– Teníamos un trato -dije, dirigiéndome a Daniel-. Estoy aquí. Suéltalo.
Nadie contestó. Marsten y Daniel me miraron como si me hubiese vuelto loca. Hace una hora, ésta era exactamente la reacción que yo me había esperado. Pensaba aparecer en la puerta y entregarme a Daniel. Por supuesto que se sentirían conmocionados. En algún momento, entre la sorpresa y la eventual celebración, llegaría la Jauría. Mi versión del viejo truco del Caballo de Troya sólo que no había guerreros a la vista. El regalo estaba en el campo enemigo y no había modo de sacarlo de allí ahora.
– No… te… atrevas. -El susurro de Clay llegó desde el suelo.
Alzó la cabeza lo suficiente como para mirarme con odio. Yo desvié la mirada. Todos los demás lo ignoraron. Por primera vez en su vida, Clay estaba con un grupo de callejeros que no le prestaban atención. No sólo le habían quitado las fuerzas, sino también la dignidad. Era mi culpa. Se suponía que en Toronto yo debía permanecer cerca de él, pero no lo había hecho. ¿Qué fue lo que me distrajo tanto que dejé a Clay? Una propuesta de matrimonio de otro hombre. Mi estómago se tensó al recordarlo.
Me volví hacia Daniel.
– Me querías, me tienes. Querías a Clay de rodillas. Lo tienes. Ahora cumple tu parte del trato. Déjalo ir y me iré contigo ahora mismo. -Me esforcé por ver a Marsten. Trate de que deje a Clay aquí y tendrás tu territorio. Clay le dirá a Jeremy que hice el trato. El lo cumplirá.
Más silencio. Marsten y Daniel pensaban. Tenían lo que querían. ¿Les bastaba? No querían un enfrentamiento cara a cara. Pasaba el tiempo y con cada segundo aumentaba la probabilidad de que aparecieran Jeremy, Antonio y Nick. Yo me resistiría a que me sacaran de aquí. Lo sabían. Tendrían que dominarme y atarme y entonces llevarnos a Clay y a mí al auto.
– No hay trato.
Alcé la cabeza. La respuesta vino del lado de Daniel, pero no sonaba como si fuera su voz. Detrás de Daniel, Le Blanc se adelantó, con las manos en los bolsillos.
– No hay trato -repitió. Su voz era suave, pero cortaba el silencio como una navaja.
Marsten rió bajo.
– Ah, la revuelta de los campesinos. Supongo…
Antes de que pudiera terminar; la mano de Le Blanc salió de su bolsillo. Hubo un destello plateado. Su mano apareció de pronto delante de la garganta de Daniel y cortó horizontalmente. Por un milisegundo pareció que nada había sucedido, Daniel se quedó allí, se veía un poco confundido. Entonces su garganta se abrió en un tajo rojo. Brotó sangre. Daniel llevó las manos a su cuello. Se le salían los ojos de las órbitas, sin poder creer lo que pasaba. La sangre se derramó entre sus dedos y bajó por sus brazos. Abrió la boca. Lanzó un globo rosa, como una macabra goma de mascar. Y entonces se deslizó al suelo.
Me quedé parpadeando con la vista en Daniel, tan incapaz de creerme su muerto como él. Daniel se moría. El callejero que había sido el mayor peligro para la Jauría por toda una década, que había sabido esquivar las maniobras de Clay y mías para que cometier un error que justificara ejecutarlo. Muerto. Y no luego de una pelea larga y peligrosa. No muerto por Clay Ni siquiera por mí sino por un callejero con un cuchillo. Muerto en un instante. Con un truco tan cobarde y tan completamente humano que Marsten y yo no pudimos hacer otra cosa que quedarnos mirando.
Mientras Daniel yacía allí, tratando de respirar, agonizando en el suelo, Le Blanc pasó sobre él como si fuera un tronco caído. Alzó la hoja. Estaba casi limpia, sólo había unas gotas rojas en el borde.
– No hay trato -dijo, avanzando hacia Marsten.
Marsten tomó el arma de la mesa y le apuntó a Le Blanc.
– Sí, ya sé. Dije que los verdaderos licántropos no usan armas. Pero vas a descubrir que sé adaptarme cuando se trata de salvar mi cuero -. Marsten sonrió, los ojos helados. ¿Éste es tu duelo? ¿Cuchillo versus pistola? ¿Quieres apostar quién gana?
Le Blanc jugueteó con el cuchillo, como si meditara la posibilidad de arrojarlo. Entonces se detuvo.
– Hombre inteligente -dijo Marsten. ¿Qué tal si nos ahorramos un poco de sangre y hacemos un nuevo acuerdo? Partes iguales. Yo me quedo con Clayton. Tú con Elena. Desde aquí iremos por caminos separados.
Como Le Blanc no respondió, Marsten continuó.
– Es lo que quieres, ¿verdad? Por eso mataste a Daniel, porque Elena te humilló y aún quieres venganza.
Por la mirada en la cara de Le Blanc supe que no había matado a Daniel para tenerme a mí. No lo había matado para conseguir nada. Le Blanc se había sumado a esta batalla porque le gustaba matar. Ahora que se acercaba un alto el fuego, se había vuelto contra sus compañeros, no por ira o avaricia, sino simplemente porque estaban allí, más vidas para liquidar antes de que se acaban la diversión. Ahora sopesaba las cosas. ¿Tenía que darse por satisfecho si se quedaba conmigo? ¿O podía también acabar con Marsten y con Clay?
– ¿No la deseas? -preguntó Le Blanc-. Creí que todos ustedes la deseaban.
– Nunca fui de los que siguen la corriente -dijo Marsten-. Si bien Elena tieno su atractivo, no se compadecería con mi estilo de vida Yo quiero territorio. Clayton es una pieza mejor para negociar. Y estoy seguro de que te vas a divertir más con Elena
– Hijo de puta -rugí.
Me di vuelta, soltándome de Marsten. Apunté un golpe a su estómago, pero se movió en el último instante y mis nudillos le rozaron el costado. Su pie enganchó el mío y me arrojó al suelo. Mi cabeza dio en un ángulo de un armario para rifles vacío, Me desvanecí un momento. Cuando me recuperé, los ojos grises de Marsten perforaban los míos. Parpadeé y traté de pararme, pero me tenía contra el suelo. Cambió de posición y empujó mi mentón para que quedara mirando a la pared.
– Está inconsciente -dijo, poniéndose de rodillas-. Tanto mejor. Ya no nos quedan muchos sedantes.
– ¿Inconsciente? Volví a parpadear, lentamente, sintiendo que mis ojos se cerraban y volvían a abrirse. Miraba una fila de deposiciones de ratón a lo largo de la pared. Estaba claramente despierta ¿Marsten no me había visto abrir los ojos? Empecé a alzar la cabeza, luego lo pensé mejor y me quedé quieta. Que pensaran que estaba inconsciente. Necesitaba todas las ventajas que pudiera tener.
Marsten se paró. Lo oí alejarse un par de pasos.
– ¿Qué haces? -preguntó Le Blanc en tono agudo.
– Me llevo mi parte del botín y me voy, que es lo que sugiero que hagas tú también. Si Elena no es suficiente premio, puedes quedarte con todo el dinero de Daniel y Vic que haya.
– No lo desates -dijo Le Blanc.
Marsten susurró.
– No me digas que Daniel te volvió paranoico a ti también. Clayton apenas si respirar. No podría lastimar a un Chihuahua. Estoy apurado. Si puede caminar quiero que lo haga.
– No hemos acordado nada todavía.
Con los ojos cerrados, moví lentamente el mentón, luego los espié. Marsten estaba inclinado sobre Clay. Lo tenía de rodillas. Clay se bamboleaba. Se veía apenas el azul de sus ojos semicerrados. La pistola estaba tan sólo a tres metros, abandonada. Dudaba de que Marsten supiera usarla.
– Dije que dejaras de desatarlo -dijo Le Blanc.
– Por Dios -murmuró Marsten-. Bueno.
Se enderezó. Pero entonces, aún antes de estar bien parado, se lanzó contra la Blanc. Marsten y Le Blanc cayeron al suelo. Mientras los dos peleaban, me puse en cuatro patas y fui junto a Clay. Cuando tomé las esposas, se alzó su cabeza. Me miró por sobre el hombro.
– Vete -graznóó.
Tomé los dos extremos de la cadena y tiré con fuerza. Los eslabones se estiraron pero no se rompieron.
– No hay tiempo -dijo tratando de volverse hacia mí-. Vete.
Al mirar sus ojos supe lo equivocada que había estado. No había venido para llevarlo de vuelta a Jeremy o a la Jauría. Había venido a buscarlo para mí. Porque lo amaba, lo amaba tanto que estaba dispuesta a arriesgar todo ante la menor esperanza de salvarlo. Incluso en ese momento, al darme cuenta de que él tenía razón, que no tenía tiempo de sacarlo, sabía que no lo iba a dejar allí. Prefería morir.