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Bajo la atenta mirada del oficial encargado de vigilar su libertad condicional, Mickey ha hecho varios intentos de enderezarse y sentar cabeza. Primero adquirió una heladería, que no tardó en convertirse en centro de reunión de delincuentes, pero tuvo que cerrar el negocio cuando los padres dejaron de llevar a sus hijos al local. Luego, financió su propia actuación en un club nocturno, un número sonámbulo en el club Largo. Ciudad de los Bostezos: chistes malos sobre Ike y su dominio del golf, bromas acerca de Lana T. y Johnny S. con insistentes referencias a «Oscar», el apéndice del matón del tamaño de la estatuilla de la Academia. Y luego -ciudad de la Desesperación-, ¡¡¡Mickster abrazando a Jesucristo durante la Cruzada de Billy Graham en el Coliseum de Los Ángeles!!! ¡El jeta de Mickey renunciando a su herencia judía como maniobra de relaciones públicas! ¡Qué vergüenza, Mickey, qué vergüenza!
Y, ahora, la trama se ensombrece.
Asunto:
Agentes federales se disponen a regañar a Mickey por la violación de contrato de varios boxeadores locales.
Asunto:
Cuatro de los muchachos de la banda -Carmine Ramandelli, Nathan Palevsky, Morris Jahelka y Antoine «el Pez» Guerif- han desaparecido misteriosamente, se supone que raptados por persona o personas desconocidas, pero Mickey, normalmente tan locuaz, mantiene la boca cerrada al respecto (cosa muy extraña, queridos).
Llegan rumores de los bajos fondos: dos pistoleros supervivientes de la banda de Cohen (Chick Vecchio y su hermano Salvatore, «Touch», un actor fracasado de quien se dice que es muy mariposón) proyectan organizar sus actividades sin el control de Mickey. Hay que volver a empezar desde abajo, Mickster: hemos oído que tu única fuente de ingresos son las máquinas expendedoras del Southside -cigarrillos, gomas, fotos porno- y las tragaperras instaladas en las trastiendas llenas de humo de los clubes de jazz de los barrios bajos. De nuevo, qué vergüenza, Mickey. ¡Explotar a los negros! ¡Tener que ir recogiendo monedas, tú que un día dirigiste el fraude organizado en Los Ángeles con una energía y una violencia sobrecogedoras!
¿Os hacéis una idea, gatitos y gatitas? Mickey Cohen está en la ciudad y necesita pasta, guita, el viejo parné. Lo cual explica nuestra próxima confidencia, un rumor de lo más fenomenal que revelamos aquí en absoluta y frenética primicia.
Ahí va:
¡Ahora, Meyer Harris Cohen se ha metido en el negocio del cine!
Aproximación a C.B. DeMille: el fabuloso, benévolo, malévolo Mickster financia actualmente, bajo mano, una película de horror de bajo presupuesto que se rueda estos días en Griffith Park. Mickey ha ahorrado las monedas extraídas a los negros y ahora es socio de Variety International Pictures en la producción de El ataque del vampiro atómico. ¡Es sensacional, es antisindical, es un fiasco de proporciones épicas!
Más novedades:
Siempre tacaño y pendiente de reducir gastos, Mickey ha colocado en un papel fundamental de la película a «Touch» Vecchio, el guapito de la acera de enfrente… Y ahora el tal Vecchio está colado, coladísimo, por el astro de la producción, Rock Rockwell, ese seductor blandengue. Juergas «homo» fuera de cámara! ¡La primera noticia os la hemos dado aquí!
Ultimo cotilleo:
Entra en escena Howard Hughes, el magnate «míster aviones y máquinas herramienta», acosador lascivo de bellezas de Hollywood. Antiguo dueño de los estudios R.K.O., en la actualidad es un productor independiente conocido por tener a un montón de chicas extraordinariamente bien «dotadas» bajo «contratos de servicios personales», léase pequeños papeles a cambio de frecuentes visitas nocturnas. Un rumor: hemos oído que la protagonista de la película de Mickey mandó al magnate sobatetas a tomar viento de sus propias hélices. Por lo visto, rompió uno de esos contratos de Hughes y acabó sirviendo comidas por las ventanillas de los coches hasta que Mickey se materializó en el autorrestaurante Scrivner's muriéndose por un chocolate malteado.
¿Te ha impresionado la chica, Mickster?
Y a ti, Howard, ¿te ha dejado roto el corazón?
«La cabalgata de Hollywood» cambia ahora de tema con una carta abierta al LAPD, Departamento de Policía de Los Angeles:
Querido LAPD:
Recientemente, tres indigentes alcohólicos han sido encontrados en casas abandonadas de la zona de Hollywood, estrangulados y mutilados. Muy confidencial (como siempre en Hush-Hush): hemos oído que el asesino, aún en libertad, les rajó la tráquea después de matarlos, empleando una fuerza extraordinaria. La prensa ha prestado escasa atención a estas muertes atroces; sólo el sensacionalista L. A. Mirror parece preocupado de que tres ciudadanos de Los Angeles hayan tenido un final tan desagradable y asqueroso. La sección de Homicidios del LAPD no ha recibido orden de investigar y sólo se ocupan del caso dos detectives de la sección de Hollywood. Jazzeros y jazzeras míos, es el pedigrí de las víctimas lo que determina la intensidad de la investigación. Y si tres ciudadanos de poca monta han sido estrangulados por un psicópata rompecuellos, el jefe de Detectives del LAPD, Edmund J. Exley, no va a perder el tiempo organizando una investigación a gran escala. A menudo es preciso dar con un nombre pegadizo para que el público tome conciencia de algún oscuro asunto criminal y exija justicia. Por ello, Hush-Hush bautiza aquí a ese asesino anónimo «el Diablo de la Botella», y eleva su exigencia al LAPD para que le encuentre y le consiga una cita en firme con la sala verde de San Quintín. Allí cocinan con gas y este asesino merece una cocina de cuatro quemadores.
Estad atentos a futuras novedades sobre el Diablo de la Botella y recordad que la primera noticia que tuvisteis acerca del asunto la leísteis aquí: confidencialmente, en total secreto y muy Hush-Hush.
I UNA VIDA CONVENCIONAL
1
El trabajo: una redada en una casa de apuestas, dejar que se inmiscuya la prensa: un poco de tinta para competir con la investigación del boxeo.
Un marica que sudaba una denuncia por sodomía se chivó: catorce teléfonos, un telégrafo. La nota de Exley decía: utilizar alguna fuerza, exprimir a los testigos del hotel más tarde; descubrir qué habían planeado los federales.
En persona: «Si las cosas se tuercen, no permita que los reporteros tomen fotos. Es usted abogado, teniente. Recuerde que a Bob Gallaudet los casos le gustan claros.»
Odio a Exley.
Exley cree que compré el título de Derecho con dinero de sobornos. Le pedí cuatro hombres, armas, y a Junior Stemmons de segundo.
Exley: «Chaqueta y corbata; esto saldrá en televisión. Y nada de balas perdidas: recuerde que trabaja para mí, no para Mickey Cohen.»
Algún día le meteré una lista de sobornos por la garganta.
Junior preparó el asunto. Perfecto: una calle del barrio negro, acordonada; agentes de uniforme guardando el callejón. Periodistas, coches patrulla, cuatro hombres con chaqueta y corbata empuñando hierros del calibre doce.
El sargento George Stemmons, Jr., dando unas rápidas chupadas al cigarrillo.
Alboroto: reunión de holgazanes desocupados, vigilantes ojos de vudú. Mis ojos en el objetivo -cortinas cerradas, el camino de la casa lleno de coches- calculan que hay un buen puñado de gente haciendo apuestas en el interior. Una choza inexpugnable; con la puerta de plancha de acero, supongo.