Hughes, remilgado:
– El contrato de la señorita Bledsoe le permite hacer una película al año con otro productor que no sea yo, de modo que no puedo romper el contrato por eso. Sin embargo, existe una cláusula de moralidad que podemos utilizar. Si demostramos que la chica es alcohólica, delincuente, adicta a los narcóticos, comunista, lesbiana o ninfómana, podemos denunciar el contrato y cerrarle las puertas de la industria del cine basándonos en ello. La única alternativa a eso es conseguir pruebas de que la señorita Bledsoe ha participado conscientemente en actos publicitarios de otras productoras rivales de Hughes, aparte de su trabajo para esa ridícula película de monstruos. Teniente, su trabajo consistiría en vigilar a la señorita Bledsoe con el objeto de reunir información sobre violaciones del contrato. Sus honorarios serán de tres mil dólares.
– ¿Le ha explicado la situación a la chica, señor Milteer?
– Sí.
– ¿Cuál fue su reacción?
– Sus palabras fueron, «¡Que te jodan!». ¿Qué responde usted, teniente?
El «no» en la punta de la lengua. Lo reprimí. Recordé:
Hush-Hush decía que Mickey C. financiaba aquella película.
«Casa de invitados» significaba «picadero». Que Howard Hughes se ocupara de poner orden en su propio gallinero.
Una idea:
Utilizar a algunos muchachos de la sección para el trabajo de seguimiento. Echar mano de un fondo especiaclass="underline" el dinero de los detenidos por los soplos de Kafesjian.
REGATEA. SUBE LA CIFRA.
– Cinco mil, señor Hughes. Puedo recomendarle alguien mas barato, pero no puedo desatender mis obligaciones normales por menos de esa cantidad.
Hughes asintió; Milteer sacó un fajo de billetes.
– Está bien, teniente. Aquí tiene dos mil por adelantado, y espero informes cada dos días, por lo menos. Puede llamarme aquí, al Bel-Air. Y ahora, ¿hay algo más que necesite saber de la señorita Bledsoe?
– No, ya me las arreglaré con el equipo de la película.
Hughes se puso en pie. Le tendí la mano gustosamente:
– La atraparé, señor.
Un apretón débil. Unos dedos fláccidos. Hughes se limpió la mano, restregándola a escondidas.
Dinero nuevo: gastarlo con vista. Pensar con vista:
Atrapar a Glenda Bledsoe enseguida. Dejar que Junior llevara parte del asunto Kafesjian, si había terminado de repasar los archivos que le dije. Aclarar la pista del barrio negro y evitar que volvieran a seguirme.
Instinto: Exley no me delataría en lo de Johnson. Lógica: destruyó el informe del forense; yo podría dar el soplo de lo de Diskant. Instinto: su interés por Kafesjian, ASUNTO PERSONAL. Instinto: me utilizaba como cebo; un policía bruto enviado para aumentar la presión.
Conclusiones:
Número uno: Wilhite y Narcóticos, los más peligrosos; para ellos era un policía torcido enredando con su fuente de ingresos. Quizás estaba a punto de sonar el blues del gran jurado federaclass="underline" acusaciones en firme, procesos. Luego, policías corruptos sin trabajo y una cabeza de turco: un abogado-casero con una pensión de policía segura. Y para los asesinos sin trabajo, un objetivo: yo.
Número dos: Encontrar un ladrón/pervertido confesante; algún chiflado que cargara con el 459. Untar a los detectives de la comisaría para dar con alguno: mantener a Junior en la investigación real. ¿Que no aparece el auténtico ladrón?, Míster Pervertido se carga el muerto.
Me acerqué a la comisaría de Hollywood. El encargado del archivo no estaba. Eché un vistazo a «459 Resueltos» y «Falsas Confesiones», 1949-1957. Una hoja 187 en el tablón: el Diablo de la Botella. Asunto de pervertidos; estupendo. Cogí una copia.
Conclusión número tres:
Todavía bastante asustado.
Griffith Park, carretera oeste arriba: riachuelos, pequeñas montañas. Curvas empinadas, cañadas y matorrales: Peliculandia.
Un aparcamiento improvisado, abarrotado de vehículos. Añadí el mío. Gritos, carteles de manifestantes moviéndose a lo lejos. Salté a un remolque plano y observé el alboroto.
Piquete del sindicato; Chick Vecchio plantándoles cara; el bate de béisbol preparado, en alto. Un claro, camiones y plataformas, el plató: cámaras, una nave espacial medio Chevrolet.
– ¡Esquiroles! ¡Basura de esquiroles!
Suficiente; cargo contra el piquete: «¡Oficial de Policía!» Los manifestantes, acogotados: me dejan pasar sin protestas.
Chick me saludó; sonrisas, palmadas en la espalda.
– ¡Escoria! ¡Connivencia policial!
Nos alejamos hasta los remolques. Silbidos, nada de piedras; llorones. Chick:
– ¿Buscas a Mickey? Apuesto a que tiene un bonito sobre para ti.
– ¿Te lo ha dicho él?
– No, es lo que mi hermano llamaría una «conclusión inevitable para un buen conocedor». ¡Vamos, hombre! Un testigo vuela por la ventana en presencia de Dave Klein. ¿Qué va a suponer cualquier buen conocedor que se precie?
– Creo que estabas a punto de repartir un poco de leña sindical.
– ¡Oye!, deberíamos haber llamado al viejo Contundente. En serio, ¿se te ocurre alguna idea? Mickey está de un humor insoportable. ¿Sabes de algún muchacho que no nos costara un ojo de la cara?
– ¡Mierda!, déjales que protesten.
– No. Se ponen a gritar mientras rodamos y luego tenemos que volver a grabar el sonido. Y eso cuesta dinero.
Alguien, en alguna parte:
– ¡Cámaras! ¡Acción!
– En serio, Dave.
– Está bien, llama a Fats Medina, del gimnasio de Main Street. Dile que he dicho cinco muchachos y una barricada. Dile que cincuenta por cabeza.
– ¿De verdad?
– Hazlo esta noche y mañana ya no tendrás problemas con el sindicato. Vamos, quiero echar un vistazo a la película.
Llegamos al plató. Chick se llevó el índice a los labios: estamos rodando.
Dos «actores» gesticulando. La nave espacial en primer plano: aletas de Chevrolet, parrilla de Studebaker, pista de lanzamiento de cartón piedra.
Touch Vecchio:
«Los cohetes rusos han arrojado basura atómica sobre Los Angeles; una trama para convertir a los angelinos en autómatas receptivos al comunismo. ¡Han creado un virus vampiro! ¡La gente se ha convertido en monstruos que devoran a sus propias familias!»
Su coprotagonista: rubio, un relleno en la entrepierna:
«La familia es el concepto sagrado que une a todos los americanos. ¡Tenemos que detener esta invasión que nos arrebata el alma, al precio que sea!»
Chick, en un susurro con la mano delante de la boca:
– Los del piquete gritan que mi hermano ha matado a ocho hombres, y Touch se toma en serio los abucheos. Y, encima, él y ese encanto rubito se ponen a hacer guarradas en los remolques cada vez que pueden; incluso bajan a ligar a los lavabos de Fern Dell. ¿Ves al tipo del megáfono? Es Sid Frizell, el presunto director. Mickey le contrató barato y para mí que es un ex convicto que no podría dirigir un desfile de mongólicos. Siempre anda hablando con ese tipo, Wylie Bullock, el cámara, que al menos tiene un lugar donde dormir, y no como la mayoría de los vagabundos que ha contratado Mickey. Imagina: contrató al personal en los mercados de esclavos de los barrios bajos. Duermen en el plato, como si esto fuera una especie de jungla de mendigos. ¿Y el diálogo? También Frizell; Mickey le suelta diez pavos extra al día para que se ocupe del guión.
Ni Mickey, ni mujeres. Touch:
«¡Mataría a los máximos jerarcas del Secretariado soviético para proteger la santidad de mi familia!»
El rubito: «Te comprendo, desde luego, pero primero debemos aislar la basura atómica antes de que se filtre a la presa de Hollywood. ¡Mira a esas desgraciadas víctimas del virus vampiro!»
Corte a unos extras disfrazados de hombre lobo bailando un loco hip-hop. Hip, hop… Botellas asomando del bolsillo de atrás de los pantalones.