Cuando llegué arriba, Philip me esperaba junto al ascensor.
– Tendrías que haber llamado desde el aeropuerto -dijo-. Esperaba para irte a buscar. -¿Dónde está nuestro invitado? -preguntó.
– Demorado. Quizá para siempre.
– ¿No vendrá?
Me encogí de hombros y fue un bostezo.
– Vuelo complicado. Mucha turbulencia. Sólo pensaba en llegar aquí y descansar No sabes lo feliz que estoy de haber llegado a casa.
– No tan feliz como estoy yo de tenerte en casa, dulce. -Philip me acompañó al interior del departamento.
– Ve a sentarte, dulce. Compré pollo asado. Voy a calentarlo.
– Gracias.
Ni siquiera me había quitado los zapatos cuando alguien golpeó a la puerta. Pensé en no prestarle atención, pero no serviría de nada. Aunque Philip no escuchara tan bien como yo, sordo no era.
Abrí la puerta de un tirón. Clay estaba allí con nuestro equipaje.
– Cómo encontraste… -empecé a decirle.
Alzó mi bolso. De la manija colgaba una etiqueta con mi nombre y dirección.
– Un chico que vino a entregar pizza me abrió la puerta. Muy buena seguridad.
Entró y dejó las bolsas junto al perchero.
Se abrió la puerta de la cocina a mis espaldas. Me puse tensa y escuché los pasos de Philip. Se me quedó atascada la presentación en la garganta. ¿Qué pasaba si Clay no me seguía el juego? ¿Qué pasaba si había decidido no presentarse como mi primo? Era demasiado tarde para cambiar mi historia? ¿Era demasiado tarde para echarlo?
– Llegaste -dijo Philip, acercándose y tendiendo su mano-. Debes de ser el primo de Elena.
– Clay -logré decir-. Clayton.
Philip sonrió.
– Un gusto. ¿Qué prefieres? ¿Clayton o Clay?
Clay no respondió. Ni siquiera miró a Philip desde que entró al cuarto. En cambio, siguió con sus ojos fijos en los míos. Vi la furia que brillaba allí con la ira y la humillación. Me preparé para un estallido. No sucedió. En vez de eso, se conformé con ser inconcebiblemente mal educado, ignorando a Philip, su saludo, su pregunta y su mano extendida, y pasando directamente al living.
La sonrisa de Philip se alteró sólo un segundo, luego se volvió hacia donde estaba parado Clay frente a la ventana, de espaldas a nosotros.
– El sofá cama está aquí -dijo, señalando donde había dejado una pila de ropa de cama recién lavada-. Espero que no sea demasiado incómodo. Nunca lo hemos usado, ¿verdad, dulce?
Clay apreté los dientes, poro continuó mirando por la ventana
– No -dije. Traté de pensar algo que decir, cambiar de tema, pero no Se me ocurrió nada
– Se supone que tenemos vista al lago -dijo Philip, con una pequeña risa-. Creo que si te ubicas a tres pasos a la izquierda de la ventana, puedes alcanzar a ver una diminuta franja del Lago Ontario. Al menos en teoría.
Clay siguió sin decir nada. Yo tampoco. El silencio puso sordina al cuarto, como si Philip hablara al vacío. Sus palabras no dejaban eco ni impresión.
Philip continuó.
– El otro lado del edificio tiene una mejor vista de Toronto. Es una ciudad maravillosa, realmente. Me puedo tomar unas horas libres mañana por la tarde si quieres que te lleve a conocerla antes de que vuelva Elena a casa.
– No hace falta -dijo Clay. Las palabras salieron tan tensas que se perdió su acento. Sonaba como un extraño.
– Clay vivió en Toronto -dije-. Un tiempo. Hace unos años.
– ¿De veras?.dijo Philip- Como Clay no contestó, se forzó a reír. – Volviste, así que supongo no fue una experiencia tan mala.
Clay se volvió y me miró.
– Tengo buenos recuerdos -dijo.
Siguió mirándome un momento, luego rompió el contacto visual y se fue al baño. En pocos segundos escuché la ducha.
– Puedes usar la ducha -murmuré, dirigiendo una mirada de exasperación a Philip-. El campeón de la amabilidad, ¿verdad?
Philip sonrió.
– ¿Así que no es cansancio por el vuelo?
– Por desgracia, no. Debí alertarte. No lo tomes como algo personal. Creo que es un desorden antisocial de la personalidad sin diagnosticar. No tienes que soportarlo. Lo ignoras o le dices que se vaya a la mierda Eso es lo que hago yo.
Philip alzó las cejas. Al principio pensé que era debido a mi descripci6n de Clay, pero mientras Philip me miraba, pensé en lo que acababa de decir y escuché el sarcasmo y la acidez. No era la Elena a la que Philip estaba acostumbrado. Maldito Clay.
– Solo bromeaba -dije-. Fue un largo vuelo. Para cuando llegamos al aeropuerto perdí el control y nos peleamos.
– ¿Perdiste el control? -dijo Philip con una leve sonrisa-. No pensaba que eso fuera posible.
– Clayton me provoca. Si tenemos suerte, no estará mucho aquí. Pero es de la familia, así que tengo que soportarlo -me volví hacia la cocina e hice como si olfateara-. Parece que el pollo está listo.
– ¿No tendríamos que esperar a tu primo?
– Él no nos esperaría -dije y me dirigí a la cocina.
Lo único bueno que puedo decir de esa velada es que fue corta. Clay salió de la ducha (por suerte vestido), vino al living y sacó un libro de la biblioteca. Nosotros estábamos comiendo así que fui al living y se lo dije. Gruñó que comería más tarde y yo no insistí.
Para cuando terminamos de comer y limpiar, ya era lo suficientemente tarde como para decir que estaba cansada e irme a la cama. Phílip me siguió y rápidamente advertí que había olvidado un pequeño detalle acerca del arreglo. Sexo.
Me estaba poniendo el camisónn cuando entró Philip. A mí no me interesa la moda nocturna, siempre dormí en ropa interior hasta los dieciocho, pero cuando Philip se mudó conmigo, vi que se ponía pantalones pijama para dormir y supuse que yo también debía ponerme algo. Probé todas esas cosas sensuales que se ven en las revistas femeninas. Pero los condenados encajes me picaban en lugares donde nunca antes había tenido picazón y el elástico me pinchaba y los breteles se retorcían, y decidí que tales cosas sólo se usaban cuando una tenía relaciones sexuales. Como a Philip no lo excitaba la puntilla negra y el satín rojo, tiré todo y me acostumbré a usar remeras grandes. Para Navidad, Philip me había comprado un camisón blanco, bonito y largo hasta las rodillas. Era muy femenino y anticuado y un poco demasiado virginal para mi gusto. Pero a él parecía gustarle así que lo usaba
Philip esperó a que empezara a cepillarme el pelo, entonces se acercó, se indiné y me besó en el cuello.
– Te extrañé – murmuró contra mi piel-. No quería quejarme pero fue una separación más larga de lo que esperaba. Si tardabas unos días más, habrías tenido una visita inesperada.
Oculté un ataque de tos con una risa. Philip en Bear Valley. Ése era un cuadro aún peor que el que estaba soportando ahora.
Los labios de Philip se fueron hacia mi nuca. Se apretó contra mí. Una mano se metió debajo de mi camisón y llegó hasta mi cadera. Me puse rígida- Sin pensarlo, miré la puerta del cuarto la mirada de Philip siguió la mía
– Ah -dijo, riendo- olvidé a nuestro huésped. Podríamos no hacer ruido, pero si prefieres esperar Un momento más privado…
Asentí. Philip volvió a besarme el cuello, suspiró, bromeando, y se dirigió a la cama. Yo sabía que tenía que reunirme con él en la cama, acariciarlo, hablar. Pero no podía.
Esto iba a ser una catástrofe.
ACOMODARSE
A la mañana siguiente me desperté sintiendo olor a panqueques y tocino. Miré el reloj. Casi las nueve. Philip normalmente se iba a las siete. Debió de haber decidido llegar tarde por una vez y preparar el desayuno. Siempre tan dulce.
Salí del cuarto y fui a la cocina. Clay estaba frente a la cocina, metiendo una espátula bajo una montaña de tocino. Se dio vuelta cuando entré. Sus ojos recorrieron mi camisón.