Ve.
Ve ahora.
Vaciló sólo un momento y luego obedecí.
Anduve por los callejones de Toronto cuando podía y por caminos laterales cuando no podía. Me vieron. Lo sabía, pero no importaba. seguí corriendo. Cuando salí de Toronto, corrí por campos y bosques. Por supuesto que mí corrida no tenía sentido. Mejor me hubiera quedado en el garaje, para volver al departamento luego de una hora o algo así y tomar un avión a Nueva York Pero eso no se me ocurrió. Cada fibra de mi ser se rebe1é ante la idea de esperar. El instinto me decía que debía actuar y lo hice.
Mi cerebro se apagó mientras corría, los instintos dominaban mis músculos. Horas más tarde llegué a un obstáculo que no podía manejar sólo por instinto: el cruce fronterizo de las cataratas del Niágara. Pasé casi una hora dando vueltas detrás de un depósito, con las ideas resbalándome en la mente como un auto con ruedas gastadas que giran en vano sobre el hielo. Finalmente me controlé lo suficiente como para analizar el problema y encontrar una solución. Había una inmensa fila de camiones sobre el puente, cumpliendo con alguna nueva norma de ingreso a los Estados Unidos. Gracias a la burocracia, tuve tiempo de escoger un camión con un acoplado cubierto por una lona y esconderme allí. Por suerte no verificaron la carga en la frontera y el camión continuó su viaje de Niágara en Ontario a Niágara en Nueva York. Me quedé en el camión hasta que salió de la ciudad y me dirigí al sudeste. Las tripas me gritaban que era la dirección equivocada y me encontré saltando del camión antes de que mi cerebro tuviera tiempo de protestar. Di duro contra el cordón y caí al costado de la calle. Cuando me puse de pie, la pata que se me había lastimado al saltar del balcón cedió. El estómago me avisó con un gruñido que era de noche y que había salteado dos comidas. Pensé en ir un poco más lento, buscar un bosque y cazar mi cena, pero me seguía dominando el pánico y me impedía toda forma de razonamiento superior. Corre, decía el pánico. Y así lo hice.
Para la noche sólo me empujaba el temor y la inercia. Por más hambre que tuviera, estaba segura de que si me detenía, no volvería a correr. «A las diez", gritaban mis tripas cada vez que pensaba en detenerme para descansar o comer “A las diez” Si te detienes un segundo, no llegarás. Y si no llegas…", me negué a pensarlo. Era más fácil seguir corriendo.
Debió de ser cerca de medianoche cuando sentí un terremoto en mi cabeza y caí en el pasto. Al levantarme volví a sentir el rugido. Lloriqueé, bajé la cabeza y la sacudí para rascarme la oreja derecho con la pata delantera. Tengo que correr. No puedo detenerme. Me lancé hacia delante.
"¡Elena!", el ruido en mi cabeza se convirtió en una voz y en una palabra. Jeremy. Su voz rugió otra vez y me partió el cráneo con su intensidad. "¡Elena! ¿Dónde estás?»
Bajé la cabeza y lloriqueé. Vete Jeremy. Vete. Me haces detener, No puedo detenerme.
– ¿Dónde estás Elena? No pude conectarme con Clay. ¿Dónde demonios estás?
Traté de contestar, al menos para que se callara, pero mi cerebro no podía formar palabras, sólo imágenes. Jeremy se quedó callado y yo me quedé ahí, aturdida y preguntándome si lo había escuchado. ¿Estaba alucinando? ¿Estaba despierta, verdad? Jeremy no podía contactarse con nosotros cuando estábamos despiertos. Estaba durmiendo o me estaba volviendo loca? No importaba las diez, las diez, las diez. No llegarás. Corre.
Tropecé y volví a corren Pronto empecé a dejar de pensar. Seguía en movimiento, pero todo se desvanecía. Tenía las piernas entumecidas. Podía oler la sangre que manaba de mis patas. Un instante el suelo era como una cama de clavos bajo mis patas, al siguiente era como algodón y yo flotaba, corriendo más rápido que el viento. De pronto fue de día y luego de noche nuevamente. Corría por una ciudad. No, corría por Toronto, con la torre de CNN a la distancia. Escuché voces. Un grito. Una risa. La risa de Clay. Traté de ver en la oscuridad. La bruma venía del lago Ontario, pero podía oírlo reír. El cemento se volvió pasto. La bruma no venía del lago sino de una laguna. Nuestra laguna. Estaba en Stonehaven, corriendo por los campos. Clay corría delante de mí. Podía ver su piel dorada saltando entre los árboles. Me esforcé y corrí más rápido. De pronto se acabó la tierra. Estaba corriendo en el aire. Luego caía. Seguí cayendo. Traté de afirmarme en algo, pero no había nada más que una oscuridad total. Y luego nada.
ENJAULADA
Me desperté con una sensación de frío. Temblando, sentí el pasto mojado bajo mi piel desnuda. Árboles. Pastos altos. Un prado. Traté de alzar la cabeza pero no pude. Clay. Fue mi primer pensamiento, pero no sabía por qué. ¿Había estado corriendo con él? No podía olerlo. ¿por qué no podía alzar la cabeza? No había nada que me lo impidiera. Mis músculos se negaban a responder ¿Estaba muerta? Muerte. Clay. Recordé y mi cabeza se alzó de pronto. Sentí un dolor cegador en todo el cráneo.
Algo cálido y suave cayó de mis hombros. Me levanté, chillando de dolor al moverme. Tenía una campera sobre mi torso desnudo, con un olor tan familiar, pero tan imposible. ¿Soñaba? ¿Alucinaba? Sentí manos que me tomaban de abajo para alzarme, y eran tan familiares como el olor de la campera.
– ¿Elena?
Un rostro inclinado sobre el mío. Jeremy, con el pelo oscuro cayéndole sobre la cara, empapado hacia atrás con mano impaciente. No era posible. No aquí. Cerré los ojos.
– Elena? -voz más fuerte ahora, preocupada.
Traté de moverme, pero me dolía demasiado. Decidí abandonarme a la alucinación y abrí un ojo.
C… – tratando de preguntarle cómo había llegado él hasta aquí- C… -No salía nada más.
– No trates de hablar- dijo- Y no trates de moverte. Voy a cargarte hasta el auto. Está allí.
C… Cl…
– Lo tienen, ¿verdad? – Sentí que sus brazos me apretaban.
– D… diez…, a las… -logré decir y perdí el conocimiento nuevamente.
Esta vez me desperté sintiendo un calor artificial que soplaba sobre mi rostro. Escuché el zumbido de un motor, sentí las vibraciones y los pequeños saltos de un auto andando sobre un camino plano. Olí a cuero viejo y me acomodé bajo la campera que me cubría. Estiré las piernas, pero el dolor me hizo sollozar y contraerlas.
– ¿Demasiado calor? -la voz de Nick. Sentí que su brazo pasaba sobre mí y su mano acomodó la rejilla de ventilación para que no me diera en la cara.
– ¿Está despierta? – Jeremy cerca. Delante. El asiento delantero.
– No estoy seguro -dijo Nick-. Probablemente puedes bajar el calor para que recuperé los colores.
El clic de un dial. El soplido se redujo a un zumbido grave. Abrí un ojo y luego el otro. Estaba reclinada en uno de los asientos del medio del Explorer, con la ventana a centímetros de mí cara. Pasaba el paisaje y pasaban autos a toda velocidad. Si movía los ojos, podía ver la cabeza de Antonio que conducía- Sus ojos me buscaron en el espejo retrovisor.
– Está despierta -dijo.
Se soltó un cinturón de seguridad. El frote de tela de vaquero en la funda de tela de los asientos. Nick se inclinó sobre mí.
– ¿Está bien el calor? -preguntó-. ¿Necesitas algo?
– Ho… Ho…
– No hables Elena -dijo Jeremy-. Toma la botella de agua de la heladera, Nick, Está deshidratada. Déjala sorber un poco, pero no demasiado.
Nick buscó en la heladera. Entonces sentí una pajita de plástico en los labios. Me hice hacia atrás y negué apenas con la cabeza que se me llenó de relámpagos.
– Ho……… ra- Qu… ho… ra.
– ¿Qué hora? -Nick acercó su rostro al mío, confundido.
– ¿Qué hora es? ¿Eso es lo que preguntas?
Asentí y hubo una lluvia de chispas ardientes en mi cráneo. Nick seguía confundido, pero miró su reloj.