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¿Y Clay, por qué aceptaba esto? Jeremy debía saber cuánto lastimaría esto a Clay. ¿Tampoco le importaba? ¿Cómo debíamos llevarnos Clay y yo en estas circunstancias? Teníamos que convivir en un departamento muy pequeño sin nadie de la Jauría para que actuara de intermediario. No habíamos hablado una palabra desde que Clay salió del garaje esa mañana. Estábamos a treinta minutos de Toronto y seguíamos sentados codo con codo como completos extraños.

– ¿Dónde vives? -preguntó Clay.

Me sobresalté. Lo miré, pero él miraba hacia delante, como si le hablara al apoyacabezas del asiente de adelante.

– ¿Dónde vives? -repitió.

– Eh… cerca del lago -dije-. Entre el lago y la estación de tren.

– ¿Y dónde trabajas?

– Por Bay-Bloor.

Sonaba como una conversación ociosa, pero yo sabía que no era así. Detrás de los ojos de Clay, su cerebro estaba en pleno funcionamiento, sacando cálculos de la geografía y de las distancias.

– ¿Seguridad? -preguntó.

– Bastante buena. El edificio donde vivo tiene una entrada con llave y portero eléctrico. Tengo cerrojo y cadena en mi puerta.

Clay resoplo. Si un callejero quisiera entrar en el edificio, todas las cerraduras del mundo no podrían detenerlo. Lo sabía, pero poner un sistema de seguridad parecía excesivo. Una vez se lo mencioné a Philip, pero la idea de él era que el único buen sistema de seguridad consistía en una póliza de seguro. No podía decirle que temía que me atacaran. Eso difícilmente se correspondía con la personalidad de una mujer que se iba de caminata a las dos de la madrugada.

– En el trabajo hay un guardia de seguridad en la planta baja- dije-. Y se necesita una tarjeta de identificación para entrar a mi empresa. Además es un lugar concurrido. Si me muevo en el horario de trabajo, nadie me va a atacar allí. En realidad ni siquiera necesito volver a trabajar, realmente…

– Sí, es mejor que lo hagas. Jeremy tiene razón. Mantén tu rutina normal. Clay miró por la ventana. -¿Quién se supone que soy?

– Mi primo segundo. Que estás en la ciudad en busca de trabajo.

– ¿Es necesario?

– Sonó bien. Si eres mi primo, entonces estaría obligada a darte alojamiento…

– Me refería a la parte de “buscar trabajo” No voy a buscar trabajo, Elena, y no quiero tener que andar justificándome con nada complicado. Quiero lo más parecido a la realidad que sea posible. Estoy en la ciudad trabajando en la universidad, mi trabajo normal. Tomaré contacto con alguna gente que conozco allí, iré al departamento de antropología, quizás haga un poco de investigación.

– Seguro, pero sería más fácil decir…

– No. No estoy actuando, Elena. Sólo lo que sea imprescindible.

Se volvió hacia la ventana y no dijo nada más por el resto del vuelo.

Por más que me pasó rumiando durante el vuelo acerca de lo que íbamos a hacer, sólo terminé de recibir el impacto cuando llegamos al aeropuerto. Había buscado el equipaje e íbamos en busca de un taxi cuando me di cuenta de que estaba por llevar a Clay al departamento que yo compartía con Philip. Se me cerraba el pecho, el corazón me retumbaba, y para cuando llegamos a la puerta, ya me encontraba en medio de un ataque de pánico.

Clay estaba un paso adelante. Extendí la mano y lo tomé del brazo

– No tienes que hacer esto -dije.

No me miró.

– Si tengo que hacerlo, es lo que quiere Jeremy.

– Pero eso no significa que tienes que hacerlo. Él me quiere a resguardo, ¿verdad? Tiene que haber otra manera de hacerlo,

Clay siguió sin darse vuelta.

– Dije que me quedaría contigo. Y eso es lo que voy a hacer.

– Puedes hacerlo sin ir a mi departamento.

Se detuvo y giró lo suficiente como para que pudiera ver un cuarto de perfil de su rostro.

– ¿Y cómo voy a hacer eso? ¿Dormir en el callejón afuera de tu edificio?

– No, quiero decir que ninguno de los dos tiene que ir a mi departamento. Yo no tengo que ir. Iremos a otro lado. A un hotel.

– ¿Y tú irás conmigo?

– Por supuesto.

– ¿Y te quedarás conmigo?

– Exacto. Lo que quieras.

Podía sentir la desesperación en mi voz y me produjo repugnancia, pero no podía contenerme. Me temblaban tanto las manos que la gente comenzaba a mirarme.

– Lo que quieras -repetí-. Jeremy no lo sabrá. Dijo que no nos contactaría por teléfono, así que no va a saber si estamos en el departamento. Estaré a salvo y tú estarás conmigo. Eso es lo que importa, ¿verdad?

Por casi un minuto, Clay no se movió. Entonces lentamente se volvió hacia mí. Cuando lo hacía, alcancé a ver un destello de algo que parecía esperanza en su mirada, pero desapareció en cuanto vio mi expresión. Apretó los dientes y me miró a los ojos.

– Bien -dijo ¿Lo que quiera? -Fue hacia unos teléfonos públicos y tomó el auricular del más cercano. -Llámalo.

– Dijo que no podíamos llamarlo. Nada de contacto telefónico.

– A Jeremy no. A ese hombre. Llámalo y dile que se acabó. Que se puede quedar con el departamento. Que irás a buscar tus cosas luego.

– Eso no es…

– No es lo que quisiste decir, ¿verdad? Me pareció que no. ¿Entonces cuál es el plan? ¿Ir y volver entre los dos hasta que te hayas decidido?

– Ya me decidí. Todo lo que pasó en Stonehaven fue un error, como siempre. Nunca te engañé. Tú sabías que tenía una pareja y nunca lo oculté. Es la misma maldita cosa que pasa cada vez que voy a ese lugar. Me quedo atrapada. Me pierdo.

– ¿Qué es lo que te atrapa? ¿La casa? ¿Un montón de ladrillos?

– Ese lugar -dije, apretando los dientes. Ese mundo y todo lo que hay allí, incluyéndote a ti. No es lo que quiero, pero cuando llegó allí, no puedo resistirme. Me domina.

Solté una carcajada áspera.

– No digas estupideces. No hay nada en este mundo o aquel mundo o cualquier otro mundo que no puedas enfrentar, Elena. Sabes en qué consiste el encantamiento mágico de ese lugar? En que te hace feliz. Pero no lo admites porque no es la clase de felicidad que quieres permitirte. Para ti la única felicidad aceptable es la del mundo "normal", con amigos «normales» y un hombre "normal». Estás decidida a ser feliz en esa clase de vida, aunque mueras en el intento.

La gente nos miraba, dejando de lado todo disimulo. Tendría que haber escuchado campanas de alarma en mi cabeza, que me advirtieran que estábamos actuando de manera inapropiada para el mundo humano. Pero no era así. No me importaba. Me di vuelta y miré con rabia a dos mujeres mayores que hacían comentarios a mis espaldas. Retrocedieron, con los ojos abiertos. Empecé a alejarme.

– ¿Cuándo fue la última vez que lo llamaste? -me preguntó Clay.

Me detuve. Clay se me acercó y bajó la voz para que nadie más pudiera oír.

– Sin contar esta mañana cuando llamaste para decirle que íbamos a venir -dijo-. ¿Cuándo lo llamaste?

No contesté.

– El domingo -dijo-. Hace tres días.

– Estuve ocupada -dije.

– No digas estupideces. Te olvidaste de él. ¿Crees que te hace reliz? ¿Crees que esta vida te hace feliz? Bueno, entonces aquí tienes tu oportunidad. Llévame allí. Muéstrame lo feliz que te hace. Demuéstralo.

– Vete a la mierda -le gruñí y fui hasta la puerta.

Clay me siguió pero llegó tarde. Salí del aeropuerto y subí a un taxi antes de que pudiera alcanzarme. Cerré la puerta y casi le aplasté los dedos. Le di al chofer una dirección. Al alejarnos, me di la pequeña satisfacción de mirar por el espejo del costado y ver a Clay parado en la vereda.

Lástima que no le había dicho con mayor precisión dónde vivía. “cerca del lago” era una zona muy grande… con un montón de edificios de departamentos.

Cuando llegué a mi edificio, toqué el portero eléctrico. Contestó Philip. Sonó un poco sorprendido cuando me anuncié. No había perdido la llave. No me pregunten por qué toqué el timbre para que me dejara pasar. Esperaba que Philip tampoco me lo preguntara.