– Voy a Bear Valley -dije.
Era el día siguiente. Nick y yo estábamos en el patio de atrás, almorzando. Jeremy y Antonio se habían ido hacía una hora, Desde entonces, trataba de pensar cómo decirle a Nick lo que planeaba. Luego de media docena de intentos fallidos, me decidí a decirlo sin vueltas.
– Le dije a Daniel que quería verlo.
– ¿Eso decías en esa nota? Cuando Antonio y Nick se fueron a enviar la última carta de Jeremy a Daniel le deslicé a Nick una nota para agregar a la de Jeremy. Nick no me hizo ninguna pregunta, probablemente porque él quería Ignorar la respuesta.
– Sí. Me voy a encontrar con él alas dos.
– ¿Cómo logró comunicarse contigo?
– No lo hizo. Le dije que lo vería a las dos. Y él va a estar allí.
– ¿Y Jeremy está de acuerdo?
Me di cuenta por el tono de Nick de que él sabía perfectamente que yo no se lo había mencionado a Jeremy. La pregunta era su manera prudente de referirse al asunto. O quizá tuviera la esperanza imposible de que esto fuera algo que yo había planeado con Jeremy y habíamos olvidado mencionárselo.
– Ya no me voy a quedar quieta -dije-. No puedo hacerlo. Lo intenté, pero no puedo.
Nick bajó las piernas y se sentó en el borde de su reposera.
– Sé lo duro que es para ti, Elena. Sé cuanto lo amas…
– No es eso. Mira, ya hablé todo esto con Jeremy. Necesitamos recuperar a Clay. La Jauría lo necesita- Yo voy a hacer que vuelva. Que quieras ayudar es asunto tuyo.
– Lo que vuelva, pero no voy a ayudarte a que te hagas matar.
– ¿Y eso qué quiere decir?
– Lo que parece. Te vi cómo estaba. Hace un par de días…
– ¿De eso se trata? ¿Por qué perdí el control hace tres días? Mírame ahora. ¿Te parece que estoy fuera de control?
– No y eso probablemente me asusta más que si lo estuvieras.
– Voy a ir. -dije
– No sin mí
– Bueno.
– Pero yo no voy. Así que tú tampoco.
Me paré y fui hacia la puerta trasera. Nick se puso de pie de un salto y me cerró el paso.
– ¿Qué vas a hacer? -pregunté-. ¿Vas a desmayarme de un golpe y encerrarme en la jaula?
Desvió la mirada, pero no se movió. Sabía que no haría nada. Llegados a eso, no usaría la fuerza física para detenerme. No era parte de su naturaleza
– ¿Dónde es el encuentro? -preguntó por fin-. ¿En un lugar público? Porque si no…
– Es en el Donut Hole. Lo más público que pude lograr. No importa lo que pienses, no estoy haciendo nada que pudiera ponerme en peligro. No haría nada para ponerte a ti en peligro tampoco. El único riesgo es que desobedezco las órdenes de Jeremy. Y sólo lo hago porque se equivoca al excluirme.
– De modo que te encontrarás con Daniel en el café y yo estaré allí. Detendremos el auto adelante. No iremos a ninguna parte con él, ni siquiera a caminar por la calle.
– Exacto.
Nick se volvió y entró a la casa. No lo hacía feliz, pero me iba a acompañar. Algún día se lo compensaría.
Cuando estacioné delante del café, pude ver a Daniel a través de la ventana. Estaba sentado en un reservado. El pelo castaño le llegaba hasta los hombros y lo llevaba detrás de su oreja izquierda, su única oreja, en realidad, a causa de esa pequeña mordedura de hacía unos años. Su perfil era duro, pómulos altos, mentón puntiagudo y nariz fina, bien parecido, pero se asemejaba más a un zorro que a un lobo, lo que iba mejor con su personalidad.
Al bajar del auto, sus ojos verdes me siguieron, pero no registró mi presencia con ningún gesto, ya que había descubierto tiempo atrás que yo no respondía bien a la adulación. Su cuerpo era delgado y compacto. Medíamos lo mismo, alrededor de uno ochenta Una vez que tuve que encontrarme con Daniel para transmitirle una advertencia de Jeremy, yo tenía puestos tacos de cinco centímetros y disfruté la sensación de hablarle desde arriba, hasta que me dijo lo sensuales que me quedaban los tacos. Desde entonces nunca me había visto de otro modo que con mis zapatillas más viejas y maltratadas.
Eso día Daniel se habla puesto una remera negra y jeans, que era lo que se ponía casi siempre. Copiaba el vestuario monocromático de Clay, estilo obrero de la construcción, como si eso le diera cierta clase. No era así.
Marsten estaba frente a Daniel. Como de costumbre, estaba vestido como si hubiese salido de una revista de modas, lo que hacía parecer descuidado a Daniel. Bueno, Karl Marsten haría parecer descuidada a cualquier persona, pero no es ésa la cuestión.
Cuando Nick y yo entramos, Marsten se puso de pie y se acercó a la puerta para saludarnos.
– Viniste -dije-. Me sorprende que Danvers te lo permitiera. ¿O acaso no lo sabe?
Me pateé mentalmente. Hasta entonces no había pensado en lo que pensarían los callejeros sí yo resultaba estar violando las órdenes de Jeremy. Divisiones en la Jauría. Maravilloso. Era seguro que Marsten se iba a dar cuenta en cinco segundos.
– Te ves bien, Elena -continué Marsten, sin esperar mi respuesta-. Un poco cansada, pero eso era de esperarse. Con suerte esto se acabará pronto.
– Eso dependerá de ustedes -dije
– En parte. Se volvió hacia el hombre que atendía el mostrador. -Dos cafés. Sin nada para la dama y… -miró a Nick-¿Una de crema y dos de azúcar, verdad?
Nick sólo lo miró con odio.
– Uno sin nada. El otro con una de crema y dos de azúcar -repitió Marsten al hombre-. Póngalo en mi cuenta. Se detuvo y luego se volvió hacia mí sonriendo. -No puedo creer que acabe de decir eso en un café. Tengo que salir de este pueblo.
Yo desvié la mirada.
– Hacía mucho tiempo que no te vela, Nicholas -continuó Marsten-. ¿Cómo está tu padre? Invertí en una de sus empresas el año pasado. Ganancias del treinta por ciento. Por cierto que aún maneja bien las cosas.
Ignorándolo, Nick se sentó en un taburete frente al mostrador y estudió la oferta de masas. Marsten se sentó a su lado en otro taburete y me indicó que fuera con Daniel.
– Tú ve a hacer lo tuyo. Yo me quedo con Nicholas. Daniel no levantó la mirada cuando me acerqué. Revolvió el café y sólo me saludó con un movimiento de su cabeza. El hombre del mostrador trajo mi café. Lo hice a un lado y me senté frente a Daniel, al otro lado de la mesa. Siguió revolviendo el café. Me quedé sentada allí unos segundos. En otras circunstancias, yo habría esperado más para ver cuánto podía estirar él esa indiferencia fingida de revolver el café antes de sentirse obligado a mirarme. Pero el tiempo de jugar se había acabado.