero estaban llenos de ropa que había acumulado a lo largo de los años. Encontré jeans y una camisa y me los puse. No tenía ganas de peinarme, así que me hice una trenza.
Ya semipresentable abrí la puerta del cuarto y miré la puerta cerrada al otro lado del corredor. Los ronquidos de Clay lograban traspasar su puerta y yo me aflojé un poco.
Ese era un problema que quería evitar esta mañana.
Salí al corredor y pasé su puerta. En forma sorprendentemente abrupta se detuvieron los ronquidos. Maldiciendo, bajé los primeros escalones. La puerta de Clay se abrió con un crujido y luego escuché sus pies descalzos sobre el piso de madera. “No te detengas", me alerté. «No te detengas". Entonces por supuesto me detuve y me di vuelta.
Estaba parado arriba, y se veía suficientemente exhausto como para caer por la escalera. Sus rulos dorados estaban en desorden y aplastados con el sudor del sueño. Tenía una sombra de barba rubia. Sus ojos estaban abiertos a medias y se esforzaban por enfocarme. Llevaba sólo los calzoncillos blancos con huellas de zarpas negras que le compré para hacerle una broma durante uno de los períodos en que nos llevamos mejor hace unos años. Desperezándose, giró los hombros hacia atrás, exponiendo los músculos de su pecho.
– ¿Pasaste una mala noche vigilando mis rutas de escape? -pregunté.
Se encogió de hombros. Cuando yo tenía un mal día en Stonehaven, Clay se pasaba la noche haciéndome guardia. Como si yo fuera tan cobarde como para escabullirme por la noche. Bueno, es cierto que lo había hecho, pero no era ésa la cuestión.
– ¿Quieres que te acompañe a desayunar? -preguntó.
– No.
Otra vez se encogió de hombros adormilado. Dentro de unas horas no dejaría pasar el rechazo sin pelear. Carajo, en unas cuantas horas no se molestaría en preguntar si podía acompañarme. Seguí bajando. Di tres pasos, cuando se despertó de golpe, me siguió y me tomó del codo.
– Yo te preparo el desayuno -dijo-. Te veré en el porche. Quiero hablar contigo.
– No tengo nada que decirte, Clayton.
– Dame cinco minutos. Ya bajo.
Antes de que pudiera contesta; subió corriendo y desapareció en su cuarto. Podría haberlo seguido, pero hubiese significado seguirlo a su cuarto. Decididamente eso no era una buena idea.
Al llegar a la planta baja, me llegó el aroma de jamón con miel y panqueques, mi desayuno favorito. Fui al porche y miré la mesa Sí, había pilas de jamón y panqueques sobre un plato. No habían llegado solos allí, pero me hubiera sorprendido menos que fuera así. La única persona que podía haberlo preparado era Jeremy, pero él no cocinaba. No es que no pudiera, no lo hacia. Eso no quiere decir que él esperase que Clay o yo lo sirviéramos, pero cuando él preparaba el desayuno, lo único que echaba humo era el café. Lo demás era una mezcolanza de panes, quesos, fiambres, frutas y cualquier otra cosa que requiriera una preparación mínima.
Jeremy entró detrás de mí a la sala.
– Se enfría. Siéntate y come.
No dije nada del desayuno. Cuando Jeremy tenía un gesto amable, no le gustaba que se le agradeciera. Por un momento estuve convencida de que ésa era la manera de Jeremy de darme la bienvenida. Entonces reaparecieron las viejas dudas. Quizá sólo había preparado el desayuno para tranquilizarme. Nunca podía descubrir las intenciones de Jeremy. A veces estaba segura de que me quería en Stonehaven, otras veces pensaba que sólo me aceptaba porque no le quedaba más remedio, porque me hablan metido en su vida y tenerme calmada y controlada era lo mejor para su Jauría. Sé que yo pensaba demasiado en eso, esforzándome por interpretar cada gesto suyo, demasiado ansiosa por ver una señal de aprobación. Quizás aún estuviera atrapada en los viejos patrones de la infancia, deseando un padre más de lo que estaba dispuesta a admitirlo. Deseaba que no fuera así. La imagen que quería proyectar no era precisamente la de una niña carenciada.
Me senté y empecé a comer. Los panqueques estaban preparados con una mezcla sacada de una caja, pero no me quejé. Estaban calientes y me llenaban y tenían manteca y jarabe de arce. La cosa auténtica, no la porquería de imitación que siempre compraba para ahorrar un poco. Tragué la primera parva y me serví la segunda. Jeremy no movió un pelo. Una cosa buena de Stonehaven era que yo podía comer todo lo que quisiera sin que nadie lo comentara o lo notara.
Parece que mientras Clay estaba vigilando la ventana de mi cuarto anoche, Jeremy me esperaba aquí esta mañana. Su caballete estaba puesto entre la ventana y su silla. Había allí una hoja con unas cuantas líneas. No había avanzado mucho en el nuevo bosquejo. Las pocas líneas que había trazado evidentemente habían sido borradas y vueltas a trazar varias veces. En un lugar el papel amenazaba con romperse.
– ¿Vas a decirme qué pasa? -pregunté.
– ¿Vas a escuchar? ¿O estás buscando otro motivo de pelea?
Trazó otra línea sobre el fantasma de la anterior y volvió a borrarla Se veía el marrón de la madera del caballete a través del agujero que dejó.
– Aún no superas lo que pasó, ¿verdad? -le dije -. El motivo por el que me fui. Aún estás enojado.
No levantó la vista del bosquejo. Carajo, ¿por qué no me miraba?
– Yo no estaba enojado contigo, Elena. Tú estabas enojada contigo misma. Por eso te fuiste. No te gustaba lo que hiciste. Te asustaste y creíste que podías dejarlo atrás si te ibas. ¿Fue así?
No contesté.
Hacía dieciséis meses había ido a investigar el informe de que alguien vendía información sobre los licántropos. La Jauría no sale a perseguir a cada tipo que dice que tiene pruebas de la existencia de licántropos. Eso sería un trabajo de tiempo completo para cada licántropo existente dentro y fuera de la Jauría. Seguimos las historias que suenan verídicas, excluyendo palabras claves tales como balas de plata, asesinato de bebés y criaturas mitad hombre, mitad bestia, que asuelan el mundo. Lo que queda es una tarea de algunas horas que cumplimos Clay y yo. Cada uno cumple un rol. Si un licántropo de afuera estaba causando problemas y Jeremy quería darle un castigo ejemplar, enviaba a Clay. Si el problema iba más allá de lo que pudiera resolverse rápidamente -O Si había un humano involucrado- entonces requería cautela y fineza. Para esos casos me enviaba a mí. El caso de José Carter requería de mis servicios.
José Carter era un mercachifle especializado en fenómenos paranormales. Se había pasado la vida engañando a los crédulos y vulnerables diciéndoles que sus seres queridos muertos querían entrar en contacto con ellos desde el más allá. Entonces, hace dos años, mientras trabajaba en América del Sur, llegó a un pueblo donde se afirmaba que había un licántropo. No iba a perderse esa oportunidad y Carter fue al lugar para empezar a reunir lo que suponía que eran evidencias falsas. El problema es que no eran falsas. Uno de los perros había estado de viaje por Ecuador, atacando una aldea detrás de otra y dejando un rastro de cadáveres. El perro pensó que tenía la solución perfecta, al atacar aldeas tan remotas que nadie vería una relación entre ellas. No contaba con José Carter. Y Carter nunca había pensado que iba a encontrar la cosa verdadera, pero cuando lo hizo supo lo que era rápidamente. Se fue de Ecuador con informes de testigos, muestras de pelo, moldes tomados de las pisadas y fotografías. Al volver a EEUU se contacto con varias sociedades paranormales e intentó vender la información. Estaba tan seguro de lo que había encontrado que ofreció acompañar de vuelta a Sudamérica al que hiciera la mejor oferta para rastrear la bestia.