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Cuando el mozo nos volvió a llenar las tazas de café, Philip carraspeo.

– Y bien -dijo-. ¿Cuánto tiempo más va a estar tu primo con nosotros?

– Probablemente se quede unos días mas. ¿Es demasiado? Sé que es un pesado…

– No, no. No es eso. -logró sonreír tibiamente. -Debo decir que no es muy agradable, pero voy a sobrevivir. Pero ha sido… raro.

– ¿Raro?

Plilip se encogió de hombros.

– Supongo que se debe a que ustedes se conocen desde hace tanto tiempo. Es como si… No sé. Siento… -Sacudió la cabeza.

– Soy yo, dulce. Me siento desplazado. No es una actitud madura. No sé. Tocó la taza de café con un dedo y luego me miró.

– ¿Hubo algo…? Se interrumpió.

– ¿Qué?

– No importa. -Un sorbo de café. -¿Ha tenido suerte con la búsqueda de empleo?

Consiguió algo en la Universidad de Toronto. En cuanto se concrete, se mudará.

– Así que se queda en Toronto?

– Por un tiempo.

Philip abrió la boca, vaciló, luego tomó otro sorbo de café.

– Y bien -dijo-. ¿Escuchaste el último discurso de Mayor Mel?

No pudimos conseguir entradas para nada bueno, así que fuimos a ver una película y luego a tomar unos tragos en un bar donde tocaban jazz. Eran casi las dos cuando llegamos al departamento. Clay no estaba allí. Cuando Philip iba al cuarto en busca de su teléfono celular para ver si tenía mensajes, Clay entró por la puerta, agitado.

– Ey -dijo, buscando a Philip con la mirada.

– Está en el cuarto – ¿Fuiste a correr?

– ¿Sin ti?

Clay fue a la cocina. Volvió con una botella de agua, la destapó, tragué la mitad y me ofreció el resto. Sacudí la cabeza.

– Por favor, dime que estuviste haciendo ejercicio en el gimnasio.

Clay tomó otro trago de agua.

– Carajo -murmuré, dejándome caer en el sofá-. Prometiste no no seguirme esta noche.

– No, tú me dijiste que no te siguiera. Yo no contesté. Mi trabajo es protegerte. Y es lo que voy a hacer cariño.

– No necesito…

Philip reapareció.

– Malas noticias. -Miró a Clay y luego a mi. -¿Interrumpo algo?

– ¿Qué pasa? -pregunté.

– Hay una reunión de apuro mañana -suspiró-. Sí, es el día de la Reina Victoria. Lo sé. Lo siento, dulce. Pero llamé a Blake y arregló para jugar al golfa las ocho, así que tendré tiempo de jugar y llevarte a almorzar antes de la reunión. Realmente esperaba poder pasar más tiempo contigo este fin de semana.

Me encogí de hombros,

– No importa. Clay y yo nos podemos buscar algo para hacer.

Philip vaciló, parecía dispuesto a decir algo, luego miró hacia la cocina y cerró la boca,

El lunes al mediodía, cuando estaba esperando que Philip me viniera a buscar, llamó para decir que hubo un problema en el club de golf y empezó a jugar una hora más tarde. Acababan de terminar. Así que no podríamos almorzar juntos.

Después de que llamó Philip, Clay y yo decimos caminar hasta el barrio chino y comer allí. Pasamos el resto del día descansando, descubriendo nuevos barrios, bajando por calles residenciales, luego corriendo por la playa antes de volver al departamento con bifes para la cena. Alrededor de las siete alguien tocó el timbre. Yo estaba en el baño, así que le grité a Clay que atendiera. Cuando salí, tenía otro florero, éste de greda, con iris de distintos colores.

– Lamenta no haber podido llevarte a almorzar -dijo Clay-. ¿Las quieres en el cuarto con las otras?

Me quedé quieta, mirándolo con las flores. Me quedé esperando.

– Dilo.

– ¿Qué diga qué?

Tomé las flores de sus manos.

– Sé lo que estás pensando. Si realmente le importara, habría dejado el golf

– No iba a decir eso.

– Lo estabas pensando.

– No, tú lo estabas pensando. Tú lo dijiste.

Fui rumbo a mi cuarto.

– Agua -me dijo.

Gruuñçi y me desvié hacia el baño. Metí agua en el florero y al hacerlo se me cayeron unas bolitas verdes al lavabo y otras al suelo. Tomé las que se habían caído al lavabo, miré las que habían caído al suelo y decidí que las recogería cuando hiciera limpieza.

– A diferencia de alguna gente -dije, volviendo al vestíbulo- Philip no considera que una pareja tenga que estar pegoteada todo el tiempo. Y yo no tengo problema con eso. Al menos manda flores.

Silencio desde el living. Dejé el florero en mi mesita de luz, junto a las rosas y volví junto a Clay. Estaba sentado en el sofá, leyendo el borrador que yo había traído a casa del trabajo el viernes.

– Dilo.

Alzó la vista.

– ¿Qué diga qué?

– Has esperado toda la semana para decirme lo que piensas de Philip. Vamos. Dilo.

¿Quieres conocer mi opinión verdadera? Apreté los dientes.

– Sí.

– ¿Estás segura? los apreté más.

– Sí.

– Creo que es un tipo decente.

Me empezaban a doler los dientes.

– ¿Y eso qué quiere decir?

– Exactamente lo que dije, cariño. Creo que es un tipo decente. No es perfecto, ¿pero quién lo es? Obviamente te quiere. Trata de ser considerado. Es muy paciente. Si yo fuera él, me habría echado de aquí hace rato. No ha hecho otra cosa que mostrarse amable. Buen tipo.

– Pero no va a funcionar – alzó la mano cuando le iba a protestar-. Vamos Elena. Tú sabes por qué escogiste a este tipo, ¿verdad? Y no me refiero a que quieres una casa y una familia y todo eso. ¿Crees que no sé que eso es lo que quieres? Sí que lo sé. Y te diría que lo tienes debajo de tus narices, pero no quieres escuchar. La pregunta es: ¿por qué escogiste a este tipo en particular para cumplir esas fantasías? Lo sabes, ¿verdad cariño?

– Porque es un buen tipo. Es…

– Bueno y paciente y cariñoso. ¿No te hace acordar a alguien?

– No a ti.

Clay se deslizó del sofá, riendo.

– Decididamente no se parece a mí. -Dejó mi carpeta en la mesa y estudió mi rostro. -Realmente no lo entiendes, ¿verdad cariño? Bueno, cuando lo entiendas, sabrás por qué no puede funcionar Puedes querer a este tipo, pero nunca será como lo que hay entre ti y yo. No puede ser. Por más decente que sea, lo escogiste por razones totalmente equivocadas.

– Estás equivocado.

Se encogió de hombros.

– Siempre hay una primera vez. ¿Qué te parece si hacemos los bifes? Pásamelos y tú puedes preparar las verduras.

Después de comer, fuimos a caminar por un buen rato. Cuando volvimos al departamento, Philip ya había pasado por allí y había dejado una nota en la mesa anunciando que los socios lo habían invitado a una reunión en Montreal a la mañana siguiente. Había venido a llevarse un poco de ropa en una bolsa y ya estaba en viaje a Québec.

– ¿Así que no vendrá esta noche? -preguntó Clay, leyendo la nota por sobre mi hombro.

– Así parece.

– Qué lástima. Supongo que tendremos que encontrar algo con qué entretenernos. -Fue hasta el almanaque. -Veamos. Cinco días desde que tú Cambiaste. Toda una semana en mi caso. Sabes qué significa eso.

Lo sabía. Era hora de salir a correr.

FUEGOS ARTIFICIALES

Discutimos si era mejor ir en auto o a pie hasta las barrancas -Aunque era una caminata larga, a ninguno de los dos nos molestaba caminar. Era la caminata de regreso luego de una corrida agotadora lo que no parecía tan atractivo. Casi habíamos acordado ir en auto cuando mencioné que el auto era de Philip y Clay decidió que era una noche tan bella que sería un crimen no caminar. No discutí. El auto de Philip por lo general era una molestia. Encontrar un lugar de estacionamiento cerco de las barrancas no era fácil y siempre me preocupaba que me pusieran una multa o se llevaran el auto y tendría que explicar a Philip qué estaba haciendo en ese lugar en mitad de la noche.