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Di la vuelta a la esquina, ya filera de su alcance. Al correr; miré alrededor buscando la mayor concentración de actividad humana. Ésa era la clave. Acercarme lo suficiente a un grupo de gente como yo llamaría la atención con gritos: un recurso femenino casi tan efectivo como llorar. A primera vista no vi a nadie, pero era difícil mirar mientras corría a toda velocidad. Di vuelta y me lancé en medio de una fila de autos, reduciendo la velocidad detrás de una minivan. Miré en derredor. No había nadie en el lado este del estacionamiento. Miré a través de la ventana del lado del conductor para observar el lado oeste. No había nadie. Absolutamente nadie. Estaba en Un estacionamiento para empleados o para estadías prolongadas

Sentí el olor de Le Blanc notando en la brisa.

Me puse de manos y rodillas en el suelo. Tomé aire, dominé el pánico que me volvía y bajé la cabeza para estudiar el terreno al nivel del suelo. Unos quince metros a mi derecha, habla un par de zapatilla Le Blanc. Giré. Rodé debajo de la miniván y moví el cuello para poder ver mujer. Las filas de gomas parecían llegar hasta el infinito en todas direcciones. Finalmente decidí que la fila de gomas a mi derecha parecía la más corta. Me arrastré boca abajo hasta el frente de la minivan, saqué la cabeza y miré a la derecha. Más allá del estacionamiento no se veía nada. Entonces vi pasar un auto al final de la fila. Luego otro. Un camino. Quizá sólo una ruta de servicio, pero donde había autos tenía que haber gente. Salí de abajo de la miniván y me lancé hacia delante, agachada detrás de los autos.

– Sal, sal de allí -canturreaba Le Blanc. Una breve pausa y luego: -No me gusta jugar, Elena. Si me fuerzas a buscarte lo lamentarás. Puedo hacer que lo lamentes. Viste mi álbum de recortes. Sabes lo que puedo hacer.

Me deslicé por detrás de un auto grande y miré al otro lado antes de cruzar un lugar vacío. Alcancé a ver un movimiento y retiré la cabeza- Por abajo del auto, vi las zapatillas de Le Blanc. Me quedé paralizada y verifiqué el viento. Sudeste. El viento le llevaría mi olor por más quieta que me quedara. Las zapatillas pasaron por el otro lado del auto y siguieron. Le Blanc ni siquiera se detuvo. Cerré los ojos y solté lentamente el aire. No estaba usando el olfato. Una preocupación menos. Esperé hasta que sus zapatillas desaparecieron, luego seguí avanzando por el estrecho pasaje entre las dos filas de autos. Cada vez que llegaba a un espacio vacío, miraba antes de cruzar. Más de una vez no hubo espacio para pasar entre dos autos. Esto era más complicado que cruzar espacios vacíos. Podía pasar por encima o por debajo. La primera vez intenté pasar por encima y sacudí el auto. Pasé unos minutos sin respirar parada allí para estar segura de que Le Blanc no lo había advertido. A partir de entonces, cuando no había espacio entre medio, Iba por debajo. Más lento pero también más seguro.

Ya había pasado quince autos y estimaba que me mataban otros diez cuando escuché pasos a mi izquierda. Me dejé caer, no me moví y escuché. Sabia que Le Blanc estaba a mi izquierda, poro la última vez que verifiqué, estaba atrás. Estos pasos venían de la izquierda y adelante. No sonaban como zapatillas. Zapatos de suelo dura en el pavimento. Quien fuera que estuviera a mi izquierda con sus zapatos de suela se movía rápido y venía casi directo hacia mí. Me tiré boca abajo y miré bajo los autos. Zapatos marrones por la fila inmediatamente a mi izquierda. Una mujer que iba hacia su auto. Pensé en pararme, agitar los brazos, llamar la atención. ¿Una testigo bastaría para evitar que Le Blanc disparase?

– Ajá -gritó Le Blanc.

Alcé de pronto la cabeza y golpeé en la base del auto fuertemente. Le Blanc maldijo y comenzó a correr. Miré en todas direcciones, tratando de ver sus pies o descubrir para dónde corrían. La mujer: tenía que correr el riesgo e ir hacia ella. Pero no podía oír sus pasos. ¿Ya habíaa subido a su auto?

– ¡La puta que lo parió! gritó Le Blan~. No lo puedo creer. ¡Elena!

Dejé de moverme. ¿Por qué me llamaba? Él sabía dónde estaba yo, ¿no es cierto? Aunque no me hubiese estado llamando, tenía que haber oído el golpe de mi cabeza contra el auto. El golpe fue tan fuerte que reverberó por todo el estacionamiento. Le Blanc seguía maldiciendo. Seguí el sonido y vi las zapatillas de Le Blanc a unos cinco metros. Y junto a los zapatos de Le Blanc, el cuerpo de una mujer; tirado en el pavimento, con sus ojos abiertos mirándome bajo un cráter sangriento en el medio de la frente. Cuando Le Blanc gritó no me vió a mí. El ruido que escuché no era de mi cabeza golpeando el auto. Había visto un movimiento, una mujer moviéndose rápido, alcanzó a ver su pelo claro y disparó. Al ver a la mujer muerta empecé a temblar. Me dije que el horror que sentía era por ella, muerta inocentemente en un estacionamiento. No era cierto. El nudo en mi garganta y los fuertes latidos en mi pecho no eran por ella sino por mí. Observé su cuerpo que miraba la eternidad sin ver, y me imaginé yaciendo allí. Se suponía que era yo. Muerta en un segundo. Un breve segundo. Viva y corriendo. Entonces muerta. Terminado. Todo. ¿Habría oído el disparo? ¿Lo habría sentido? Podría haber muerto hoy en este estacionamiento. Aún podía morir. Esta mañana podría haber sido la última vez que me había despertado. El almuerzo mi última comida. Hacia una hora en el aeropuerto, la última vez que hubiera visto a Antonio, Nick, Jeremy… Clay. Empecé a temblar más. Podía morir. Realmente. Pese a todas mis batallas, nunca lo había pensado. Nunca pensé realmente lo que significaba. El fin podía llegar en un segundo imposiblemente corto. Ahora tenía miedo. Más miedo que nunca en mi vida.

Sentí dolor en mis puños apretados. Los abrí y el dolor disminuyó, sentí un tirón, una pulsación como sí algo se moviera bajo mi piel. Lo ignoré. Tenía cosas más importantes en las que pensar. Pero la sensación no se iba. Se puso peor. Miré mis dedos que se retraían hacia el interior de mis manos, el pelo que me salía del dorso. Parecían estar cambiando, pero yo no había hecho nada para precipitar el Cambio, ni siquiera lo había pensado. Sacudí mis manos y las flexioné, deseando detener la transformación. Al mover los dedos, sentí nuevos dolores en mis brazos. Entonces mis pies empezaron a cosquillear. Cerré los ojos y ordené a mi cuerpo que se detuviera. Se arqueó mi espalda. Comenzó a romperse mi camisa "¡No!», gritó mi cerebro. "¡Ahora no! ¡Detente!» Pero no se detuvo. Mis piernas tuvieron espasmos, queriendo meterse debajo de mi cuerpo, pero no habla espacio suficiente. Estaba metida bajo el auto con apenas centímetros de espacio. No podía alzarme en cuatro patas. No podía poner mis piernas y brazos en posición. Apreté los ojos y me concentré. Nada sucedió. Sentí la primera alarma Y el Cambio se aceleró, mi ropa se desgarré y mi cuerpo intentó contorsiones imposibles. Era el temor. El temor de estar atrapada en este estacionamiento con un asesino era lo que había provocado el Cambio y ahora el temor a quedar atrapada bajo el auto lo hacía peor. Sabía lo que tenía que hacer. Tenía que salir. Una nueva chispa de temor hizo que mi torso se alzara, golpeando mi espalda contra la base del auto. Esta vez supe que el ruido era real. Escuché apenas las zapatillas de Le Blanc chillando contra el pavimento. Lo oí decir algo. Lo oí reírse…