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Comentarios sobre el asunto de las pieles de Hurwitz: ladrones. Reconocí las voces: Dick Carlisle y Mick Breuning, guardaespaldas de Dudley Smith. Ni rastro de las pieles; Dud quería que se apretara fuerte a los peristas. Crepitación: interferencia entre comisarías. Breuning: Dud había sacado a Johnny

Duhamel de Antidisturbios. Un ex boxeador zumbado y peligroso. Más estática; pasé el diaclass="underline" atraco a una licorería en La Brea.

El Corvette entró en el cobertizo; los muchachos caminaron hasta la casa haciéndose arrumacos.

Un timbrazo: la puerta se abre y se cierra.

Estudio de los accesos.

El patio delantero: demasiado arriesgado. El tejado, no: imposible subir. Detrás del apartamento: quizás una ventana por la que espiar.

Me arriesgo. Merece la pena, por una conversación jugosa.

Rodeé el bloque, conté las puertas traseras -una, dos, tres-; la de Glenda, cerrada con llave. Una ventana, cortinas entreabiertas. Ojos pegados al cristaclass="underline"

Un dormitorio a oscuras; la puerta, ajustada. Presiono el cristal y se desliza en la guía. Se abre sin un chirrido, sin una vibración. Salvo el alféizar: arriba… y adentro.

Olores: algodón, perfume rancio. La oscuridad se hace gris. Una cama y unos estantes con libros. Voces. Me pego a la puerta y escucho:

– Bien, hay un precedente -Glenda.

– No muy afortunado, encanto -Touch.

Rockwelclass="underline"

– Mary McDonald, «el Cuerpo». Una carrera saliendo de la nada; luego, ese secuestro salido de la nada. Los periódicos enseguida se olieron un truco publicitario. Yo pienso que…

– No era realista, por eso salió mal. -Glenda-. Ni siquiera se le desordenó el peinado. Recordad, Mickey Cohen financia nuestra película y está embobado conmigo, de modo que la prensa pensará enseguida en una intriga entre bandas. Hasta hace poco me administraba Howard Hughes, así que ya tenemos un personaje secundario…

– «Administraba»… ¡Vaya eufemismo! -Touch.

– ¿Qué es un eufemismo? -Rock.

– Tienes suerte de estar tan bueno, porque con ese cerebro no llegarías muy lejos.

– Cortad ya y escuchad. -Glenda-. Me pregunto qué pensará la policía. No es un secuestro por un rescate porque, francamente, nadie pagaría un dólar para librarnos de problemas a Rock y a mí. Lo que pienso…

Touch:

– La policía imaginará que alguien se quiere vengar de Mickey o algo parecido, y Mickey no tendrá la menor idea. A la policía le encanta molestar a Mickey. Molestar a Mickey es una de las actividades favoritas del departamento de Policía de Los Angeles. Y vosotros dos seréis buenos. Georgie Ainge os va a sacudir sólo un poquito más que una pizca, para darle realismo. La policía tragará, no os preocupéis. Los dos seréis víctimas de un secuestro y los dos tendréis un montón de publicidad.

– Actuación de método -Rock.

– Será un compromiso para Howard, ese cerdo -la chica-. No se le ocurriría denunciar el contrato de la bella víctima de un secuestro.

– Dime la verdad, encanto. ¿El tipo estaba colgado?

– Más loco que una cabra, Touch.

Todos se echaron a reír. El auténtico chiste: que los falsos secuestros siempre fracasaban.

Una rendija en la puerta. Me acerqué y apliqué el ojo. Glenda, en bata, con el cabello mojado:

– Hablaba de aviones para excitarse. Llamaba a mis pechos «mis hélices».

Más risas. Glenda salió de mi campo de visión. Crujidos de aguja, Sinatra. Esperé toda la canción por echarle otro vistazo.

No hubo suerte; sólo Ebb Tide, cantada muy lento. Crucé el dormitorio y salté por la ventana con una idea loca: No delatarla.

9

Monstruos:

Charles Issler, confeso: sádico con ansias de publicidad. «¡Pegadme! ¡Pegadme!»: con fama de morder a los tipos de Homicidios que no querían hacerle el favor. Michael Joseph Krugman, confeso: el Jesucristo número 187. Motivo: venganza. Cristo se había follado a su mujer.

Torbellino:

Muchas confesiones; encontrar un primo en la lista de identificaciones del LAPD. Y mientras, abriéndose paso dentro de mí, un INSTINTO…

Donald Fitzhugh: confeso de la muerte de un marica; Thomas Mark Janeway: abusos deshonestos a niños exclusivamente. Aquella COSA INSTINTIVA cada vez más intensa, casi una provocación. El Diablo de la Botella: estrangulador/mutilador/asesino de boxeadores sonados. Ningún candidato firme.

Desperté. ESE INSTINTO, enorme:

Los Kafesjian sabían quién había revuelto su casa; si encerraba al primer desgraciado que tuviera a mano, la familia jodería el asunto.

Sábanas sudadas/expedientes sudados/esa ficha que había pasado por mis manos últimamente:

George Sidney Ainge, alias «Georgie». Varón blanco, F.N. 28/11/22. Condenas por proxeneta en el 48 y el 53: catorce meses cumplidos en la cárcel del condado. Denuncias por venta de armas en el 56, 57 y 58: sin condenas. Ultima dirección conocida: S. Dunsmuir, 1219, L.A. Vehículo: Eldorado Caddy del 51, QUR 288.

Touch a Glenda: «George Ainge os va a sacudir sólo un poquito más que una pizca.»

Me afeité, me duché, me vestí. Glenda sonrió, respondiendo que frenara las cosas de momento.

La oficina, una nota interna de Exley: «Kafesjian/459: informe en extenso.» Ocho de la mañana; aún por entrar de servicio el turno de día: ninguna información sobre Georgie Ainge.

Café, pasado. Llamó un tipo de la Fiscalía por el asunto de esa incursión chapucera en la casa de apuestas: me cagué en él de abogado a abogado. Llegó Junior; sus pasos en la escalera secundaria, furtivo. Lancé un silbido, largo y agudo. Entró en el despacho. Cerré la puerta y bajé la voz:

– No vuelvas a colgarme el teléfono ni cualquier bobada parecida. A la próxima, firmo una petición de traslado que te arruina la carrera en la brigada tan deprisa…

– Dave…

– Dave, mierda. Stemmons, estás pasándote de la jodida raya. Obedece mis órdenes y haz lo que te diga. Bien, ¿has comprobado si hay papeles sobre Lucille Kafesjian en el archivo de la comisaría?

– No… no hay nada. Lo… lo repasé todo a fondo.

Nervioso, suspicaz. Cambié de tema:

– ¿Has estado acosando a los maricas de Fern Dell?

– ¿Qué?

– Un chapero dijo que nuestra gente estaba actuando en el parque y los dos sabemos que es mentira. Te lo repito, ¿has estado…?

Junior, con las manos levantadas, conciliador:

– Está bien, está bien, culpable. Le debía un favor a un antiguo alumno mío de la Academia. Trabaja en Antivicio de Hollywood y está atascado: el jefe le ha destinado al caso de los mendigos rajados. Yo sólo hice unos cuantos arrestos y dejé que él se los apuntara. Escucha, siento mucho si me salté algunas normas.

– Apréndete esas malditas normas.

– Seguro, Dave. Lo siento.

Temblando, sudoroso. Le ofrecí un pañuelo.

– ¿Has oído hablar de un chulo llamado Georgie Ainge? También se dedica a vender armas.

Movimientos de cabeza, ansioso por agradar.

– He oído que es un sádico. Un tipo de la comisaría me dijo que le gustan los trabajos en que tiene que hacer daño a alguna mujer.

– Sécate esa jodida cara; estás manchándome el suelo con el sudor.

Junior se apresuró a sacar: la pistola me apuntó. A mí. Rápido, le crucé la cara. Mi anillo de la escuela de Derecho le hizo sangre.

Nudillos blancos en torno al arma. Por fin, dejó de encañonarme. Buen tino.

– Conserva esa mala leche, tipo duro. Tenemos un trabajo en la calle y quiero que estés rabioso.

Coches separados. Que Junior se comiera el coco con la mitad de la película: buen chico/mal chico, ninguna detención. Que siguiera rabioso: yo tenía entre manos otro trabajillo privado y un falso secuestro podría echarlo a rodar. Junior: «Seguro, Dave, seguro», impaciente.

Llegué el primero. Un falso château: cuatro pisos, quizá diez apartamentos cada uno. Un Eldorado del cincuenta y uno junto al bordillo. Encajaba con la ficha de Ainge.