Recorrí en zigzag el este y el sur. Ningún Plymouth gris pegado al culo. Western Avenue: terreno de mirones, moteles de putas, ninguna dirección con la que empezar a trabajar. Western y Adams, paraíso de las putas: chicas esperando junto a Cooper's Donuts. Negras, mexicanas, unas cuantas blancas: vestidos con aberturas laterales hasta los muslos, pantalones ajustados.
Vuelco del corazón: la ropa de Lucille, rasgada y salpicada.
Vuelco del cerebro: Western y Adams, zona de University. Antivicio de University, allí estaba el archivo de prostitución: archivos de alias, listas de clientes, informes de arrestos. La sonrisa de buscona de Lucille, la sangre de papá en las zarpas: ¿Y si la chica hacía la calle por gusto?
Mucho imaginar. Las posibilidades eran muy remotas.
Decidí probar de todos modos.
Comisaría de Uny, convencer al responsable; el material sobre las putas, un revoltijo.
Fotos de fichas despegadas, copias de informes. Nombres: putas, apodos de las putas, hombres detenidos/fichados con las putas. Tres armarios de papeles sin ningún orden reconocible.
Hojeo entre ellos:
Ningún «Kafesjian», ningún nombre armenio. Una hora perdida; no era de extrañar: la mayoría de chicas utilizaba un apodo para salir bajo fianza. Una reflexión: si Lucille hacía la calle, y si la habían encerrado, probablemente habría llamado a Dan Wilhite para enfriar el asunto. 114 informes de detenciones, 18 chicas blancas: ninguna de las descripciones se ajustaba a Lucille. Una tarea inúticlass="underline" la mayoría de los policías descuidaba los informes sobre prostitutas; las chicas se repetían siempre. Listas de apodos. Ninguna chica blanca que se hiciera llamar Luce, Lucille o Lucy; ningún apellido armenio.
Más fotos: algunas con cartel de datos colgado al cuello y anotaciones: nombres reales, alias, fechas. Chicas negras, mexicanas, blancas: 99,9 por ciento inútil. Piel de gallina: Lucille -de frente, de perfil-, sin cartel, sin anotaciones.
Manos a la obra: repasar todo el papeleo. Tres veces: cero, nada, tampoco. Ninguna referencia más a Lucille.
Sólo unas fotos de identificación.
El resto del expediente, traspapelado. Quizás.
O quizá Dan Wilhite había sacado los papeles, y se había descuidado las fotos.
Teoría: ladrón = mirón = cliente de Lucille K. Escribí una nota a Junior:
«Repasa todas las listas de prostitutas y clientes de la comisaría; busca información sobre las costumbres de Lucille». Piel de gallina: aquella condenada familia.
Pasé por la oficina y dejé la nota en la mesa de Junior. Medianoche: Subdirección, vacía.
– ¿Klein?
Dan Wilhite al otro extremo del pasillo. Le hice pasar. Estábamos en mi terreno.
– ¿Y bien?
– Y bien, lamento mucho el lío con los Kafesjian.
– No me interesan las excusas. Volveré a preguntarlo: ¿Y bien?
– Y bien, la situación es apurada y estoy tratando de ser razonable. Yo no pedí este trabajo, ni lo hago con gusto.
– Ya lo sé, y tu sargento Stemmons ya se ha disculpado por tu conducta. También me ha pedido una lista de los camellos denunciados por J.C. y su gente. Por supuesto, no se la he dado. Y no volváis a pedirla, porque todas las anotaciones relativas a los Kafesjian han sido destruidas. ¿Y bien?
– En fin, así están las cosas. Y la pregunta debería ser, «¿Y bien, qué es lo que quiere Exley?».
Wilhite, brazos en jarras, a un palmo de mí.
– Dime qué piensas tú de ese 459. A mí me parece un aviso de una banda de traficantes. Creo que Narcóticos está más preparado para llevar el asunto y creo que deberías decírselo así al jefe Exley.
– Yo no opino igual. Para mí que el ladrón tiene una fijación por la familia; quizá por Lucille, concretamente. Podría ser un mirón que ha estado actuando por el barrio negro en los últimos tiempos.
– O tal vez sea cosa de un chiflado. Una banda rival que utiliza tácticas de terror.
– Tal vez, pero no lo creo. En realidad no soy un experto en investigaciones, pero…
– Desde luego. Lo que eres es un matón con un título de Derecho…
FRÍO/TRANQUILO/QUIETO.
– …y lamento haberte dado vela en este entierro. Bien, he oído que la investigación federal se llevará a cabo, finalmente. Me he enterado de que Welles Noonan tiene auditores comprobando las declaraciones de la renta: la mía y la de algunos de mis hombres. Probablemente, eso significa que conoce lo de Narcóticos y los Kafesjian. Todos hemos recibido dinero, todos hemos comprado cosas caras que no podemos justificar, así que…
Sudoroso, echándome encima el aliento pestilente a tabaco.
– …así que cumple tu deber para con el departamento; tienes una lista de veinte nombres; yo, no, y mis hombres, tampoco. Tú puedes hacer de abogado y chupar de Mickey Cohen, y nosotros no. Y estás en deuda con nosotros, porque tú dejaste que Sanderline Johnson saltara. Welles Noonan tiene esa fijación con el Southside porque tú has comprometido su campaña. La presión sobre mis hombres es culpa tuya, de modo que a ti te toca arreglar las cosas. Ahora bien, J.C. y Tommy están fuera de sí. Nunca han tratado con agencias policiales hostiles y, si los federales empiezan a presionarles, serán incapaces de dominarse. Quiero que se tranquilicen. Aparca esa mierda de investigación, Dave. Dale a Exley lo que sea necesario, pero quítate del camino de esa familia lo más deprisa que puedas.
A un palmo de su rostro, también con los brazos en jarras:
– Lo intentaré.
– Hazlo. Imagina que es uno de tus trabajos pagados. Supón que yo estoy convencido de que arrojaste a Johnson por esa ventana.
– ¿De veras lo crees?
– Eres lo bastante codicioso, pero no tan estúpido.
Acompañé a Dan hasta la puerta; al andar, las piernas me temblaban. Sobre la mesa del despacho encontré una nota del escribiente: «Ha llamado P. Bondurant. Dice que llames a H. Hughes al hotel Bel-Air.»
8
– …y Pete me ha hablado de su espléndida actuación en el asunto Morton Diskant. ¿Sabía que Diskant es miembro de cuatro organizaciones que han sido clasificadas como tapaderas comunistas por la Fiscalía General del estado de California?
Howard Hughes: alto, delgado. Una suite de hotel, dos lacayos: Bradley Milteer, abogado; Harold John Miciak, guardaespaldas.
Siete de la mañana. Aturdido, maquinando un plan: encerrar a algún chiflado por el trabajo en casa de los Kafesjian.
– No, señor Hughes, no lo sabía.
– Pues debería. Pete me ha dicho que sus métodos eran rudos y quiero que sepa que los antecedentes de Diskant justificaban el trato que le dio. Entre otras cosas, proyecto establecerme como productor de películas independiente. Me propongo producir una serie de películas de batallas aéreas contra los comunistas, y uno de los argumentos principales de esas películas será que el fin justifica los medios.
Milteer:
– El teniente Klein también es abogado. Si acepta lo que usted va a proponerle, seguro que le hará llegar una interpretación adicional de los términos del contrato.
– No he practicado mucho como abogado, señor Hughes. Y en estos momentos estoy bastante ocupado.
Miciak carraspeó. Manos tatuadas: la marca de alguna banda.
– Eso no es trabajo para un abogado. Pete Bondurant ya tiene lleno el plato, así que…
Hughes, interrumpiéndole:
– La palabra que mejor resume el asunto es «vigilancia», teniente. Explíqueselo en detalle, Bradley.
Milteer, remilgado:
– El señor Hughes contrató en exclusiva a una joven actriz llamada Glenda Bledsoe, la instaló en una de sus casas de invitados y la estaba preparando para que interpretara papeles importantes en esas películas sobre las Fuerzas Aéreas. La chica ha violado el contrato al abandonar la casa y faltar a sesiones de ensayo sin pedir permiso. Actualmente, hace de protagonista femenina en una película de miedo de una productora no agremiada que se rueda en Griffith Park. Se titula El ataque del vampiro atómico, así que ya puede usted imaginar la calidad de la obra.