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Era medianoche caando llegarnos a las barrancas. Nos separamos. Yo encontré un bosquecito y me desvestí. Al comenzar mi Cambio, de pronto sentí una sensación que nunca antes había sentido, al menos en Toronto. Estaba alistándome para mi Cambio con toda la preparación mental que necesitaría para cepillarme los dientes, Mientras mi cerebro estaba ocupado con otras ideas, mi cuerpo se ponía en posición, como si lo que hacía fuera la cosa más natural del mundo. Ahora, pasados diez años, la rutina debía volverse bastante automática y así era… cuando estaba con la Jauría o en Stonehaven. No es que doliera menos, pero mentalmente la transición se hacía más tranquila Yo era humana y al instante siguiente loba. Nada importante. Al fin de cuentas soy mujer loba. Pero Cambiar – en Toronto era algo diferente. El noventa y cinco por ciento del tiempo vivía como cualquier ser humano normal. Me levantaba, iba al trabajo, volvía en metro a casa, comía, pasaba la noche con mi novio y me iba a la cama. Una rutina perfectamente normal interrumpida por la necesidad ocasional de convertirme en loba, correr por el bosque, cazar un conejo y aullar a la Luna. La yuxtaposición era tan impactante que a menudo llegaba a las barrancas, me quitaba la ropa y me quedaba parada allí desnuda pensando:

¿Qué es lo que se supone que estoy haciendo? Casi pensaba que me pondría de rodillas, trataba de concentrarme en Cambiar y no pasada nada… excepto quizá que me despertaría dentro de un chaleco de fuerza con un lindo doctor diciéndome por millonésima vez que la gente no puede convertirse en lobo.

Cuando me empecé a preparar esa noche, parecía perfectamente natural. Lo que probablemente tuviera mucho que ver con que Clay estuviera allí. Él era como un puente entre dos mundos. Si él estaba allí, yo no podía olvidar lo que era. No es que fuera una gran sorpresa. Lo chocante es que no me importaba, incluso me gustaba. Había intentado reprimir ese aspecto de mi naturaleza tanto tiempo, convencida de que tenía que convertirme en otra cosa para caber en el mundo humano. Ahora empezaba a ver la posibilidad de otra opción. Quizá Clay tuviera razón. Quizá me estaba complicando la vida más de lo necesario. Estando Clay cerca, era casi imposible mantener la personalidad humana de Elena Me comportaba como de costumbre: agresiva, llena de voluntad y argumentos. Incluso en el trabajo y con Philip, parte de eso salió a la superficie esa semana. Y nadie parecía notar la diferencia o, si lo notaban, no les importaba. Quizá no tuviera que ser la “buena” Elena, amable y recatada y silenciosa. No es que debiera estallar de ira cuando Philip dejaba el asiento del inodoro levantado o golpear a los extraños que me pisaran en el metro, pero quizá no tuviera que retroceder cada vez que Philip se enojaba o sonreir dulcemente cuando algún borracho me pisaba por décima vez. Si permitía que más aspectos de mi personalidad normal se metieran en mi “personalidad humana", quizá vivir en el mundo humano sería más sencillo, hasta podría parecer más natural. Tal vez ésa fuera la clave.

Los arbustos se movieron, trayéndome de vuelta a la realidad.Vi una parte de la piel de Clay. Hizo un gruñido impaciente. Reí y volví a ponerme en posición para iniciar mi Cambio, pensando en lo extraño que era que la persona que más odiaba el mundo humano pudiera ser la que más me ayudaba a vivir dentro de él. No era exactamente lo que Clay quería. ¿Pero entonces por qué me ofreció su consejo? Dudé, pensándolo un momento. Entonces Clay volvió a gruñir y metió el hocico por entre los arbustos.

– Un momento -dije-. Espera un momento.

Sacudí la cabeza para despabilarme, luego me preparé para el Cambio.

Después de correr, volvimos a Cambiar y nos quedamos en un claro sobre el pasto, descansando y hablando. Era la parte más oscura y silenciosa de la noche, ya pasado largamente el anochecer y aún con mucho por delante hasta la madrugada. Pese al fresco, no nos habíamos vestido. La corrida nos había calentado tanto la sangre que probablemente hubiésemos podido quedarnos en una montaña de nieve hasta el amanecer sin darnos cuenta. Me acosté de espaldas, disfrutando de la sensación del viento frío contra mi piel. Los árboles nos ocultaban las estrellas y la Luna. Pasaba sólo la suficiente luz como para que la oscuridad no filera total.

– Tengo algo para ti -dijo Clay, cuando ya hablamos descansado un rato. Buscó algo en la oscuridad, tomó dos alambres largos de su campera y los agitó sobre su cabeza

Me levanté.

– ¿Trajiste estrellitas?

– Es un fin de semana de fuegos artificiales, ¿verdad? ¿Creíste que me olvidarla de tus estrellitas?

Me encantaban las estrellitas. Bueno, probablemente fuese la única mujer en el mundo de treinta años que se ponía feliz con alambres cubiertos de sulfuro, pero no me importaba. Al menos no me importaba cuando estaba con Clay. Él no sabía que la gente adulta no jugaba normalmente con estrellitas y yo no pensaba explicárselo. Uno de mis pocos recuerdos con mis padres era de una fiesta en el día nacional de Canadá. Sabía que era esa festividad porque recordaba una torta con la forma de la bandera- También veía fuegos artificiales, muchos. Escuchaba música y risas. Olía sulfuro y mantas de campamento. Recuerdo a mi padre entregándome una estrellita, la primera de mi vida. Recordaba a mi madre bailando conmigo con los pies desnudos sobre el pasto mojado, agitando las estrellitas como varitas mágicas, riendo y girando, mirando la estela de luz de hadas que dejábamos detrás.

Clay tomó fósforos de su campera y encendió la primera estrellita. Me puse de pie y la tomé. Saltaban chispas anaranjadas. La alcé y tracé una línea en el aire. Demasiado despacio. Lo hice más rápido y la imagen se mantuvo unos segundos, una línea de fuego en la oscuridad. Giré y miré el destello de las chispas. Escribí mi nombre en el cielo, y la primera E desapareció antes de que terminara la A Lo intenté nuevamente, más rápido. Esta vez mi nombre se quedó allí un instante.

– Se acaba- dijo Clay-. Arrojala y pide un deseo.

– Eso es con las velas de cumpleaños -dije-. Pero no las arrojas, las apagas a soplidos.

– Una vez las arrojaste. Con torta y todo.

– Te las la arrojé a ti. Y el deseo que pedí no puede repetirse.

Clay rió.

– Bueno, siempre te deshaces de las estrellitas, así que pide un deseo. Una nueva superstición de mujer loba. La estrellita se apagó cuando moví el brazo hacia atrás. Clay encendió otra y me la entregó. La alcé sobre mi cabeza y dibujé un ocho, Juego bajé el brazo y di vueltas tan rápido que casi me tropiezo con Clay. Rió y puso una mano en la parte de atrás de mi pantorrilla para sostenerme. Cuando recuperé el equilibrio no retiró su mano. Lo miré, tirado de espaldas.

– Te amo. -dijo

Parpadeé y me quedé tiesa.

– ¿Mal momento? -dijo con un sonrisa. Quitó la mano de mi pierna. -mejor así?

– Yo… -iba a decir algo y me contuve. No sabía lo que iba a decir, lo que quería decir.

– No intento seducirte, Elena la corrida, las estrellitas, no conducen a nada. Los últimos días intenté hacerte fáciles las cosas. Nada de trucos. Nada de presión. Quiero que puedas ver las cosas claramente. Cuando lo hagas, podrás elegir. Elegir lo correcto.

– Y eso serías tú.

Señaló mi estrellita.

– Mejor te apuras Ya casi se apaga. Es la última hasta el próximo día de fuegos artificiales.

Miré y vi que casi se extinguía. Miré los árboles, moví el brazo hacia atrás y la tiré a lo alto. Saltó al cielo, hizo un arco, y luego cayó como una estrellita fugaz, Miré a Clay. Él miraba la estrellita y sonreía con tanta felicidad infantil como yo había sentido mientras bailaba en el claro con mi varita mágica. Volví a mirar la luz, cerré los ojos y pedí un deseo.

Mi deseo fue saber lo que quería.