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Junior, una inútil bravata:

– ¡Ya estoy jugando! He llamado a la central de casas de empeño y les he dado una descripción de la vajilla robada. También tengo una lista de las lavanderías de Kafesjian. Tres para ti, tres para mí. ¿Las preguntas habituales?

– Bien, pero antes veamos qué consiguen los patrulleros. Después, cuando hayas visitado tus tres tiendas, ve al centro y busca antecedentes de otros 459 con modus operandi parecidos en los archivos de la Central y de la policía local. Si encuentras algo, estupendo. Si no, repasa los homicidios por resolver; quizás ese payaso es un maldito asesino.

Un olor nauseabundo, una nube de moscas. Los hombres del laboratorio sacaron los perros de los cubos, chorreando basura.

– Supongo que no me dirías esas cosas si no te importara.

– Exacto.

– Ya verás, Dave. Esta vez demostraré que valgo.

Tommy K. hizo sonar el saxo. Los espectadores aplaudieron; Tommy saludó con una reverencia y les dedicó un gesto obsceno, llevándose la mano a la entrepierna.

J.C. en el porche, con una bandeja en las manos.

– ¡Eh, teniente, venga a hablar conmigo! ¿Le apetece un trago?

Me acerqué. Cerveza en botella. Tommy cogió una y bebió unos tragos. Observé sus brazos: rasguños en la piel, esvásticas tatuadas. J.C. sonrió:

– No me diga que es demasiado temprano para usted.

– Schlitz, desayuno de campeones -dijo Tommy tras un eructo.

– Cinco minutos, señor Kafesjian. Sólo unas cuantas preguntas.

– De acuerdo. El capitán Dan dice que es usted de fiar, que esto no es idea suya. Venga conmigo. Tommy, tú ve a ofrecer el Desayuno de Campeones a los demás.

Tommy cargó la bandeja como un consumado camarero. J.C. ladeó la cabeza, indicando que le siguiera.

Me condujo hasta su cuarto de trabajo: paredes de pino, armeros. Volví la cabeza hacia el salón: el equipo de huellas, Tommy ofreciéndoles las cervezas. J.C. cerró la puerta.

– Dan me ha dicho que se trata de un mero trámite.

– No del todo. El caso está en manos de Ed Exley y sus reglas son diferentes de las nuestras.

– Mi gente y la suya hacen negocios. Exley lo sabe.

– Sí, y esta vez está forzando las normas. Exley es el jefe de Detectives y Parker le deja hacer lo que quiera. Intentaré ir con cuidado, pero usted tendrá que colaborar.

J.C.: seboso y desagradable. Unos arañazos en la cara, obra de su propia hija.

– ¿A qué viene esto? ¿Está chiflado, ese Exley?

– No sé a qué viene, pero es una buena pregunta. Exley quiere que este caso reciba un tratamiento especial, y le aseguro que es un detective condenadamente mejor que yo. Con él no hay trucos que valgan.

J.C. se encogió de hombros:

– Oiga, si es usted listo, puede sacar más jugo. Usted es abogado y tiene tratos con Mickey Cohen.

– No. Yo arreglo cosas, Exley las dirige. Hablando de listos, Exley es el mejor detective que ha visto nunca el LAPD. Vamos, señor Kafesjian, ayúdeme. Usted no quiere a unos policías cualquiera husmeando por aquí, lo comprendo. Pero un chiflado entra a robar en su casa y organiza una carnicería…

– ¡Mi casa la limpio yo! ¡Tommy y yo encontraremos al tipo!

Ahora, con tranquilidad:

– No. Lo encontraremos nosotros; después, quizá Dan Wilhite le dé el soplo. Sin problemas, limpio y legal.

Kafesjian sacudió la cabeza: no, no.

– Dan ha dicho que me iba a interrogar. Adelante, pues: pregunte, y yo le respondo.

Saqué el bloc de notas.

– ¿Quién lo hizo? ¿Alguna idea?

– No. -J.C, impasible. Inexpresivo.

– Enemigos. Deme algún nombre:

– No tenemos enemigos.

– Vamos, Kafesjian. Usted vende narcóticos…

– ¡No pronuncie esa palabra en mi casa!

AHORA, CON TRANQUILIDAD:

– Llamémoslo negocios, entonces. ¿Sabe de algún competidor comercial que no le tenga simpatía?

J.C. agitó el puño: no, no.

– Las reglas las marcan ustedes; nosotros las acatamos. Llevamos los negocios con orden y limpieza y así no nos hacemos enemigos.

– Entonces, probemos otra cosa. Usted es lo que denominamos un informador pagado, y los tipos así se crean enemigos. Piense en ello y deme algún nombre.

– ¡«Informador pagado»! Una manera muy fina de decir soplón, delator, chivato…

– Nombres, señor Kafesjian.

– Un tipo que está en chirona no puede colarse en una bonita y tranquila casa familiar. No tengo ningún nombre que darle.

– Entonces, hablemos de los enemigos de Tommy y de Lucille.

– Mis hijos tampoco tienen enemigos.

– Piénselo bien. El tipo irrumpe en la casa, rompe una colección de discos y destroza la ropa de su hija. Los discos eran de Tommy, ¿no?

– Sí, era la colección de mi hijo.

– Ya. Y Tommy es músico, de modo que quizás el ladrón tenía alguna cuenta pendiente con él. Quizá quería destruir sus cosas y las de Lucille aunque, por alguna razón, no subió a sus dormitorios. Hábleme, pues, de los enemigos de sus hijos: viejos colegas músicos, ex novios de Lucille… Piense.

– No, no se me ocurre…

J.C. no terminó la frase. Como si acabara de encenderse una luz en su cerebro.

Cambio de tema:

– Tengo que tomar las huellas digitales de toda la familia. Las necesitamos para compararlas con las que pueda haber dejado el ladrón.

Kafesjian sacó un fajo de billetes:

– No. De eso, nada. Mi casa la limpio…

Le estrujé la mano con la mía.

– Haga lo que le parezca, pero recuerde que esto es cosa de Exley y que estoy más obligado con él que con Wilhite.

J.C. se desasió y agitó en la mano unos billetes de cien.

– A la mierda -solté-. A la mierda toda su sebosa familia.

Un rápido movimiento, un crujido: Kafesjian agitaba más billetes; un par de miles, en total.

Me di la vuelta antes de que la cosa empeorase.

7

Tiempo de trabajo fastidioso.

Pinker llevó los perros al laboratorio. Los chicos de huellas encontraron rastros, impresiones parciales. La multitud de mirones se redujo; los agentes de uniforme interrogaron a la gente del barrio. Junior recopiló los informes: nada de especial esa noche; una velada típica de los Kafesjian.

Es decir: épicas disputas familiares y ruido de saxo toda la noche. J.C. regó el césped luciendo un suspensorio. Tommy echó una meada por la ventana de su dormitorio. Madge y Lucille estuvieron enfrascadas en una áspera discusión a gritos. Cardenales, ojos a la funerala: lo de costumbre.

Horas de espera; dejé que transcurrieran lentamente.

Lucille y Madge se marcharon; adiós en un Ford Vicky rosa. Tommy practicó escalas: los hombres del laboratorio se pusieron tapones en los oídos. Latas de cerveza por las ventanas: Almuerzo de Campeones.

Junior fue a por el Herald. Un anuncio de Morton Diskant: conferencia de prensa a las seis de la tarde.

Mucho tiempo que matar: subí a la furgoneta del laboratorio y observé el trabajo de los técnicos.

Disección de tejidos, extracción: nuestro tipo había metido los ojos de los perros en sus respectivas gargantas.

Volví al coche dispuesto a echar una cabezada; dos noches seguidas sin apenas pegar ojo me habían dejado para el arrastre.

– Dave, despierta y despéjate -Ray Pinker; demasiado pronto, maldita sea. Yo, con un bostezo:

– ¿Resultados?

– Sí, e interesantes. No soy médico y lo que he hecho no era una autopsia, pero creo que puedo sacar algunas cosas importantes en limpio.

– Adelante. Cuéntame ahora y luego envíame un informe resumido.