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Cuando llegué a la casa me detuve en la puerta y miré hacia arriba. La casa de piedra de dos plantas parecía inclinarse hacia atrás, expectante. La bienvenida estaba ahí, pero muda, a la espera de que yo hiciera la primera movida. Tan parecida a su dueño. Toqué una de las piedras frescas y sentí una correntada de recuerdos. Retiré la mano, abrí la puerta, lancé mi bolsa al suelo y me dirigí al estudio, esperando encontrar a Jeremy leyendo junto a la chimenea. Siempre estaba allí cuando volvía, no esperando en el portón como Clay, pero esperándome sin embargo.

El cuarto estaba vacío. Había una copia del diario de Milán, el Ccorriere della Sera, junto a la silla de Jeremy. Sobre el sillón y el escritorio había pilas de revistas y publicaciones sobre antropología pertenecientes a Clay. El teléfono principal estaba en el escritorio y parecía intacto y enchufado.

– Llamé -dije-. ¿Por qué no atendió nadie?

– Estábamos aquí -dijo Clay-. Por aquí. Tendrías que haber dejado un mensaje.

Dejé uno. Hace dos horas.

Bueno, eso explica la cosa. Estuve junto al portón todo el día esperándote y sabes que Jer nunca escucha los mensajes.

No pregunté cómo sabía Clay que vendría hoy si no había dejado mensaje. Tampoco pregunté por qué se había pasado todo el día sentado junto al portón. La conducta de Clay no podía juzgarse de acuerdo con los estándares humanos de normalidad… ningún estándar de normalidad.

¿Entonces dónde está? --pregunté.

– No lo sé. No lo he visto desde que me trajo la cena hace unas horas. Debe haber salido.

No necesitaba ver si estaba el auto de Jeremy en el garage para saber que Clay no decía «salido" en el sentido usual. Las palabras humanas comunes adquieren nuevo sentido en Stonehaven. Significaba que había salido por ahí… y no a trotar.

¿Esperaba Jeremy que volara hasta aquí y luego me quedara esperando a que se dignara atenderme? Por supuesto. ¿Era el castigo por ignorar su llamado? En parte deseaba poder acusarlo de eso, pero Jeremy nunca se preocupaba por pequeñeces. Si había planeado salir esta noche, lo habría hecho, viniera yo o no. Me sentí dolida además de enojada, pero traté de ocultármelo. Estaba enojada, nada más. Podía jugar al mismo juego. Jeremy quería estar solo en su salida. ¿Qué haría yo? Invadiría su privacidad, por supuesto. A Jeremy pueden no importarle las cosas Pequeñas, pero a mí sí.

– ¿Salió? – dije-… Bueno, entonces tendré que encontrarlo.

Pasé junto a Clay en dirección a la puerta. Se me puso delante.

– Volverá pronto. Siéntate y…

Volví a esquivarlo camino del corredor trasero y abrí la puerta de atrás. Clay me siguió de cerca. Atravesé el jardín rodeado de muros hasta el camino que lleva al bosque. Las ramitas se quebraban bajo mis pies. Comenzaron a llegarme los aromas de la noche: hojas quemadas, ganado distante, el suelo mojado, una multitud de rastros; tentadores. En algún lugar lejano un ratón chilló perseguido por una lechuza.

Seguí caminando. A los quince metros la senda se volvía apenas una huella de pasto pisoteado y luego desaparecía. Me detuve y olfateé. Nada. Ningún rastro ni sonido ni seña de Jeremy. En ese momento advertí que no escuchaba ningún sonido, ni siquiera los pasos de Clay detrás de mí. Me volví y sólo vi. los árboles.

– ¡Clayton! --grité.

Me llegó la respuesta un instante más tarde al escuchar a alguien abrirse paso en la maleza en algún lugar lejano. Había ido a alertar a Jeremy. Golpeé el árbol más cercano con la palma de la mano. ¿Realmente esperaba que Clay me permitiera entrometerme en la privacidad de Jeremy con tanta facilidad? En ese aspecto había olvidado algunas cosas en el último año.

Pasé entre los árboles. Las ramitas golpeaban mi rostro y mis pies tropezaban con las enredaderas. Seguí adelante, con una sensación de ser inmensa, torpe y nada bienvenida aquí. El camino no era para personas. No tenía ninguna posibilidad de ganarle a Clay así. Por lo que busqué un claro y me preparé para el Cambio.

Mi Cambio fue apurado, por lo que resultó torpe y torturante y luego tuve que descansar, jadeando en el suelo, unos minutos. Al ponerme de pie, cerré los ojos y respiré hondo el aroma de Stonehaven. Sentí un temblor de placer que nacía en mis zarpas, subía por mis patas y sacudía todo mi cuerpo. Me dejó una mezcla indescriptible de excitación y calma que me dio ganas de lanzarme a través del bosque y dejarme caer en dulce paz al mismo tiempo. Estaba en casa. Siendo humana, podía negar que Stonehaven era mi hogar, que la gente aquí era mi Jauría, que el bosque fuera más que un poco de tierra ajena. Pero siendo loba en el bosque de Stonehaven, había un coro resonando en mi cabeza. El bosque era mío. Era territorio de la Jauría y por lo tanto mío. Mío para correr y cazar y jugar sin temor a adolescentes de juerga, cazadores demasiado ansiosos o zorros y mapaches rabiosos. No había sofás descartados que bloquearan mi camino, ni latas herrumbradas que me cortaran las zarpas, nada de bolsas de basura que llenaran el aire de porquerías o productos químicos que contaminaran el agua que yo tomaba. Este no era un grupito de árboles para una o dos horas. Eran quinientos acres de bosque, llenos de senderos familiares y cargados de conejos, ciervos y media docena más de animales para cazar, un bufé para mi placer. Mi placer. Tragué grandes bocanadas de aire. Mío. Salí a la senda. Mia. Me froté en un roble, sintiendo que la corteza me raspaba quitándome piel muerta. Mío. La tierra tembló con tres vibraciones leves: un conejo a mi izquierda. Mío. Mis piernas querían correr, redescubrir el mundo intrincado del bosque. Alguien en lo hondo de mi cerebro, una diminuta voz humana gritó: «No, no, no. Esto no es tuyo. Lo dejaste. No lo quieres". Ignoré esa voz.

Faltaba una sola cosa, una última cosa que diferenciaba este bosque de la barranca solitaria de Toronto. En el momento en que lo pensaba, un aullido atravesó la noche, no el canto musical de la noche, sino el llamado urgente de un lobo solitario, la sangre llamando a la sangre. Cerré los ojos y sentí vibrar en mí el sonido. Entonces lancé mi cabeza hacia atrás y respondí. La pequeña voz de alerta dejó de gritar invectivas y la ira se transformó en algo más parecido al terror. "No -susurró- eso no. Recupera el bosque. Reclama como tuyo el aire y los caminos y los árboles y los animales. Pero eso no.

Los arbustos a mis espaldas se agitaron, y giré para ver a Clay saltando. Me alcanzó de frente y me tiró de espaldas, luego se quedó parado sobre mí y mordisqueó la piel floja de mi cuello. Cuando le tiré un mordisco, se retiró. Gimió, tanteando mi cuello con su hocico, rogándome que jugara con él, diciéndome lo solo que había estado. Podía sentir la resistencia dentro de mí, en alguna parte, pero demasiado profunda y lejana. Tomé su pata delantera con mis dientes y lo hice caer. Me lancé sobre él. Nos revolcamos en la maleza, tirando mordiscones y pateando y luchando por colocarnos arriba del otro. Justo cuando estaba por inmovilizarme, me liberé y escapé. Corrimos en círculos. La cola de Clay me recorría el costado, acariciándome como una mano. Se acercó y frotó su flanco contra el mío… al dar la siguiente vuelta, puso una pierna delante de la mía para detenerme y hundió su hocico en mi cuello. Sentí su aliento cálido en mi piel y él absorbió mi olor. Luego me tomó del cuello y me tiró hacia atrás, con un grito de triunfo mientras yo caía. No pudo sostener su victoria más que un par de segundos. Luchamos un rato más, luego me liberé. Clay dio un paso atrás, se agachó, dejando en alto sus caderas. Tenía la boca abierta, la lengua colgando y las orejas hacia delante. Me agaché como preparándome para enfrentar su ataque. Cuando saltó, me hice a un lado y empecé a correr.