Tal vez podría seguir ocultándole mi secreto a Philip, ¿pero quería hacerlo? Si bien nunca sentí necesidad de decirle la verdad, eso podía cambiar con el tiempo. Tal vez algún día me pesara tanto engañarlo que ya no lo pudiera soportar. Recordaba a Clay cuando éramos novios y era obvio que se había sentido terriblemente incómodo. ¿Cómo habría reaccionado yo si Clay me hubiese dicho la verdad? Lo habría aceptado. Lo amaba tanto que no me hubiese importado. Philip decía que me quería, ¿pero me amaba tanto? Por más que me quisiera, tal vez no lograría manejar el asunto. Aunque aceptara lo que soy, ¿Se sentiría resentido por tantas mentiras? Me defendí, insistiendo en que no había habido alternativa. Por más que quisiera a Philip, habría sido imposible decirle la verdad. Entonces por qué seguía enojada con Clay porque me había mentido? Dejé de lado esa pregunta. Se trataba de Philip, no de Clay. No era lo mismo. Yo no mordería a Philip. La idea era impensable. ¿Y qué pasaba si él lo quería, si quería unirse a mí? Sentí un escalofrío. No. Nunca. Ni que lo quisiera. Ésa era una parte de mi vida de la que no quería que Philip fuese parte.
Sonó el teléfono de mi escritorio. Antes de atender, ya supe quién llamaba. Lo sabía y contesté.
– ¿Dónde estás? -Dijo Clay a modo de saludo.
– En el trabajo.
Se quedó callado un momento.
– Es una pregunta estúpida Si te llamo al trabajo y contestas, debería estar claro dónde estás. Me sorprende que no te burlaras de mí por eso.
No dije nada.
– ¿Qué pasa? -preguntó.
– Nada.
– Cariño, cada vez que dejas pasar la oportunidad de burlarte de mí pasa algo malo.
– No es nada.
Otra pausa.
– Es por esos papeles. Los de las casas. Los vi en la mesa cuando fui a buscarte. Esperaba… ¿Es eso verdad?
No contesté. Clay alejó el teléfono de la boca y maldijo. La línea siseó e hizo ruidos como si él estuviera sacudiendo el auricular. Escuché un golpe y chisporroteo. Luego silencio. Iba a cortar cuando volvió la voz de Clay, ahogada y luego clara.
– Bien -dijo-. Bien. Tomé aire y el sonido me llegó por la línea. Tenemos que hablar. Enseguida voy y hablamos.
Otra vez no contesté.
– Tenemos que hablar -repitió-. Nada de trucos. Lo prometo y me voy a mantener en eso, Elena. Nada de trucos. Ya no quiero ganar de esa manera. Vamos a un lugar público, donde te sientas cómoda, y hablamos. Escúchame y luego puedes irte cuando quieras.
– Bien.
– Quiero decir Yo sé… ~e detuvo-. ¿Está bien?
– Es lo que dije.
Vaciló, luego continuó.
– Bueno. Dame diez minutos, quince a lo más. Tomaré el metro y te veo en la puerta del edificio.
Colgó sin esperar respuesta.
Ni bien corté, bajé las escaleras. Al salir me pregunté qué estaba haciendo ahí. ´¿Por qué aceptaba encontrarme con Clay? ¿Qué esperaba que me diera? ¿Philip te propuso matrimonio? Qué bien querida, me alegro tanto por ti. Pero no volví a entrar. No serviría de nada. No podía esconderme. No quería esconderme. No tenía que tener necesidad de esconderme.
El estómago me empezó a molestar. Ansiedad. Cerré los ojos y traté de tranquilizarme, pero sentí más nauseas. El suelo empezó a moverse. Tropecé hacia un costado, luego me enderecé rápidamente, tratando de ver si alguien lo había advertido. Mi cuerpo se enderezó de pronto, tenso, alarmado. Miré en derredor; pero no vi nada fuera de lo común. Cuando me estaba dando vuelta para mirar atrás, sentí un mareo. Todo se oscureció.
Un hombre maduro me sostuvo cuando caía. Es lo que supongo. Estaba parada en la vereda, mareada, y al instante estaba reclinada hacia atrás, mirando el rostro preocupado de un extraño. Mi salvador y su esposa me llevaron a un banco y me hicieron sentar. Dije algo de que no había desayunado. Se aseguraron de que estuviera bien, lograron que les prometiera que iba a comer algo y a salir del sol y después se fueron.
Fui al vestíbulo del edificio, me quedé parada y miré el reloj. Habían pasado quince minutos desde que me había llamado Clay. Tenía que estar por llamar en cualquier momento. El estómago aún me molestaba. Evidentemente era angustia, pero no podía encontrar la causa. Seguro, la cabeza me daba vueltas desde que Philip me había propuesto casamiento y no quería hablar con Clay, pero por algún motivo la angustia no parecía vinculada con ninguno de esos factores. Flotaba allí, extrañamente desconectada y distante,
Volví a pensar en Clay. Me prometió que no iba a venir con trucos. Ese compromiso iba a durar mientras él lograra lo que quería. Si yo decidía casarme con Philip o quisiera quedarme con él, Clay se volvería loco y se olvidaría de todas sus promesas. Lo sabía pero, para mi sorpresa, no tenía miedo. Después de tantos años, conocía tan bien sus maniobras que ya no iban a resultar efectivas. Cualquier cosa que él intentara, yo podría anticiparla. Estaría preparada. Él me había dicho anoche que yo tenía que elegir. Era cierto. Tenía que tomar una decisi6~ Y no iba a permitirle que lo hiciera por mí.
En algún lugar un reloj dio las once. Miré mi reloj. Son las once. Clay habla llamado a las diez y treinta y cinco. La angustia salió a la superficie. Veinticinco minutos era razonable. Quizá no pudo soportar el metro y decidió caminar. Pasa algo malo, me susurró la voz interior de antes. “No” le contesté. “No” No pasa nada.
Esperé diez minutes más. Pensé en volver a la oficina y esperar, pero no pude. La angustia aumentaba y el estómago me daba vueltas. 'Tenía que ir al departamento.
DESCUBRIMIENTO
Cuanto intenté abrir la puerta del departamento, dio en algo y reboté. La Volví a empujar. Se abrió unos centímetros y se trabó. Empujé más fuerte. Lo que estuviera allí era pesado, pero se movía, frotándose contra la alfombra. Mirando hacia abajo, vi una pierna estirada en el suelo. Me metí por la abertura estrecha, casi tropezando con la pierna.
Era Philip. Estaba tirado en el suelo. Al mirarlo, mi cerebro se negó a registrar lo que vela. Me quedé allí, mirando estúpidamente, pensando perversamente, no "ay Dios,,, sino cómo había llegado allí". Incluso al ver la sangre que caía de su boca, y la larga marca en la alfombra, mi cerebro sólo aceptaba explicaciones simples y ridículas. ¿Se había desmayado? ¿Tuvo un ataque al corazón? ¿Un infarto? ¿Un ataque de otra cosa? Todavía confundida, me arrodillé a su lado y comencé a hacer lo básico en primeros auxilios. ¿Estaba consciente? No. ¿Respiraba? Sí. Pulso? Ni fuerte ni débil. Alcé sus brazos, pero no sabía qué quería verificar. Al subirle la camisa, mis dedos rozaron su costado y se hundieron en una gran herida. Retiré la mano y miré mis dedos ensangrentados.
Clay.
Me dio una arcada; me aparté de Philip como si temiera mancharlo y vomité bilis en la alfombra. La conmoción se me pasó en un segundo y empecé a temblar, alternando entre el temor y la ira. Clay hizo esto. No, no pudo hacerlo. Si, pudo, pero no lo hubiera hecho. ¿No? ¿Por qué no? ¿Qué lo detendría? Yo no estaba aquí para impedírselo. Pero no haría algo así. No a mí ¿Por qué no? ¿Porque se había portado bien unos cuantos días? ¿Me había olvidado de lo que era capaz él? No de esto. Esto no. Clay no atacaba a los humanos. A menos que representaran una amenaza. Pero Philip no sabía lo que nosotros éramos, así que no era peligroso para la Jauría ni para nuestro modo de vida. ¿Quizá no para el modo de vida de la Jauría, pero sí para el de Clay…?
Philip se movió. Me puse de pie de un salto, recordando de pronto que había olvidado lo principal de los primeros auxilios. Corrí al teléfono, lo tomé y marqué el número de emergencias, 911. Tardé unos segundos en advertir que no escuchaba nada. Apreté el botón varias veces y volví a marcar Nada. Silencio. Miré bacía abajo. El cordón estaba enroscado en la pata de la mesa, cortado, y saltan cables de colores del extremo. Alguien había cortado el cordón. Supe entonces que no fue Clay quien le hizo esto a Philip. No es que no fuera capaz de hacerle esto a Philip, sino que no lo dejaría desangrarse lentamente. Ese sadismo no se correspondía con la naturaleza de Clay.