Segundo paso: planear el curso de acción. Jeremy trataría de averiguar dónde tenían los callejeros a Clay. No había que ser genio para saberlo. Negociar con Daniel sólo sería una cortina de humo para mantenerlo ocupado mientras Jeremy descubría dónde estaban. Nick lo confirmó. Ayer, antes de que lo sacaran del plan, Jeremy los envió a él y a Antonio al hotel Big Bear: Todos menos Daniel se habían ido del hotel el lunes. Daniel se había quedado hasta alrededor del mediodía del miércoles. La mucama se acordaba bien porque había ido tres veces a su cuarto para limpiar y tuvo que quedarse más tarde por culpa de él. De modo que la conclusión que saqué yo, y probablemente también Jeremy, era que los callejeros habían encontrado otro lugar donde ocultarse y habían llevado a Clay allí inmediatamente después de regresar de Toronto. Nada de esto era sorprendente. Serían idiotas si mantuvieran cautivo a Clay en un hotel público. A Clay podía no gustarle la idea de que lo rescataran humanos, pero su instinto de supervivencia era lo suficientemente fuerte como para no ignorar la oportunidad de hacer ruido y llamar la atención. Calculé que la siguiente movida de Jeremy sería dejar otra nota en el correo, esperar a que apareciera un callejero y tratar de seguirlo hasta Daniel. Es lo que yo haría. Dado que no quería interferir con los planes de Jeremy -o, para decirlo de modo más realista, no quería que me pescaran interfiriendo- tendría que dejarle a él el seguimiento del callejero y encontrar otra manera de descubrir dónde ocultaban a Clay.
Tercer paso: Distraer la atención de mis actividades. Si se hubiese tratado de cualquiera que no fuera Jeremy, yo habría representado el papel de subordinada amedrentada. Pero para Jeremy eso sería señal segura de que estaba metida en algo. Así que armé lío y me quejé y le hice la vida imposible. Él no esperaba otra cosa. Cada vez que podía, yo le exigía, le rogaba o negociaba que me incluyera en sus planes. Hice sugerencias. Ofrecí consejos. Cuando eso fallaba, pataleaba y andaba a los portazos por Stonehaven. Finalmente, luego de una noche y una mañana de meterme en su camino en cuanta oportunidad tuve, le di un ultimátum. Sino encontraba a Clay en tres días, iría tras él con o sin su permiso. Jeremy me recordó la jaula en el sótano y prometió ponerme allí si salía de los terrenos de la casa aunque más no fuera de paseo. Reiteré mi amenaza, pero dejé de molestarlo para que me permitiera ayudar a buscar a Clay. Supuso por tanto que tenía tres días antes de que volviera a molestarlo, así que se relajó. Truco ingenioso diré, si se me permite.
Si bien Nick había aceptado ayudarme, se negó a desobedecer la orden de Jeremy del arresto domiciliario, de modo que en realidad no me podía ir a ninguna parte. Bueno podía desmayar a Nick de un golpe y escaparme, pero no le haría eso a él. Además, Jeremy me encontraría y me traería de regreso y Nick no se sentiría demasiado dispuesto a ayudarme de nuevo si aún le doliera el golpe.
Lo primero que hice fue llamar al hospital. No, no llamé al hospital local con la premonición de que podrían tener a Clay o saber dónde estaba. Llamé al hospital Saint Michael de Toronto. No había olvidado que dejé a Philip sangrando en el piso de nuestro departamento, Reconozco que no le dediqué a la cuestión todo el tiempo que pude, pero sabía que sus heridas no significaban un peligro de muerte, al menos no cuando contuve la hemorragia y pedí ayuda, y la situación de Clay era mucho peor; así que creo que se me puede perdonar que mi preocupación no se dividiera parejamente entre los dos. Philip no estaba en ese hospital. La sala de emergencias no había recibido nuevos pacientes la tarde del martes, cosa que sucedía frecuentemente debido a la reducción del presupuesto. Philip había sido llevado al Toronto East General y seguía allí. Hablé con la enfermera a cargo de su piso, diciendo que era hermana de él, y así me enteré de que él había sufrido heridas internas y tuvo que ser operado, pero se estaba recuperando y esperaban que le dieran de alta el lunes, lo que significaba que en realidad se sentiría mejor el miércoles o el jueves: nuevamente los recortes presupuestarios. Ofreció comunicarme con su cuarto para que hablara con él, pero me negué, diciendo que no quería interrumpirle el descanso. La verdad es que fui demasiado cobarde como para hablar con él. Aunque me perdonara por abandonarlo, estaba de por medio la pequeña cuestión de que me había visto Cambiar a loba. De modo que me conformé con enviarle flores junto con una nota que decía que lo vería pronto y que esperaba que eso no lo asustara tanto como para volverlo a la sala de cuidados intensivos.
Lo siguiente que hice fue llamar a la inmobiliaria local. No es que pensara mudarme y necesitara un lugar. Idea tentadora, pero sabía que no llegaría lejos. Si Jeremy me rastreé hasta un campo en el norte de Nueva York-y aún no quería decirme cómo lo había logrado-, entonces sin duda podría encontrarme en Bear ValIey, fuera antes o después de que me encontraran los callejeros. Como sea, no soy suicida. Llamé a la inmobiliaria para averiguar por Casas alquiladas o compradas en el último par de semanas, en particular Casas en el área rural. Se habían vendido tan sólo tres casas en el distrito recientemente. Dos fueron compradas por familias jóvenes y la tercera para una pareja de gente retirada. Había más alquileres, pero todos a residentes de larga data en la zona, que pasaban de un alquiler a otro.
Cuando no dio resultado lo de la casa, empecé a averiguar por la posibilidad del alquiler de caballas. Lo malo era que vivíamos en una zona de cabañas. Lo bueno es que recién comenzaba la temporada de alquileres y la zona de Bear Valley en sí misma no era de las más buscadas, porque había demasiados árboles y demasiado pocos lagos y vías acuáticas. Llamé a la Asociación de Cabañas de Bear Valley. Con algo de ingenuidad, muchas mentiras y mucha más cortesía, Jeremy me había educado bien, descubrí que sólo había cuatro alquiladas en ese momento y que tres de los cuatro inquilinos eran parejas de luna de miel y en el cuarto caso se trataba de un montón de hombres maduros de Nueva York que venían siempre en mayo para algún tipo de estrechamiento de relaciones entre hombres, en el bosque y por motivos terapéuticos. Otro callejón sin salida. Me estaba contestando todo lo que preguntaba, pero nada interesante. Tendría que probar por otra vía. Pero no sabía bien cuál.
Tener un objetivo hizo que las horas pasaran rápido, con lo que tuve poco tiempo para lamentar la situación en la que se encontraba Clay. Finalmente incluso ese placer se agotó y me quedé a solas con mis pensamientos. Estaba cuidando del fuego en la chimenea del estudio, que no necesitaba de mis cuidados. Ni siquiera había necesidad de encenderlo, cuando la temperatura exterior se ubicaba alrededor de los veinte grados al anochecer. Pero me reconfortaba estar sentada allí, atizando los troncos y viendo cómo el fuego saltaba y lanzaba chispas. Una acción innecesaria era mejor que ninguna acción. Además, mirar fijo las llamas me subyugaba, me hacia concentrar en algo fuera de los pensamientos y los temores que superaban continuamente las barreras mentales que había erigido cuidadosamente en las últimas veinticuatro horas.