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– Once y veinte… casi once y treinta-

– ¡No! -me alcé de pronto-. ¡No!

Nick se dio vuelta de pronto. El Explorer se bandeó y Antonio maldijo, luego volvió a enderezar el volante. Luché por salir de abajo de la campera de Jeremy.

– Elena -la voz de Jeremy y venía del asiento delantero, calma y firme-. Está bien, Elena. Cálmala Nick, antes de que le dé a tu padre un ataque al corazón.

– Me sorprendió -dijo Antonio-. Nick asegúrate…

No escuché el resto, Me liberé de la campera y la lancé a un lado, luego abrí con torpeza el cinturón de seguridad, Cada movimiento me producía un dolor insoportable pero no me importaba Estaba llegando tarde. Tenía que ir. Tenía que llegar. Ahora.

Nick tomó el cinturón de seguridad, pero yo ya lo había abierto y me lo quitaba. Nick me tomó de los hombros.

– ¡No! -grité y me quité sus manos de encima.

Me tomó nuevamente, más fuerte esta vez. Luché, mostrándole los dientes y rasguñándolo donde pudiera.

– Paren el auto – Paren ahora.

El Explorer desaceleró, como si Antonio tratara de decidir qué hacer.

– No te detengas -dijo Jeremy- Está delirando. Continúa. Nick luchaba por mantenerme en el asiento, con rostro decidido. Sentí un ruido adelante. Por encima del hombro de Nick vi bajarse a Jeremy de su asiento. Junté fuerza y control y golpeé a Jeremy en el estómago. Abrió los codos y se dobló. Me horroricé de mí misma, pero no me importaba, la fiebre en mi cerebro incineraba cualquier sentimiento consciente. Tenia que escapar. Llegaba tarde. No importaba nada más.

Alejé a Nick y me lancé hacia la puerta del otro lado. Tomé la manija, la abrí y miré hacia abajo. Veía pasar la grava como un borrón gris. Nick gritó. Chillaron los frenos. El Explorer viró a la derecha. Yo iba a saltar. Dos pares de manos me tomaron, uno de la espalda, el otro de los hombros, y me arrastraron al interior. Sentí las manos de Jeremy que iban a mi cuello, luego presión en el costado de mi garganta y nuevamente la oscuridad.

Me desperté con un recuerdo. Me dolía cada parte de mi cuerpo. Había Cambiado anoche. El recuerdo era vago, un montón de imágenes: dolor, temor, ira, descreimiento. Pero no había estado corriendo a través del estado de Nueva York. Había Cambiado en una celda de tres por dos, atada de pies y manos. Mi séptimo Cambio. Hacia siete semanas que estaba en este lugar. No tenía idea de qué día era, pero sabía cuántas veces había pasado esa tortura y me servía para determinar el tiempo. Cuando desperté, seguía en la jaula. Había estado allí cinco semas, cinco Cambios desde que el hombre dejó de intentar tenerme en la casa. Sabía su nombre: Jeremy; pero no lo usaba, ni con él, ni cuando Pensaba en él. Me negaba a hablar con él. En mi mente simplemente era “el” o “el hombre”, una designación libre de idea y emoción.

Desperté sintiendo la tela rugosa del colchón. Había tenido sábanas, sábanas suaves y un cobertor. Entonces él me encontró haciéndolas tiras y pensó que me iba a colgar No era así. No le daría el placer de verme muerta y librarse de mí. Rompí las sábanas por el mismo motivo que destruí los libros y revistas que me trajo, la ropa que trajo para que me pusiera, los lindos cuadros que puso en las paredes de piedra. No quería nada de él. No quería aceptar nada que hiciera parecer a esta jaula algo distinto del agujero inmundo que era. Lo único que aceptaba era la comida y comía sólo porque tenía que tener tuerza para escapar. Eso era lo que me mantenía viva, la idea de escapar. Pronto volvería a la ciudad, a la gente que podría ayudarme, sanarme.

Abrí los ojos y vi una figura en la silla fuera de la jaula. Al principio pensé que era él. Estuvo sentado allí la mayor parte del día, mirándome y hablándome, tratando de lavarme el cerebro con la locura que salta de sus labios. Cuando pudo ver, la figura se aclaró, un hombre inclinado con los codos sobre las rodillas, sus rulos dorados brillando bajo la luz artificial. La única persona a la que odiaba más que al hombre. Rápidamente Cerré los ojos y fingí dormir pero era demasiado tarde. Me había visto. Se puso de pie y comenzó a hablar. Quise taparme los oídos pero no servía de nada. Ahora escuchaba demasiado. Aunque pudiera bloquear las palabras, sabía lo que estaría diciéndome. Decía lo mismo cada vez que venía, a hurtadillas cuando sabía que no estaba el hombre. Trató de explicar lo que había hecho y por qué. Pedía disculpas. Me pedía que me calmara y obedeciera al hombre para poder salir de la jaula. Quería que hablara con el hombre, que le pidiera que revocara su exilio para que pudiera volver y ayudarme. Pero había una sola manera en que él podía ayudarme. Cada vez que venía, cada vez que juraba que haría cualquier cosa para compensar lo que había hecho, le decía lo mismo. Lo único que le decía. Sáname. Deshaz lo que hiciste.

– Clay.

El sonido de mi voz me despertó. Estaba desnuda, mirando una lámpara en un techo de cemento blanqueado. Giré la cabeza y vi paredes de piedra. Ninguna ventana. Ningún ornamento. Sentí el colchón que me sostenía. ¿Jaula?

– No -susurré-. No.

Giré la cabeza y vi los barrotes. Había alguien sentado en una silla al otro lado. Mi corazón dio un salto. Entonces la figura se puso de pie, sus ojos negros fijos en los míos.

– No -volví a susurrar mientras me sentaba.Carajo, no.

– tuve que hacerlo, Elena -dijo Jeremy-. Temía que te hicieras daño. Ahora, si estás sintiéndote mejor…

Me lancé contra los barrotes. Jeremy se alejó, cauto pero no sorprendido.

– ¡Déjame salir! -grité

– Elena, si…

– ¡No entiendes!

– Sí que entiendo. Daniel tiene a Clay. Lo atrapó en Toronto. Quería que estuvieras en el hotel hoy a las diez. Hablaste en sueños camino de regreso.

– Tú… -me detuve y tragué saliva-. ¿Lo sabes?

– Sí, yo…

– ¿Sabes y me tienes encerrada aquí? ¿Cómo pudiste hacerme eso? -Me tomé de los barrotes con fuerza. -¿Cómo pudiste hacerlo? Sabías que tenía que ir. Sabías que estaba en peligro la vida de Clay y me dejaste aquí. ¿Cómo pudiste hacerme eso?

– ¿Qué crees que pensaba hacer Daniel, Elena? ¿Tomarte a ti y soltar a Clay? Por supuesto que no. Si vas allí, los perdemos a los dos.

– ¡No me importa!

Jeremy se frotó la cara con una mano.

– Sí te importa, Elena. Estás demasiado conmovida corno para pensar con lógica…

– ¿Lógica? ¿Lógica? ¿Realmente eres así de frío? Tú lo críaste. Eres todo para él. Se pasó la vida protegiéndote. Arriesga su vida para protegerte, la arriesga continuamente por ti. Y tú te quedas tranquilo, evalúas con lógica la situación y decides que no vale la pena arriesgarse para salvarlo.

– Elena…

– Si está muerto, es tu culpa

– ¡Elena!

– Es mi culpa. Si está muerto será porque no llegué a tiempo…

Jeremy me tomó el brazo pasando sus manos entre los barrotes, sus dedos parecían llegar hasta mis huesos.

– ¡Basta, Elena. No está muerto. Sé que estás conmocionada, pero si te calmas…

– ¿Qué me calme? ¿Dices que estoy histérica?

– Cálmate y piénsalo y sabrás que Clay no está muerto. Piénsalo. Daniel sabe lo importante que Clayton es para la Jauría Para ti. Para mí. Es un rehén demasiado valioso como para matarlo.

– Pero Daniel no sabe por qué no aparecí. Quizá piense que no nos importa, que hemos abandonado a Clay, que lo hemos dado por muerto.

– Daniel sabrá que no es así. Pero para asegurarme, le envié una nota. Me dio una casilla de correo para que lo contacta la semana pasada cuando me exigió que te entregase. Tonio y Nick dejaron una carta diciendo que no te permitíamos ir a esa hora, pero que estoy dispuesto a negociar mientras no le causen daño a Clay. Estoy seguro de que Daniel ya lo sabe, pero quería dejárselo bien claro. No voy a correr ningún riesgo con la vida de Clay, Elena.