Clay tardé un tiempo en sanarse. Mucho tiempo en realidad. Tenía una pierna y cuatro costillas rotas y un hombro dislocado. Lo habían golpeado tanto que sentía dolor acostado, sentado, parado… en todo momento. Estaba exhausto, famélico, deshidratado y lleno de drogas en cantidad suficiente como pera tener a un rinoceronte tumbado durante un mes. Me pasé una semana en una silla junto a su cama antes de sentirme tranquila de que iba a sobrevivir. Incluso entonces, sólo me iba de su cuarto para preparar las comidas y sólo porque decidí que lo que cocinaba Jeremy le estaba haciendo más mal que bien a Clay.
Yo tenía que volver a Toronto. En realidad lo supe desde el primer día, pero lo estuve posponiendo, diciéndome que Clay estaba demasiado enfermo, Jeremy necesitaba mi ayuda en la casa, el Camaro no tenía nafta, cualquier excusa que pudiera encontrar Pero tenía que volver Philip me esperaba. Tenía que averiguar cómo pensaba manejarse él frente a lo que habla visto. Terminado eso, volverla a Stonehaven. No había duda de cuál iba a ser mi hogar. Quizá nunca la hubo. Stonehaven era mi hogar. La idea aún me molestaba. Supongo que nunca iba a sentirme tranquila con esta vida, porque no la había elegido y yo era demasiado obcecada como para aceptar jamás algo que me había sido impuesto. Pero Clay tenía razón Aquí yo era feliz. Siempre habría una parte humana de mí que vería mal esta forma de vida, una moralidad humana que se sentiría abrumada por la violencia, vestigios de puritanismo que se rebelarían contra la total inmersión en la satisfacción de necesidades y urgencias primitivas. Pero incluso cuando Stonehaven no me hacía feliz, cuando yo estallaba de furia contra Jeremy o contra Clay o contra mí misma, de un modo perverso seguía sintiéndome contenta y satisfecha.
Todo lo que buscaba en el mundo humano lo encontraba aquí. ¿Quería estabilidad? La tenía en un lugar y con gente que siempre me recibiría con los brazos abiertos, hiciera lo que hiciese. ¿Quería una familia? La tenía en mi Jauría, con una lealtad y un amor que iban más allá de las simples etiquetas de madre, padre, hermana, hermano. Por lo tanto, al advertir que todo lo que quería estaba aquí, ¿me sentía preparada pera hacer a un lado mis aspiraciones humanas y enterrarme pera siempre en Stonehaven? Por supuesto que no. Siempre necesitaría encajar en el mundo. No había terapia o autoanálisis que fuera a cambiar eso. Aún tratarla de tener un trabajo en el mundo humano, tal vez escaparme por un tiempo cuando la vida aislada de la Jauría me abrumara. Pero Stonehaven era mi hogar. Ya no me escaparía.
Y tampoco podía seguir escapándome de mí misma. No me refiero a la parte de licántropo que hay en mí. Creo que eso lo acepté muchos años antes, quizás incluso lo disfruté porque me daba la excusa para tantas cosas en la vida. Si me mostraba beligerante y cortante, era por la sangre de loba que habla en mis venas. Si atacaba a otras personas, nuevamente la sangre de loba.
Y lo mismo respecto de toda tendencia violenta. ¿De humor cambiante? ¿Enojada? ¿Proclive a estallar? Carajo, tenía motivos para eso, ¿verdad? Yo era un monstruo. Y eso no es exactamente una condición que fomente la paz y la armonía interior. Pero tenía que admitir la verdad. No fue convertirme en licántropo lo que me hizo así. Bastaba pensar en Jeremy, Antonio, Nick, Logan, Peter. Cada uno de ellos podía compartir alguna de mis características menos atractivas, pero lo mismo sucedería con cualquier extraño que pudiera encontrar en la calle. Si, ser licántropo me hacía más capaz de actuar en función de la ira y vivir en este mundo hacía que tal conducta fuese más aceptable, pero todo lo que era yo, ya lo era antes de que Clay me mordiera. Por supuesto que saberlo y aceptarlo eran dos cosas diferentes. Todavía tengo que trabajar en eso.
Tardé casi un mes desde aquel día en Toronto para entender qué había querido decir Clay cuando aseguró que sabía por qué escogí a Philip y por qué no podía funcionar mi relación con él. Las primeras dos semanas después de que recuperamos a Clay fueron un infierno, algunos días ni siquiera estaba segura de que fuera a sobrevivir. Por lo menos así me parecía a mí. Lo miraba inconsciente en la cama y de pronto me parecía que su pecho había dejado de moverse. Lo llamaba a Jeremy. No, borren eso. Llamaba a gritos a Jeremy y él venía corriendo. Por supuesto que Clay estaba respirando perfectamente, pero Jeremy nunca me hizo sentir que estaba exagerando. Murmuraba algo acerca de que se quedaba brevemente sin aliento, quizás una apnea menor, y examinaba a Clay exhaustivamente antes de sentarse en la silla de al lado de la cama para vigilarlo por si había una "recaída". Para la tercera semana, Clay ya recuperaba la conciencia por periodos más prolongados y hasta yo tenía que reconocer que el peligro por fin parecía haber pasado. Lo que no quiere decir que yo dejara de acampar al lado de su cama. No lo hice. No podía. Y mientras yo insistía en estar allí, Jeremy insistió en reemplazarme en mi puesto mientras yo dormía o iba a correr, aunque los dos supiéramos que esa vigilancia constante sólo era necesaria para que yo estuviera tranquila.
Cerca del fin de la tercera semana, volví de ducharme y me encontré con Jeremy en mi lugar junto a la cama de Clay en la misma pose vigilante en que lo había dejado veinte minutos atrás. Me quedé junto a la puerta observándolo, las ojeras, su rostro enjuto. Supe entonces que tenía que parar, controlarme y admitir que Clay estaba bien y continuaría así -o incluso mejoraría- sin necesidad de vigilancia permanente. Si yo no dejaba de hacerlo, terminaría destruida y Jeremy me seguiría sin protestar.
– ¿Te sientes mejor? -preguntó sin darse vuelta.
– Mucho mejor.
Extendió la mano hacia atrás y tomó la mía cuando me acerqué.
– Pronto va a despertar. Su estómago gruñe.
– Dios no quiera que se pierda la cena.
– Hablando de eso, tú y yo vamos a salir esta noche. A algún lugar a donde haya que ir de traje y corbata y afeitado, al menos yo. Vienen Antonio y Nick. Ellos se quedarán con Clay.
– No es nece…
– Es muy necesario. Necesitas salir. Dejar de pensar en esto. Clay estará bien. Llevaremos tu teléfono celular para el caso de que algo suceda.
Mientras asentía y me sentaba en la silla junto a Jeremy, la respuesta al acertijo de Clay me asaltó de pronto con tanta fuerza que tuve que sostenerme. Y me di un golpe en castigo por no haberlo advertido antes. ¿Por qué escogí a Philip? La respuesta había estado mirándome a la cara desde mi retomo a Stonehaven, ¿A quién me recordaba Philip? A Jeremy, por supuesto.
Debo decir en mi defensa que Jeremy y Philip, al menos en su aspecto exterior, no tenían demasiado en común. No se parecían físicamente, No tenían los mismos gestos. Ni siquiera actuaban del mismo modo. Philip no tenía el mismo control de sus emociones que Jeremy, ni su autoritarismo, ni su callada reserva. Pero ésas no eran las cualidades que yo más admiraba en Jeremy. Lo que vi en Philip fue un reflejo más superficial de lo que valoraba en Jeremy: su paciencia sin límites, su consideración, su bondad innata. ¿Por qué subconscientemente busqué a alguien que me recordara a Jeremy? Porque en Jeremy yo veía una versión infantil del Príncipe Encantado, alguien que me llevara flores y me cuidara más allá de las cagadas que yo hiciera. El problema era que no me sentía atraída sexualmente por Jeremy. Lo amaba como amigo, como líder y como figura paterna. Nada más. De modo que al encontrar una versión humana de mi ideal, encontré a un hombre al que estaba segura de que iba a amar, pero nunca con la pasión que podía llegar a sentir por un amante.