– ¿Qué quieres? -pregunté.
Aún revolvía, con los ojos en la taza, como si pudiera escapársele si dejaba de mirarla.
– ¿Qué quiero habitualmente?
– ¿Venganza?
Alzó la vista y me miró a los ojos, después me recorrió lentamente con la mirada como de costumbre. Apreté los dientes y esperé. Luego de unos segundos, me sentí tentada de chasquear los dedos delante de su rostro y decirle que no había tanto que mirar.
– Quieres venganza -repetí, para hacer que su cerebro volviera a funcionar-
Daniel se reclinó en el asiento, alzando una pierna para mostrarse muy tranquilo y relajado.
– No. Nunca quise eso. No importa lo que me haya hecho la Jauría, ya lo superé. No merecen mi tiempo. Pero tú sí.
– Otra vez la misma historia -murmuré.
Daniel me ignoré.
– Sé por qué estas con ellos, Elena. Porque temes irte, temes lo que te harán y temes lo que te pasará sin su protección. Estoy tratando de mostrarte que no pueden hacerte daño y no pueden protegerte. Si quieres un compañero, un verdadero compañero, mereces algo más que un monstruo que tiene que dar tres vueltas antes de acostarse. Yo puedo darte algo mejor.
– ¿Así que esto es para ganarme a mí? No digas estupideces.
– ¿No crees que lo vales? Creí que te valorabas más.
– Mi inteligencia está por encima de eso. No es por mí. Nunca lo fue. Es por ti y Clay. Crees que me tiene, así que me quieres. Tu motivación es tan compleja como la de un chico de dos años que ve a otro con un juguete. Lo quieres para ti.
– Te subestimas.
– No, no subestimo cuánto lo odias. ¿Qué pasó? ¿Siempre le dieron la porción más grande de torta cuando eran chicos?
– Mi vida fue un infierno gracias a ellos. Él y el indio toro aquel -Daniel miró con odio en dirección a Nick-. Pobre Clay. Tiene problemas. Tuvo una vida dura. Debes tratarlo bien. Debes ser su amigo. Es todo lo que he escuchado siempre. Lo único que veían era un cachorro de lobo. Si mostraba los dientes, les parecía simpático. Nos mandaba como si fuera un Napoleón en miniatura y ellos lo consideraban bonito. Para mí no era ni bonito ni simpático. Era…
Alcé la mano.
– Estas desvariando.
– ¿Qué?
– Quería que lo supieras. Estas desvariando. Es un poco feo. Si sigues así terminarás informándome de tus planes para dominar el mundo. Eso es lo que hacen todos los villanos después de desvariar acerca de su motivación. Esperaba que tú fueras distinto.
Daniel tomó un gran trago de café, luego sacudió la cabeza y se rió.
– Bueno, ya me diste el cachetazo para ubicarme. Siempre fuiste buena para eso. Tú dices que ladre y yo pregunte si alto o bajo.
– Digo que sueltes a Clay…
Daniel hizo una mueca
– Y yo digo: ¿por qué habría de molestarme? Bueno, hay un límite para mi obediencia. No lo soltaré sólo porque tú lo quieres, Elena. Podrías hacer pucheros y ojitos y rogarme y, si bien eso me resultaría muy excitante, no me haría soltarlo. Te haré la misma oferta que a Jeremy Tú por Clay
– ¿Por qué?
– Ya te dije.
– ¿Porque me deseas tanto que estas dispuesto a arriesgar tu vida para tenerme? Dame una explicación mejor o me voy.
Daniel se quedó en silencio un momento y luego se inclinó hacia delante.
– ¿'Has pensado alguna vez en tener tu propia Jauría? No reclutar callejeros medio idiotas, sino crear una dinastía. No somos inmortales, Elena, pero hay una manera de asegurarnos la inmortalidad.
– Realmente espero que no estés insinuando lo que pienso.
– Niños, Elena. Una nueva raza de licántropos. No medio licántropos, medio humanos, sino licántropos plenos, que hereden los genes de ambos padres. Licántropos perfectos.
– Vaya. Realmente quieres dominar el mundo.
– Hablo en serio.
– Seriamente loco. Lo siento, pero este útero no se vende ni se alquila.
– _Ni siquiera por el precio de una vida? ¿La vida de Clay?
Me recosté hacia atrás e hice de cuenta que lo estaba pensando. Era el momento de redoblar la apuesta.
– ¿De modo que si acepto, lo dejas en libertad?
– Correcto. Sólo que no voy a confiar sólo en que vengas conmigo y te quedes, de modo que aclaremos eso de entrada. Tengo un lugar para ti, romántico y adecuadamente remoto y seguro. Estarías confinada. Algo así como la jaula de Stonehaven, pero mucho más lujoso. Si me das lo que quiero, todo lo que quiero, no estarás allí mucho tiempo. Cuando te haya convencido de que soy tu mejor opción, te dejo salir. Si tratas de escaparte te encierro nuevamente.
– Caray, qué tentador.
· -Estoy siendo honesto contigo, Elena. Es un intercambio. Su cautiverio por el tuyo.
Hice de cuenta que lo pensaba, mirando por la ventana. Entonces volví a mirar a Daniel.
– Ésta es mí condición. Quiero verlo libre. Lo harás a la luz del día en un lugar público. Estaré allí para verlo. Cuando él esté libre, seré tuya.
– No funciona así. Cuando seas mía, él queda libre.
– No tienes intención de soltarlo -dije, volviéndome para mirar a Daniel a los ojos-. Es lo que pensé.
· Me puse de pie, – y salí del café. Tanto Nick como Daniel me siguieron rápido. Cuando llegué al auto, Daniel me impidió abrir la puerta.
· -¿Has visto las fotos, verdad? -preguntó. Me detuve, pero sin mirarlo.
– Sé que has visto las fotos -continuó Daniel-. Has visto en qué estado está. Has visto que la cosa se pone peor. ¿Cuánto más piensas que puede resistir?
Me di vuelta lentamente. Me volví y vi el rostro de Daniel y la satisfacción en sus ojos y perdí el control. Durante la última media hora, me había esforzado por no pensar en Clay. Mientras hablaba con Daniel, me esforcé por no recordar que él era el que tenía cautivo a Clay, que lo había drogado y golpeado hasta que apenas le quedara un centímetro de piel sin marca. Me concentré en hablarle a Daniel como lo había hecho cientos de veces, como si se tratara de transmitirle otro mensaje de Jeremy diciéndole que se enmendase o tendría un castigo. Realmente intenté olvidar lo que pasaba. Pero cuando se quedó parado allí y amenazó con matar a Clay, ya no pude fingir. La ira me desbordó antes de que pudiera controlarla.
Lo tomé de la camisa y lo lancé contra el auto con tanta fuerzaa que la ventana del lado del conductor se hizo añicos.
– Hiena repugnante me acerqué a él hasta que nuestros rostros estaban a pocos centímetros. – Lo secuestras con una inyección. Lo encadenas a la pared para poder golpearlo. Pero eso no basta. Tienes que drogarlo. Tienes que estar absolutamente seguro de que no pueda juntar fuerzas suficientes como para escupirte en la cara. Entonces lo golpeas. ¿Te hace sentir bien? ¿Te hizo sentir muy hombre apalear a tu enemigo cuando no podía defenderse? No eres hombre y no eres lobo, Eres una hiena, un cobarde carroñero. Si lo vuelves a tocar, si veo una sola marca más, voy a hacerte algo que hará que esa oreja arracada parezca un pellizcón. Y si lo matas, te juro por Dios y el Diablo y cualquiera que escuche, si lo matas, te cazaré. Te cazaré y te ataré y te torturaré de todas las maneras que se me ocurran. Te dejaré ciego y te castraré y te quemaré. Pero no te mataré. No te dejaré morir. Te pondré en el infierno y allí vivirás por el resto de tu vida.
Tiré a Daniel a un costado. Se tropezó, recuperé el control y se volvió para enfrentarme. Su boca se abrió, se volvió a cerrar, volvió a abrirse, pero él no parecía poder pensar en una respuesta adecuada, así que se dio vuelta y fue hacia el café. Escuché un silbido y me volví para ver a Marsten apoyado contra la parte de atrás del auto.
– Ha vuelto la bruja -dijo Marsten-. Bueno, bueno. Esto puede ponerse interesante.
– Te vas al carajo -le rugí.
Abrí la puerta del auto, subí y lo puse en marcha cuando Nick se sentó del lado del acompañante. El Camaro salió rugiendo del estacionamiento, con chillido de gomas. No miré el velocímetro en todo el camino de regreso a Stonehaven.