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En una cosa yo tenía razón. Se había acabado el tiempo para juegos.

REGRESIÓN

Salí de Stonehaven cuando todos dormían. Me vestí en la oscuridad, salté por la ventana y empujé mi auto casi un kilómetro por el camino antes de encender el motor. No le había hablado a Nick de mis planes. Era mejor que no supiera nada.

Me había ido temprano a mi cuarto y pasé unas horas pensando en la cama. Mi encuentro con Daniel habla sido un error. Al rechazar su oferta, había empeorado las cosas. Jeremy había estado tratando de ganar tiempo para Clay. Yo se lo había quitado. Para arreglar las cosas, tenía que actuar ahora.

Durante varias horas traté esa noche de contactarme mentalmente con Clay. Por supuesto que no funcionó. Ni siquiera sabía cómo hacerlo, pero tuve la esperanza de que nuestra relación fuese suficiente. Quizá lo hubiera sido, pero era como exigirle un esfuerzo extra a un músculo que yo había ignorado demasiado tiempo. Nada sucedió. Cuando no pude entrar en la mente de Clay, decidí tratar de introducirme en las mentes de los callejeros que lo tenían cautivos. Introducirme en sus mentes en sentido figurado, quiero decir. Si me colocaba en su situación y trataba de imaginar lo que sentirían o pensarían, quizá pudiera encontrar un punto débil. Daniel y Marsten eran fáciles de entender. Sabía lo que querían y sabía cómo operaban. Marsten no dejaría ningún flanco desguarnecido. La debilidad de Daniel era su obsesión con Clay y conmigo. Podía aprovechar eso, tomar contacto con él nuevamente y tratar de enredarlo con mentiras y sonrisas, pero eso exigiría tiempo y yo no lo tenía. Además, tal como me sentía, antes que sonreírle era más fácil que le abriera la garganta a mordiscones. Me quedaban los callejeros nuevos. Era un territorio desconocido. No eran licántropos, me lo recordé. Ellos no eran licántropos de verdad. ¿Entonces, cómo podía meterme en sus cabezas?

Me quedé la mayor parte del tiempo tirada en la cama, mirando el techo, abrumada por la imposibilidad de entender a esos dos. Entonces me di cuenta. No eran licántropos, pero eran humanos. Yo había sido humana. Seguía tratando de ser humana. ¿Por qué no podía ponerme en su lugar? Todo lo que tenía que hacer era eliminar mi costado de loba, cosa que llevaba años tratando de hacer. Pero necesitaba algo más para entender a esos asesinos. No podía ser la clase de humana que deseaba: controlada, pasiva, cariñosa. Tenía que ser lo que había sido antes.

Todos los mecanismos de defensa de mi cerebro montaron barreras o hicieron sonar alarmas. ¿Ser lo que era antes de que me mordiera Clay? Pero yo había sido controlada, pasiva, cariñosa. Clay cambió eso. Antes de él yo era diferente. No era así. Eso es lo que quería creer, pero sabía que no era verdad. Siempre había tenido la capacidad de ser violenta. Clay lo había advertido en el instante en que nos conocimos. El niño licántropo miró a la niña víctima y vio a una compañera del alma, alguien que entendía lo que significaba criarse enajnado, con adultos que analizaban nuestra extraña conducta y niños que se burlaban. A los ocho años, Clay ya era un licántropo con una gran capacidad de violencia y un temperamento correspondiente. Para cuando yo tenía esa misma edad, mis familias adoptivas me habían enseñado a odiar, desarrollando mi propia capacidad de violencia, aunque había logrado ocultarla mejor que él, guardándola en mi interior y esforzándome por mostrar al mundo la niñita pasiva que esperaban ver. Era hora de que me enfrentara con eso. Clay no me convirtió en lo que yo era. Sólo me dio una salida para descargar la ira y el odio. Ahora, para salvarlo, tenía que volver allí, de vuelta a la desconfianza y el odio y la impotencia y la furia, por encima de todo la furia, contra todos los que me habían hecho mal. Allí encontraría la mente de un asesino, un asesino humano.

Le Blanc odiaba a las mujeres. Quizá fue maltratado por su madre o las chicas se reían de él en el colegio o quizá tuviera tan baja autoestima que necesitaba sentirse superior a algún grupo de gente y escogió a las mujeres en vez de a los negros o a los judíos. Si era la autoestima, podía usarlo. Pero para encontrar la verdad, necesitaba investigar su vida, buscando alguna señal de su psicopatología. Y no tenía tiempo para eso tampoco.

¿Y Victor Olson? Empecé a dejar de lado la idea sin más. Al fin de cuentas, ni siquiera conocía a ese hombre. ¿Pero hacía falta? Saqué los dos artículos que había impreso del cajón de mi vestidor y los estudié. Más allá de lo obvio, que era un asesino y violador de niñas, ¿qué me decían de Olson? Sabía que acostumbraba a acechar a sus víctimas, compulsivamente. En un artículo admitía haber salido cada noche a ver dormir a sus víctimas, dijo que ver sus rostros dormidos y pacíficos lo relajaba y lo ayudaba a superar su insomnio crónico. ¿Convertirse en licántropo le curaría esa compulsión o ese insomnio? Por supuesto que no. Lo que sindicaba que había una buena posibilidad de que Olson no hubiese abandanado sus viejos patrones de conducta, que siguiera vigilando a niñas dormidas, aquí en Bear Valley.

Había salido de Stonehaven para encontrar a Olson. Los artículos decían que su blanco eran niñas de hogares de clase media. Supuse que buscaría casas de una sola planta, para poder espiar a través de una ventana. Había sólo dos barrios de este tipo en Bear Valley. Todo lo que tenía que hacer era recorrer las calles y olerlo.

Luego de dar vueltas por Bear Valley más de una hora, comencé a advertir las dimensiones de la tarea. Efectivamente, sólo había dos barrios, pero cada uno constaba de una docena o más de calles con al menos cien casas. Tenía unas pocas horas antes del amanecer. Para cubrir la mayor cantidad de terreno posible, tanta que manejar lentamente con todas las ventanillas bajas… eccepto la ventanilla del conductor destrozada, que ahora estaba baja en forma permanente. En algunos momentos el viento me favoreció. Pero mayormente no, y lo único que podía oler era el interior un poco húmedo de mi auto poco usado. 'Terminé con el primer barrio y pasé al segundo. Una hora más tarde, también había terminado con ése. No había señales de Olson. Tal vez ni siquiera hubiese salido.

Estaba dando una última vuelta al barrio cuando vi un auto solitario en el estacionamiento de un negocio cerrado. Al pasar advertí que el auto tenía una identificación de vehículo alquilado. Por supuesto. Si los callejeros no se ocultaban en la ciudad, como sospechaba, Olson necesitaría un vehículo para llegar a Bear Valley. Dejé mi auto en una calle lateral y me bajé. No había llegado ni a medio camino del negocio cerrado cuando sentí el olor de un nuevo licántropo desconocido.

Di la vuelta a la esquina y me detuve. Un hombre maduro, grueso, con una campera gris de ski, caminaba por la vereda, a menos de diez metros de la esquina. Por fortuna Olson estaba de espaldas a mi. Iba hacia su auto. Corrí de regreso al mío. Su vehículo alquilado pasó cuando yo daba la vuelta en una entrada de garaje. Con las luces apagadas lo seguí.

Cuando salimos de Bear Valley, el corazón comenzó a latirme aprisa. Tenía razón. Estaban en el campo. Olson me llevarla a ellos. Habíamos avanzado hacia el noroeste casi veinte minutos cuando Olson se metió en un camino cubierto de vegetación que conducía al interior del bosque. Detuvo el auto apenas penetró en el bosque. Estaba por cumplir la segunda parte de mi plan cuando advertí que Olson no se bajaba. Me quedé bien lejos y apagué el motor para esperar. Pasaron diez minutos. Aún podía ver la silueta de su cabeza en el auto. Me incliné al costado, cuidadosamente abrí la puerta del lado del acompañante y me deslicé a la banquina.

Me arrastré hasta el camino. El bosque estaba oscuro. Incluso cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, no vi señales de ninguna casa. Al volverme hacia el auto de Olson, vi que el camino no conducía a ningún lado. Era un punto de giro o un lugar de estacionamiento para un auto, donde nada una senda natural. Me metí en el bosque y más cerca del auto. Cuando llegué a la altura de la puerta del lado del conductor me detuve y traté de ver en la oscuridad, La cabeza de Olson descansaba contra el apoyacabezas. Tenía los ojos cerrados. Dormía. Me pregunté brevemente por qué, pero la pregunta era irrelevante. Quizá no pudiera dormir cerca de los otros. O quizá le gustara estar sólo después de espiar. No importaba. El hecho era que Victor Olson no me conducía de vuelta a Clay. Al menos no esa noche, Pero no podía esperar hasta la mañana. Por la mañana Jeremy sabría que me había ido. La Jauría me estaría buscando. Aunque lograra eludirlos otro día, eso significaría darle a Daniel otras veinticuatro horas para decidir que cualquier arreglo que pudiera hacer con la Jauría no justificaba perder la oportunidad de matar a su viejo enemigo. ¿Y qué pasaba si Olson no estaba simplemente tomando un respiro? ¿Qué pasaba si no iba a volver nunca con los callejeros? Él sabía donde estaba Clay. Y yo tenía que saberlo: esa noche.