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En mi cabeza se formó un plan mientras miraba dormir a Olson. Incluso mientras lo pensaba, una parte de mí rechazó la idea. Vacilé, luego me obligué a avanzar a través de los árboles antes de que pudiera cambiar de idea. Me acerqué al costado del auto, luego pasé la mano por la ventanilla del conductor. En el momento en que Olson empezaba a despertarse, yo ya estaba pasando la mano a través de la ventanilla. Tiré del cinturón de seguridad. Se deslizó por mis dedos mientras lo ajustaba alrededor de él. Hizo la cabeza hacia atrás para retirarla de mi mano, pero yo ya estaba buscando más allá de él. Inclinándome hacia dentro del auto, aferré el cierre de metal del cinturón y lo retorcí hasta romperlo y dejarlo trabado. Entonces saqué la cabeza del auto.

Olson se dio vuelta, siguiendo mi mano cuando yo la retiraba. Por un momento sólo tuvo la expresión de un cobarde que se preparaba para recibir el primer golpe. En el momento en que me alejé, se estremeció. Cuando advirtió que yo retrocedía, frunció el ceño, luego sus ojos se encendieron con un relámpago malévolo de astucia y sonrió. Con la mirada bajó la mano derecha al cierre del cinto. Entonces Se detuvo. Volvió a apretar el botón para soltarse pero nada sucedió. Al advertir lo que había hecho, tomó la cinta y tiró, pero estaba fuertemente ajustada a su pecho.

Yo sabía lo que tenía que hacer, pero vacilé nuevamente. ¿Podía hacerlo? Se me cruzó la imagen de José Carter por la mente. Me dije que esto era distinto. Éste no era un humano engañoso, sino un asesino. Aún así, lo que yo estaba por hacer era loque le había hecho a Carter. Y mucho más. Ése era el territorio de Clay ¿Podría hacerlo yo? ¿Dejar a un lado mis sentimientos y hacerlo? Olson es un asesino, me dije. Más que un asesino. Un pervertido enfermo que acecha a niñas pequeñas, niñas como la que era yo hace tanto tiempo. Cerré los ojos y me concentré, hasta sentir la serpiente de la ira que me recorría el cuerpo. Olson luchaba con el cinto, pero era de un material que no iba a romperse fácilmente. Lo ignoré y concentré toda mi energía en mi mano izquierda. Comenzó a latirme, luego a retorcerse, y el dolor me recorrió el brazo. Abrí los ojos y miré. Cuando mi mano había Cambiado a medias, me detuve. Con la mano derecha tomé la muñeca derecha de Olson. La desgarré con las zarpas de mi mano izquierda. Chilló, como un conejo. Se abrió un tajo en el dorso de su muñeca. Comenzó a brotar sangre. Tomé su mano izquierda e hice lo mismo. Chilló de nuevo y comenzó a debatirse enloquecido. La sangre salpicó el volante y el tablero.

– Si te mueves, será peor -dije, manteniendo calma la voz y Cambiando mi mano a humana-. Si quieres reducir la hemorragia alza las manos.

– ¿Por qué…?

.¿Por qué?¿Porque hago esto? ¿O por qué te digo que frenes hemorragia? No tendría que contestar lo primero. Obviamente sabes quién soy. Con eso basta. En cuanto a lo segundo, no trato de matarte. Sólo quiero información. Si me la das, te desataré. Podrás vendar tus muñecas y llegar a tiempo al hospital. Si no me dices lo que quiero saber, te estarás suicidando.

– ¿Qu…-Olson tragó-. ¿Qué quieres saber?

– Tampoco necesitas respuesta. Pero como puedes estar entrando en una conmoción, sin poder pensar claramente, te lo diré: ¿Dónde está Clayton?

No voy a contar el resto de la conversación. Olson no estaba en condiciones de negociar o discutir y lo sabía. Tal como yo creía, le importaban un carajo los demás. Sólo su vida le importaba. Me dijo todo lo que necesitaba saber y más, habló enloquecido, como si cada palabra que dijera pudiera aumentar sus posibilidades de sobrevivir. Cuando terminó, lo dejé en su auto. Pensé en soltar el cinto y darle la oportunidad de escapar. Al fin de cuentas se lo había prometido. Nunca había renegado de un trato, Entonces pensé en las niñas que había violado y matado e imaginé todas las veces que les habría hecho promesas de no lastimarlas, de no hacerlo más. Él no había cumplido. ¿Por que habría de hacerlo yo?

Me fui dejando Victor Olson morir desangrado en el bosque

CONFRONTACIÓN

Me detuve en una gasolinera y llamó a Stonehaven. Las primeras dos veces me respondió el contestador. La tercera vez atendió Nick. Estaba medio dormido y tuve que repetirle las cosas tres veces antes de que entendiera que no estaba en la casa. Nadie se había percatado todavía de mi desaparición. Le di instrucciones y le hice escribirlas y luego leérmelas. Para entonces empezó a entender lo que le decía y lo que pensaba hacer. Corté cuando empezó a gritar.

Diez minutos más tarde estaba golpeando en la puerta del lugar donde se ocultaban los callejeros. Era una cabaña derruida, tan en lo profundo del bosque que la luz de la luna y las estrellas no podía penetrar a través de las copas de los árboles. Parada en el escalón de la puerta, traté de escuchar el susurro del viento o el canto de grillos, pero nada. El silencio y la oscuridad eran completos.

Pasaron varios minutos sin respuesta. Volví a golpear y esperé. Pasaron más minutos, pero no dudé de lo que me había dicho Olson. Era el lugar indicado. Podía sentir a Clay aquí.

Golpeé la puerta. Finalmente se quebró la oscuridad con un mínimo rayo de luz detrás de las cortinas de adelante. Se escucharon pasos en un piso de madera Miré la manija de la puerta y vi que estaba rota. Arriba de la manija había un agujero y astillas recientes, donde antes había habido un cerrojo. ¿Realmente esperaba que los callejeros compraran o alquilaran una cabaña cuando podían forzar la entrada? Qué estúpida. Cuanto tiempo desperdiciado.

La puerta se abrió. Alcé la vista. Me llevó un segundo reconocer que el hombre parado allí era Karl Marsten, en parte debido a la falta de luz y en parte por su atavío. Llevaba sólo pantalones pijamas y su pecho desnudo mostraba músculos y cicatrices normalmente ocultas bajo sus camisas de cien dólares. Parpadeó y forzó la vista, luego maldijo y salió, cerrando la puerta.

– ¿Qué carajo haces aquí? -dijo con un gruñido susurrado.

Miré la puerta cerrada.

– ¿Temes que despierte a tu esposa?

– ¿Mi…? -Miró por sobre el hombro hacia la puerta, luego se volvió hacia mí, con su expresión tranquila de siempre. -Estoy seguro de que éste es un plan maravilloso, Elena, pero realmente tengo que aconsejarte que no lo lleves a cabo. Si entras allí, te irás encadenada o muerta. Nada de eso te conviene.

– ¿Así que saliste a alertarme? Carajo, aún quedan caballeros.

– Me conoces. Si veo una oportunidad, la aprovecho.

– ¿Así que me dejarás ir a cambio de…?

– Aquello por lo que vine. -Brillaron sus ojos, y algo duro atravesó la sangre fría. -Territorio. Si me prometes eso, te dejaré ir. Y me iré. Un callejero menos para preocupar a la Jauría.