Nos mantuvimos lejos de la multitud de amigos, parientes y choferes y vimos desembarcar a los pasajeros. Jimmy Koenig resultaba fácil de divisar. Era alto y flaco, con una cara que podía confundirse con la de Keith Richards en un día malo. Representaba los sesenta y dos anos que tenía, la venganza de su cuerpo por quince años de estar sometido a toda prueba de estrés conocida por el hombre. Demasiado alcohol, demasiadas drogas y demasiadas mañanas de despertarse en un cuarto de hotel extraño junto a mujeres aún más extrañas. La gente que hace los guiones de los avisos de la campaña 'Dígale no a la droga" tendría que contratar a tipos como Jimmy Koening Si pasaran su cara por la televisión, cualquier chico con un gramo de vanidad abandonaría la bebida y la droga de por vida. Créanme.
Koenig no viajaba solo. Bajó del avión con un tipo que se veía como su escolta del FBI: de treinta y tantos, bien afeitado e higienizado, con un traje oscuro y anteojos de sol. Aunque sus ojos estaban ocultos tras los cristales, su cabeza giraba de un lado a otro como si vigilara constantemente. Casi esperaba ver a Koenig esposado a él. Cuando llegaron al pie de la rampa de salida, se detuvieron. Intercambiaron unas palabras. El tipo del FBI se veía enojado, pero Koenig no renunciaba a sus opiniones. Luego de unos minutos, el tipo del FBI se fue a buscar sus maletas. Koening fue hacia la sala de espera y se dejó caer en la silla más cercana.
– Clay, Elena, encárguense de Koenig -dijo Jeremy-. Tonio y yo iremos por su amigo, ¿Nick?
– Me quedo con Clay -dijo Nick.
Jeremy asintió y él y Antonio se dirigieron hacia la zona del equipaje. Clay y yo analizamos por un minuto la táctica, luego Clay y Nick se metieron entre la gente. Esperé a que estuvieran fuera de mi vista, luego di la vuelta a una ruidosa reunión familiar y me puse detrás de Koenig. Cuando estuve detrás de su asiento, me quedé esperando. Tardó un par de minutos en alzar la cabeza de pronto. Olfateó el aire y giró lentamente.
– ¡Bu! -dije.
Reaccionó igual que todos los callejeros cuando los enfrento. Saltó de la silla y corrió hacia la salida más cercana, temblando de terror. En mis sueños. Me miró y comenzó a buscar a Clay con la mirada. Nunca fallaba. No importa lo sólida que fuera mi reputación como luchadora, los callejeros sólo temblaban cuando yo aparecía porque por lo general significaba que Clayton andaba cerca. Yo no era más que el heraldo de la muerte.
– ¿Dónde está? -preguntó Koenig, entrecerrando los ojos y mirando la multitud.
– Estoy sola -dije.
– Sí, claro.
Di la vuelta a las sillas y me senté a su lado. Tenía poco aliento a whisky, lo significaba que había una sola copa en el avión. Tampoco estaba segura de si eso era bueno o malo. Estando sobrio era como un león sin dientes, malévolo pero no mordía. También significaba, sin embargo, que su cerebro y sus reflejos funcionaban bien.
– Clay fue a encargarse de tu amigo, el de los anteojos -dije.
– Amig… -Koenig se detuvo y gruñó.
– Se imaginó que yo podía encargarme de ti.
Los ojos de Koenig se movieron abruptamente, obviamente se consideraba insultado. Murmuró algo. Estaba por pedirle que lo repitiera cuando vi que se acercaba Nick por el otro lado. Lo observé y maldije. Koenig giró la cabeza para miran Cuando vio a Nick, su primera reacción fue de alivio. Empezó a relajarse, pero se volvió a tensar. Nick podía no ser tan malo como Clay, pero para Koenig era decididamente más motivo de preocupación que yo.
– Hijo de puta -me quejé-. No debía interferit
Nick sonrió, no amigable, sino con la sonrisa depredadora de un cazador que huele la presa. Sus pasos se alargaron mientras se acercaba. Su mirada fija en Koenig.
– Nicholas… -le advertí al ponerme de pie.
Koenig se lo creyó. Pensando que estaba ocupada en prepararme para hacerle frente a Nick, huyó. Nick me dirigió una sonrisa de victoria y lo perseguimos. A pesar de que Koenig corría, no había ido muy lejos. Era como correr a través de un bosque denso. Se veía obligado a esquivar gente y sillas y sólo lograba evitar una para chocar con la siguiente. Nick y yo lo seguimos caminando a paso rápido. No sólo era más fácil esquivar obstáculos, Sino que no parecía que estuviéramos siguiendo a Koenig. Considerando el aspecto de Koenig, a nadie le parecía extraño que atravesara corriendo la sala del aeropuerto, escapando de perseguidores invisibles. La tenté probablemente creía que estaba borracho, drogado o que estaba rememorando los sesenta. Lo maldecían cuando atropellaba a alguien, pero nadie se metió con él.
Nick y yo lo seguíamos, uno a cada lado. Era la misma técnica que usarnos con el ciervo unos días antes. Hacer que corra y llevarlo hacia la línea de llegada. ¿Y adivinen quién esperaba allí? Casi me sorprendo de que Koenig cayera en la trampa. Digo "casi", porque sabía que no tenía que llamarme la atención. Los callejeros no cazan ciervos. Koenig podía tener el truco en el subconscinete, pero nunca lo había usado, así que no lo reconocía cuando se lo hacían a él.
Seguí el rastro de Clay y arriamos a Koenig fuera de la sala atestada, por un corredor desierto y detrás de una escalera estrecha. Clay saltó de allí, tomó a Koenig de la garganta y le quebró el cuello. Un anticlímax en realidad, pero no podíamos darnos el lujo de interrogarlo en el aeropuerto lleno de gente. Jeremy dijo que había que matarlo, así que eso fue lo que hizo Clay, con absoluta eficiencia. Antes de que el cuerpo de Koenig se aflojara, Clay ya lo estaba metiendo en las sombras bajo las escaleras.
¿Lo dejaremos aquí? -pregunté.
– No. Hay una puerta de salida allí. Vi tachos grandes de basura. Si ustedes montan guardia, yo lo llevo.
– ¿Nos necesitas a ambos? -pregunté-. Tal vez Tonio y Jeremy necesiten ayuda.
– Buena idea. Ve. Nick puede vigilar.
Me fui.
Para cuando llegué a la zona de recolección de equipaje, la mayoría de la gente del vuelo de Koenig ya se había ido. Sólo quedaban los inevitables rezagados junto a la cinta transportadora, mirando con tristeza. Con cada tanda de equipaje que pasaba, se despertaban, miraban, con pocas esperanzas de que apareciera el suyo, pero negándose aún a creer que habla sido devorado por el dios demoníaco de las maletas. El tipo del FBI no estaba entre ellos. Y tampoco Jeremy y Antonio. Miré por última vez y volví sobre mis pasos.
Junto a los baños, alcancé a ver al tipo del FBI. Traté de sentir su rastro de licántropo, pero se perdía en medio del hedor de los extraños. Tampoco vi a Jeremy ni a Antonio, pero eso no me Sorprendió. Primero, con todo el tráfico humano que iba y venta por allí, tenía suerte de haber percibido un rastro. Segundo, Jeremy probablemente había escogido otro camino, dado que se sentía menos inclinado a hacer tonterías infantiles como llegar junto a su blanco y decir “BU".
Seguí el rastro del nuevo licántropo, cuidándome de no chocar con él y joderle los planes a Jeremy. Pensaba que el rastro del callejero llevaría al hall central donde había estado esperando Koenig. No era así. En vez de eso, se dirigió hacia una salida de emergencia. Miré en derredor, luego probé la puerta. Como no sonaron alarmas, salí y me encontré en un camino que parecía una zona de carga. El rastro del callejero llevaba al estacionamiento.
Nuevamente me sorprendió su nimbo. En vez de ir al estacionamiento, dobló por otro camino. Cuando iba a doblar, el silencio se vio sacudido por un cornetazo agudo y yo me di vuelta para encontrarme con un levanta cargas que se me venía encima. Cuando la máquina pasó a ni lado, el conductor señaló el estacionamiento con el dedo, poro no bajó la velocidad, obviamente demasiado atareado como para preocuparse por turistas que se metían en lo que probablemente era un área restringida. A partir de allí avancé pegada al muro, lista para ocultarme si aparecía otra persona.