– Bien, los perros fueron envenenados con hamburguesa rociada de trictocina de sodio, conocida comúnmente como veneno de hormigas. He encontrado fragmentos de guante de piel en los dientes y las encías, lo cual me lleva a pensar que el ladrón les echó la comida pero no esperó a que murieran para mutilarlos. Me dijiste que habías olido a cloroformo, ¿recuerdas?
– Sí. Imaginé que eran los trapos que tenían metidos en la boca.
– Hasta ahí tienes razón. Pero no era cloroformo, sino clorestelfactiznida, un producto químico para la limpieza en seco. Pues bien, J.C. Kafesjian es dueño de una cadena de tiendas de lavado en seco. Interesante, ¿no?
El tipo había entrado, robado y destruido. Un psicópata, pero preciso: nada de desorden. Atrevido y parsimonioso. Un psicólogo, mierda; y limpio, preciso.
– ¿Estás diciendo que quizá conoce a la familia, que quizá trabaja en una de las tiendas?
– Exacto.
– ¿Habéis encontrado los pantalones de la chica?
– No. Había restos de tela quemada en el cubo de basura de los perros, así que no hay modo de descubrir el grupo sanguíneo por el semen.
– Mierda. Eso de los pantalones fritos parece cosa de J.C.
– Escucha, Dave. Esto no es más que una teoría, pero me gusta.
– Adelante.
– Bien: los perros tenían quemaduras químicas alrededor de los ojos, y los huesos del hocico fracturados. Creo que el ladrón los debilitó con el veneno, les aplastó el hocico y luego intentó dejarlos ciegos mientras aún estaban vivos. La clorestelfactiznida causa la ceguera si se aplica localmente, pero los animales se agitaban demasiado e incluso le mordieron. Murieron por el veneno y el tipo los destripó postmortem. Tenía alguna extraña fijación con los ojos, así que los arrancó con mucho cuidado, los introdujo en sus gargantas y luego metió los trapos empapados en esa sustancia. Los cuatro globos oculares estaban saturados de ese tóxico, de ahí mi conclusión.
Junior y un agente de uniforme se acercaban.
– Dave.
– Ray -le corté al instante-, ¿has oído alguna vez que se torturase a un perro guardián en un 459?
– Nunca. Y no se me ocurriría un motivo.
– ¿Venganza?
– Venganza.
– ¿Dave…? -Junior.
– ¿Qué?
– Dave, éste es el agente Bethel. Agente, cuéntele al teniente.
Nervioso; un novato:
– Esto…, señor, tengo dos confirmaciones de un merodeador en este bloque la noche del robo. El sargento Stemmons me ha hecho preguntar en las casas donde no había nadie antes. Una anciana me dijo que había llamado a la comisaría de Wilshire, y otro hombre ha declarado haberlo visto también.
– ¿Descripción?
– Un tipo joven, caucasiano. Eso es todo. Ningún detalle más, pero he llamado a la comisaría de todos modos. Han confirmado que mandaron un coche, pero no hubo suerte y esa noche no se detuvo ni se comprobó la identidad de ningún merodeador blanco en toda la zona.
Una pista; se la pasé a Junior.
– Llama a Wilshire y consigue cuatro hombres más para visitar las casas que faltan; empezad, digamos, a partir de las seis. Que consigan descripciones de posibles merodeadores. Comprueba los archivos que te dije y pásate por las tres primeras tiendas de Kafesjian de tu lista. ¿Ray?
– ¿Sí, Dave?
– Ray, cuéntale a Stemmons tu punto de vista químico. Junior, investiga ese aspecto con los empleados de las tiendas. Si das con algún sospechoso, no hagas ninguna estupidez como matarlo.
– ¿Por qué no? Quien a hierro mata, a hierro muere.
– No seas idiota. Quiero saber qué tiene ese tipo contra los Kafesjian.
Tres tiendas E-2 Kleen; la más próxima, en South Tremaine, 1248. Me acerqué al lugar; el Ford rosa estaba aparcado ante el local.
Estacioné en doble fila; un tipo salió enseguida con aire nervioso. Le reconocí: Abe Voldrich, mano derecha de Kafesjian.
– Por favor, agente. Ellos no saben nada del maldito robo. Llame a Dan Wilhite, hable con él de… de…
– ¿De las ramificaciones?
– Sí, es una buena palabra. Agente…
– Teniente.
– Teniente, déjelo estar. Sí, la familia tiene enemigos. No, no le van a decir quiénes son. Puede preguntárselo al capitán Dan, pero dudo que se lo diga.
Mariquita espabilado.
– Así pues, no hablaremos de enemigos.
– ¡Eso está mucho mejor!
– ¿Qué me dice de la clorestelfactiznida?
– ¿Qué? Eso me suena a chino.
– Es un producto para la limpieza en seco.
– De ese aspecto del negocio conozco poco.
Entré en el locaclass="underline"
– Quiero una lista de empleados. De todas las tiendas.
– No. Sólo contratamos a gente de color para el trabajo de lavado y planchado, y la mayor parte están en libertad provisional. No les gustaría tenerle por ahí haciendo preguntas.
¿El crimen de un negro? No; no me sonaba.
– ¿Tienen vendedores negros?
– No. J.C. no confía en ellos para el dinero.
– Déjeme inspeccionar el almacén.
– ¿Qué busca, ese producto del que hablaba? ¿Por qué?
– Se lo echaron a los perros guardianes.
Voldrich, con un suspiro:
– Adelante, pues. Pero no alborote a los obreros.
Rodeé el mostrador. Detrás había una pequeña fábrica: cubas, planchadoras a vapor, negros doblando camisas. Estanterías en la pared: botellas, frascos.
Comprobé las etiquetas; dos hileras completas y allí estaba: clorestelfactiznida, una calavera y dos tibias cruzadas.
Olfateé un frasco. Repulsivo/familiar. Escozor en los ojos. Devolví el frasco al estante y me demoré en la trastienda: podían aparecer las mujeres. No tuve suerte; sólo unas furtivas miradas de esclavo. Regresé a la parte delantera de la tienda chorreando sudor.
Lucille en el mostrador, colgando camisas. Bum bum, meneo de caderas al ritmo de la radio. Bum bum, destello: sonrisa de vampiresa.
Le devolví la sonrisa. Lucille cerró los labios como si corriera una cremallera y arrojó lejos una llave ficticia. Fuera, Voldrich y Madge. Mamá K.: el maquillaje corrido, unas lágrimas.
Regresé al coche. Cuchicheos; no logré entender una mierda.
Encontré un teléfono público. A la mierda las tiendas E-Z Kleen.
Llamé a la oficina y dejé un mensaje para Junior: llama a Dan Wilhite, consigue una lista de soplones de Kafesjian. Probablemente era inúticlass="underline" Dan se negaría, impaciente por aplacar a J.C. Un mensaje de Junior: había hecho averiguaciones y la cloresteleches era un producto estándar de amplio uso en el negocio del lavado en seco.
De vuelta a South Tremaine; un coche patrulla ante la casa. Bethel me hizo señales.
– Señor, hemos conseguido dos confirmaciones más del merodeador.
– ¿Más detalles de la descripción?
– No, pero parece que también es un mirón. Sacamos la misma descripción de un «varón joven, blanco», y las dos personas han declarado que le vieron asomarse a las ventanas.
Pienso: el instrumental para el robo/mutilación.
– ¿Han dicho si el hombre llevaba algo en las manos?
– No, señor, pero se me ocurre que podía ocultar las herramientas para el delito en su ropa.
– Pero no hubo ninguna denuncia.
– No, señor, pero tengo una pista que puede estar relacionada.
– Explíquese, agente -le pido con paciencia.
– Bien, la mujer de la casa de enfrente me ha dicho que, a veces, Lucille Kafesjian baila desnuda ante la ventana de su dormitorio. Ya sabe: con las luces detrás, de noche. La mujer dice que lo hace cuando sus padres y su hermano no están en casa.
Posibilidad:
Lucille, exhibicionista; mirón/merodeador/ladrón, enganchado a la familia.
– Bethel, usted llegará.
– ¿Eh? Sí, señor. ¿Adónde?
– En general. Pero, de momento, se queda aquí. Siga insistiendo en las direcciones donde aún no ha encontrado a nadie. Intente conseguir una descripción del mirón, ¿entendido?