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Corrí hasta el fin del callejón, poro el callejero había desaparecido. Busqué su rastro. Se había perdido en medio de los olores de máquinas y caños de escape. Empecé a sospechar que Jeremy y Antonio no andaban por allí. El aire se sentía denso, con olor a nafta y diesel. Ellos probablemente se habían dado por vencidos. Estaba por regresar cuando, dando la vuelta a una esquina, vi al callejero a cinco metros. Rápidamente me oculté, me detuve, escuché y evalué mis opciones. Si estaba segura de que Jeremy y Antonio no andaban cerca, debía retirarme. Jeremy me arrancaría la piel viva si atacaba sola al callejero, aunque tuviera éxito. Lo sabía, poro la tentación era demasiado grande. diciéndome que sólo quería mirar mejor, me adelanté sigilosamente.

Cuando volví a doblar la esquina, el callejero ya no estaba Avancé por la calle, manteniéndome cerca del edificio que estaba a mi izquierda. Caminamos otros cuatro o cinco metros. Entonces se detuvo y miró en derredor, como si tratara de ubicarse. Yo me aplasté contra la pared y esperé. Cuando comenzó a caminar nuevamente, yo me quedé en mi lugar y lo dejé que se alejara. Estaba tan ocupada Concentrándome en mi presa que no escuché pasos detrás de mi. Demasiado tarde. Giré. Una mano me tomó de la garganta y me empujó contra la pared.

– Elena- dijo Le Blanc-. ¡qué sorpresa! ¿Tú por aquí?

Giré la cabeza para mirar por el callejón, esperando ver al tipo del FBI que volvía. Se había ido.

– ¿Es amigo tuyo? -preguntó le Blanc.

– Tuyo, mío no.

Le Blanc alzó las cejas y entonces se rió.

– Ah, ya veo. Tu lo seguiste porque lo viste hablando con Koenig. Así que pensaste que era uno de los nuestros. Pero te equivocas. Y cuánto. El protegido de Koenig no sobrevivió. No pudo soportar el Cambio. Murió ayer. Qué lástima. Daniel me envió a buscar al viejo. Los vi a ustedes por ahí, así que me oculté y vi el espectáculo. Entonces te vi alejarte y pensé que tal vez se iban a cumplir esta misión.

Mientras hablaba, me preparé para un ataque, pero antes de que pudiera golpearlo, sacó algo de su bolsillo. Un arma. Le Blanc alzó la pistola y la puso en el medio de mi frente. Sentí que se movía el piso, parecía que mis rodillas no podrían sostenerme. Basta, me dije. Es un juego No es la clase de juego al que estás acostumbrada, Pero es un juego. Si, me apunta con un arma, pero ya encontraré la manera de salir de esto. Los callejeros son bestias predecibles. Le Blanc no me mataría porque yo resultaba ser una presa demasiado valiosa como para malgastarla en unos pocos segundos de placer asesino. Yo era la única mujer loba. Podría tratar de violarme o de secuestrarme o golpearme un poco, pero no me matarla.

Me tragué el temor la bravuconada había servido la vez pasada. Úsala nuevamente.

– Los licántropos no usamos armas -dije.- Las armas son para los maricas. Ustedes lo saben, ¿verdad?

Cállate -dijo Le Blanc, inclinando la pistola hacia arriba

– Creo que tienes razón en cuanto a que no somos demasiado inteligentes -dije- Si fuera inteligente te habría roto la muñeca derecha. ¿Y cómo anda la izquierda? ¿'Te molesta?

– Cállate.

– Es para pasar el rato.

– Si quieres hablar -dijo Le Blanc-, sugiero que empieces por pedirme disculpas.

– ¿Por qué?

Su rostro se puso colorado, los ojos llenos de sentimiento lque tardé un momento en reconocer. Odio. Odio puro, diez veces más fuerte de lo que había visto en la comisaría esa mañana. ¿Tanto lo enojaba que le rompiera la muñeca? Me produjo una conmoción. Por supuesto que la mayoría de las personas se enojaban por cosas así, pero los callejeros normalmente no se preocupaban demasiado, especialmente si era yo las que les bacía daño. En realidad habitualmente se reían, como si en algún sentido perverso les gustara que yo tuviese el coraje de hacerlo. Hace años le arranqué una oreja a Daniel. No quedó resentido. En todo caso se sentía orgulloso de que le faltara esa oreja y le respondía a cualquier callejero que le preguntara cómo fue que la perdió, como si demostrara que teníamos una relación estrecha y personal. Nada es mayor índice de amor que la mutilación permanente.

– ¿Es por la muñeca? -le pregunté-. Tú fuiste el que quiso demostrar que podías clavarme un cuchillo. Yo sólo demostré que podía defenderme.

– No digas estupideces. Te pareció gracioso humillar al tipo nuevo. ¿Qué te parece que hizo Marsten cuando volvimos a la casa? Les contó a Daniel y Olson. Y los dos se rieron bastante. -Martillé el arma. ~-Quiero que te disculpes.

Lo pensó un segundo. Pedir disculpas no era gran cosa Por supuesto que no lamentaba lo que había hecho pero él no tenía por qué saber eso. Con todo, las palabras se me quedaron pegadas en el gaznate. ¿Por qué tendría que disculparme? Bueno, estúpida, porque el tipo te apunta a la cabeza con un arma. Poro si estaba segura de que no iba a usarla… No importaba. No tenía sentido agravar la cosa

– Lo siento -dije-. No quería avergonzarte.

– De rodillas.

– ¿Qué?

– Pide disculpas de rodillas.

– Ni mierda voy a…

Le Blanc me metió el arma a la fuerza en la boca. Yo lo mordí involuntariamente. Sentí aguijones de dolor en la quijada cuando mis dientes chocaron contra el metal. Traté de moverme, pero él me sostenía contra la pared. Cuando me enterré el cañón del arma en el fondo de la boca, me dio una arcada. El gusto del metal era fuerte y repugnante. Traté de retirar la lengua, poro el cañón estaba metido demasiado adentro. Mi corazón daba saltos, pero no sentía pánico. Más allá de lo que Le Blanc dijera, yo sabía que no iba a matarme. Su expectativa era que la amenaza de muerte bastara para forzarme a hacer lo que él quisiera. Iba a darse cuenta de su error muy pronto. En cuanto Se me ocurriera cómo sacarme el arma de la boca. En el momento en que lo pensé, me di cuenta de que la respuesta era simple. Odiaba hacerlo, pero era la manera más simple.

Alcé una pierna, haciendo el gesto de que estaba dispuesta a arrodillarme. Le Blanc hizo una sonrisa retorcida y me quitó el arma de la boca.

– Buena chica -dijo Le Blanc-. Loba o no, eres mujer. Cuando las cosas se ponen difíciles, sabes cuál es tu lugar.

Yo apreté los dientes y mantuve gacha la mirada, lo que parecía ser para él la demostración de que estaba adecuadamente acobardada.

– ¿Y bien? Dijo.

Incliné la cabeza hacia delante, dejando que mi pelo ocultara mi rostro. Entonces empecé a lloriquear.

– ¿Ya no eres tan valiente, verdad? -rió Le Blanc.

Podía percibir el tono de triunfo en la voz de Le Blanc. Lloriqueé un poco más y alcé la mano para secarme los ojos. A través del pelo solo podía ver la mitad inferior de Le Blanc. Bastaba. Pasados unos segundos de llanto, bajó la mano con la pistola a su costado. Alcé ambas manos para taparme el rostro. Después las bajé de nuevo, me envolví con la mano izquierda el puño derecho y golpeé fuerte a Le Blanc en la entrepierna. Cuando trastabilló hacia atrás, me le tiré encima. Lo lancé al suelo y comencé a correr. A la mitad del callejón escuché el primer disparo. Instintivamente, me lancé al suelo. Algo dio en mi hombro izquierdo. Di en el pavimento con una media vuelta de carnero. Logré ponerme de pie y seguir corriendo. Siguieron dos disparos, pero ya había doblado la esquina.

Al correr, empezó a bajar sangre por, mi hombro, pero el dolor era mínimo, no era más que un rasguño. Hombro izquierdo, pensé. Y unos quince centímetros debajo de mi hombro izquierdo, mi corazón. Apuntaba a mi corazón, Me controlé para no dejar que me dominara el pánico. Detrás alcanzaba a escuchar que me perseguía. Di vuelta en la primera esquina, la siguiente y la siguiente, corriendo sólo trechos cortos en línea recta para que no pudiera volver a disparar. Funcionó unos cinco minutos, pero entonces me lancé por un largo callejón sin otra salida que la del otro extremo. Me incliné hacia adelante y corrí lo más rápido que pude. Pero no lo suficiente. Le Blanc dobló la esquina antes de que llegara final del callejón. Otro disparo. Otra vez al suelo. Esta vez el disparo no fue preciso o yo me había movido más rápido. La bala dio en el costado de un tacho de basura. Había un auto derecho hacia delante y otro a su lado y otro y otro. Era un estacionamiento. Sentí un chispazo de felicidad, Un lugar público. Salvada.