TURBULENCIA
Cuando Philip llegó a casa pasada la medianoche, Clay y yo estábamos mirando una película. Yo, estirada en el sofá. Clay estaba en la reposera, acaparando el pochoclo. Philip entró, se paró detrás del sofá y miró la pantalla unos minutos.
– ¿Una película de terror? -dijo-. No he visto una de terror desde que estaba en la universidad. -Dio la vuelta al sillón y se sentó a mi lado. -¿Ésta cuál es?
– Los muertos vivos II -dije, extendiendo la mano para tomar el control remoto-. Estoy segura de que habrá otra cosa.
– No, déjalo -miró a Clay-. ¿Te gustan las películas de terror?
Clay se quedó en silencio un momento, luego gruñó algo poco claro.
– A Clay no le gusta el terror -dije-. Demasiada violencia. Le molesta. Tengo que cambiar de canal si la cosa se pone sanguinaria.
Clay resopló.
– Ésta es tonta -le dije a Philip. Es la segunda de una serie. Y como todas las segundas de terror, es mala.
– El grito 2-dijo Clay.
– Es una excepción y sólo porque los guionistas sabían que las segundas partes siempre son malas le agregaron cosas.
– Sí -dijo Clay-. La idea… -Se detuvo y miró a Philip que seguía la conversación como un torneo de ping-pong y se llenó la boca de pochoclos.
– Dame -dije.
– Lo compré yo.
– Y lo preparaste en mi microondas. Dame.
– Hay dos bolsas más en la cocina.
– Yo quiero ésa, dáme.
Tiró el recipiente sobre la mesa y me lo acercó con el pie.
– ¡Está vacío! -dije.
Philip rió.
– Veo que se conocían de chicos.
Se hizo silencio. Entonces Clay se puso de pie.
– Me voy a duchar -dijo.
El día siguiente era sábado. A la mañana Philip se fue a jugar al golf antes de que yo me despertara. El golf es un deporte que no me interesa. Me exige demasiado poco físicamente y demasiado en cuanto a comportamiento. El otoño pasado acepté intentarlo, entonces Philip me dio dos listas de reglas de su club. Una era de reglas para jugar. La otra tenía que ver con la vestimenta y el comportamiento mientras Se juega. Soy consciente de que ciertos deportes requieren determinada vestimenta para protegerse, poro no entiendo por qué una blusa sin mangas plantea problemas de seguridad. Dios no quiera que al ver mis hombros desnudos los golfistas se pongan nerviosos y lancen pelotas por todas partes. Y tengo suficientes preocupaciones en la vida sin tener que medir si el largo de mis pantalones cortos es adecuado a las normas de la cancha. Además, luego de un par de vueltas con Philip, concluí que el golf realmente no me interesa. Darle fuerte a la pelota servía para descargar tensiones, pero aparentemente no era el objetivo del juego. De modo que Philip jugaba al golf. Yo no.
Después del golf, fuimos los tres a almorzar y resultó ser la primera vez en diez años que no disfruté de una comida Durante veinte minutos Philip trató de hacer hablar a Clay. Hubiera tenido mejor suerte si intentaba hacer hablar a su ensalada. Para salvarlo, empecé a monologar, y tuve que continuar hasta que llegó la cuenta, pasados treinta y ocho minutos y veinte segundos. En ese momento, Clay recuperé milagrosamente la voz, y sugirió que camináramos de regreso al departamento, sabiendo que habíamos venido con el auto de Philip y que éste se vería obligado a volver solo. Antes de que pudiera discutir, Philip de pronto recordó que tenía algo que hacer en la oficina y si no nos importaba volver caminando se iría con el auto. Después de ponerse de acuerdo, los dos hombres corrieron a la puerta como escapados de la cárcel, con lo que tuve que dejar yo la propina.
El domingo por la mañana, mientras Philip jugaba al golf, Clay y yo hicimos las tareas aburridas de la semana, como limpiar la casa, lavar la ropa y comprar víveres. Cuando volvimos de las compras, habla un mensaje de Philip en el contestador. Lo llamé.
– ¿Qué tal tu partido? -pregunté cuando contestó.
– No fue muy bueno. Te llamaba por la cena.
– ¿No vas a poder venir?
– En realidad quería invitarte a comer afuera. A algún lugar lindo. -Hizo una pausa -Los dos solos.
– ¡Qué bien!
– ¿No es problema?
– Para nada. Clay se las puede arreglar solo. No le gustan las comidas en lugares finos. Además no trajo ropa de vestir.
– ¿Y qué se pone cuando busca trabajo?
Bueno, bueno.
– Es trabajo académico -dije-. No hay problema con la ropa
– Bueno -otra pausa-. Después de la cena pensé que podríamos ir a ver algo. Tal vez podamos encontrar entradas a mitad de precio para algo.
– Quizá no sea tan fácil en un fin de semana largo con feriado, pero podemos buscar algo.
– Se me ocurrió que podíamos -carraspeó- ir solos. Los dos solos.
– Es lo que pensé. ¿Quieres que consiga las entradas?
– No, yo me arreglo. Estaré allí para las seis. Dile a Clayton que llegaremos tarde. Iremos a cenar y a ver algo y luego a tomar algo.
– ¡Suena bien!
Philip se quedé en silencio un momento, como si esperara que dijera algo más. Como no lo hice, me saludó y cortamos la comunicación.
La cena fue otra pesadilla. Y no es que haya pasado nada malo. Casi hubiese deseado que así fuera. Si no nos hubieran reservado la mesa o la comida hubiese llegado fría, al menos así habría habido algo de qué hablar. Pero en vez de eso nos pasamos una hora actuando como dos personas que se encontraran por primera vez y tuvieran claro que no iban a volver a salir Parecía como si no hubiéramos sabido de qué hablar. Y no es que no habláramos. Philip me contó de la Campaña en la que trajaba, para un condominio junto al lago. Yo conté una pequeña anécdota graciosa acerca de un lapsus del primer ministro en la última conferencia de prensa. Hablamos de los planes que habla para renovar el puerto de Toronto. Nos quejamos del anuncio de aumento de las tarifas de transporte. Hablamos de la posibilidad de que el equipo local de béisbol pudiera ganar el campeonato. En síntesis, hablamos de todo lo que dos perfectos extraños podrían hablar en la cena. Y, peor aún, hablamos de esos temas con la desesperación de dos extraños aterrorizados del silencio. Para el postre ya nos habíamos quedado sin tema. Detrás de nosotros tres jóvenes apenas más que adolescentes, festejaban su éxito con acciones de empresas punto.com con voces suficientemente estridentes como para que la gente que pasaba por la calle se enterara. Estuve por hacerle algún comentario crítico a Philip, pero me contuve. No estaba segura de cual sería su reacción. ¿Sonaría demasiado negativa? ¿Cínica? Era el tipo de comentario que le haría a Clay. ¿Y Philip? No estaba segura, así que me quedé callada.